La tradición cuenta que una fría noche de enero de hace muchísimos años, tres hombres sabios venidos de Oriente decidieron ponerse en camino guiados por una estrella tan hermosa y grande que destacaba de las demás de manera especial.
Estos reyes y magos sabían que detrás de esa estrella había algo grande jamás visto. Les estaba anunciando el nacimiento del Niño-Dios. Decidieron emprender el largo camino montados en camellos. Sus nombres eran: Melchor, Gaspar y Baltasar. Cuando por fin llegaron al lugar, se encontraron a un Niño ante quien se postraron ofreciéndole lo mejor que tenían: Oro por ser Rey, Incienso en reconocimiento como profeta y Mirra por su vulnerabilidad, ya que era lo que se empleaba para embalsamar a los muertos y Él moriría para salvarnos.
Desde entonces, cada madrugada del 6 de enero, los niños esperan impacientes a los tres Reyes. Pero la realidad es que ni eran reyes ni magos, aunque sí entendían de astronomía; pero tampoco se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, aunque eso es lo de menos…
Lo que cabe destacar es el nacimiento del Mesías. La escena de Jesús con María, su madre; la luz de Dios que este Niño nos ha venido a traer y que es para todo el mundo, sin excepción; precisamente, son los extranjeros, representados por los magos, los primeros en recibirla.
Para los más pequeños, siguen representando la ilusión, la emoción y la magia… Dejemos que siga siendo así, porque es la noche de los más pequeños…
¡Feliz día de la Epifanía!