Un santo para cada día: 4 de abril Domingo de Resurrección
La tumba vacía nos remite a una plenitud de eternidades que nadie ha podido desmentir
A los ricos y poderosos no les interesa el triunfo del Resucitado porque entonces se acabaría su imperio, tampoco los egoístas acostumbrados a vivir una libertad sin deberes ni compromisos quisieran que en el mundo imperase la ley del amor y el perdón universal que nos impulsa a volcarnos en favor de los demás
La Buena Nueva de que es portador el cristianismo tiene su colofón en el Misterio Pascual, que se nos muestra como razón última de nuestra esperanza, como causa fundamental de nuestra alegría, porque Cristo ha querido hacernos a todos los hombres, partícipes de su triunfo. Según nos narran los evangelios, al despuntar el alba, el sepulcro se abre para dar paso al Cristo victorioso quien anuncia a unas piadosas mujeres que Él ha vencido a la muerte.
En esta luminosa mañana de Pascua comienzan a renacer todas las esperanzas que parecían perdidas para siempre, se ahuyentan los miedos, se nos ensancha el corazón, el Resucitado pone suave bálsamo en nuestras heridas y se multiplica en los millones de gentes que a lo largo de la historia han poblado y seguirán poblando la tierra, sobre todo en aquellos que se sienten excluidos de toda esperanza humana. Nace esa nueva Humanidad redimida. Todo el que quiera puede convertirse en testigo de este prodigioso acontecimiento con solo mantener los ojos abiertos a la historia. Cierto que no podemos profundizar en los arcanos secretos de este misterio, ni hablar de él con palabras humanas; pero podemos ratificar sobradamente el milagro portentoso acaecido hace más de veinte siglos.
La tumba vacía nos remite a una plenitud de eternidades que nadie ha podido desmentir. Incrédulos como Tomás ha habido siempre, que no han tenido más remedio que rendirse como él a la evidencia, tal y como sucediera con Dr. Frank Morison quien comenzó a escribir su libro “¿Quién movió la piedra?” con la intención de demostrar que todo había sido un mito y al final se encontró con un hecho histórico innegable ¿A qué está esperando el hombre moderno para tomarse en serio la resurrección de Jesucristo? ¿Por qué permanece impasible nuestro mundo ante un suceso suficientemente constatado, que condiciona el destino de la historia humana? No son las evidencias sino las conveniencias lo que llevan a muchos a negar lo que razonablemente debiera admitirse. A los ricos y poderosos no les interesa el triunfo del Resucitado porque entonces se acabaría su imperio, tampoco los egoístas acostumbrados a vivir una libertad sin deberes ni compromisos quisieran que en el mundo imperase la ley del amor y el perdón universal que nos impulsa a volcarnos en favor de los demás. Ni siquiera los mismos cristianos acabamos de creernos que somos partícipes de la gloria de Cristo Resucitado y por eso en nuestros rostros no se ve reflejada la alegría pascual.
De esta esperanza humana que nace del Resucitado es de la que tan necesitados andamos los hombres de hoy. Al abrirse el sepulcro de Jesús se abrieron las tumbas de todos los muertos y comenzaron a brotar las ansias infinitas de inmortalidad del género humano como preciosas rosas de pétalos perennes que nunca se marchitan. Ésta es la gran noticia, la buena nueva ilusionante siempre vigente, siempre actual que celebramos hoy con un eterno aleluya. “Resurrección. Oh gloria/ taladrada y tan nuestra,/ tan de hueso y de carne/firme, caliente, fresca” (Gerardo Diego)