Los extremos nunca fueron buenos

Parece que hoy es a lo que tendemos, a la extremidad en nuestra forma de ser, pensar y sentir.
La sociedad va barriendo valores y lo peor es que nos vamos dejando.
Vamos perdiendo la capacidad de dialogo. “Lo mío es lo que vale, yo soy el que tengo la razón”.
Los prejuicios están a la orden del día, miramos al otro con reticencia, con desconfianza, cada vez predomina más la intolerancia. En pocos años hemos pasado de ser un país confiado, abierto, tolerante, al extremo totalmente opuesto. La picaresca se ha instalado en nuestras vidas, nadie se fía de nadie, ¿qué nos está pasando?
Los políticos ya no piensan en sus ciudadanos sino todo lo contrario, lo que predomina es la ganancia personal abusando de las arcas públicas al máximo. Los sacerdotes no saben leer el Evangelio, aplicando el uso de poder y abuso creyéndose segundos, por no decir, primeros dioses con una firmeza indiscutible en sus declaraciones.
Lo que pueda pensar el otro no es valido porque la verdad exclusiva solo está en mi poder… me da la sensación de que no estamos siendo conscientes de lo que está sucediendo, de la manipulación tan fuerte a la que estamos siendo sometidos.
Los extremos nunca han sido buenos. Si perdemos la capacidad de dialogo en contra posición al poder y la superioridad, mal vamos, pero es por ahí por dónde estamos caminando a nivel político, eclesial, humano etc.
Hemos dejado de creer en el otro, de sentarnos en una misma mesa, de cuestionarnos, de llegar a un consenso porque lo que vale ES LO MIO.
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