Un santo para cada día: 3 de abril S. Ricardo (Defensor de la Iglesia en rivalidad con Enrique III)
De forma cíclica aparecen hombres excepcionales que tienen escritos en la frente el destino de la historia, llegando a ser símbolo para una nación o para una época. fenómeno éste del que tan admirablemente nos hablara Ortega y Gasset, diciéndonos que el discurrir de la historia ha estado marcada por el empuje de hombres eminentes y nunca producto de la masificación. Este juicio bien pudiera ser avalado por un hombre insigne, que tanto hizo para que la Inglaterra del siglo XIII cambiara de signo.
Se llamaba Enrique y había nacido en el año1197 en la pequeña ciudad de Wyche, (Inglaterra); sus padres eran campesinos y en las tareas del campo habría de curtirse en contacto con la naturaleza, soportando los recios vientos, las pertinaces lluvias y los sofocantes calores. Muchachote rudo, de nobles sentimientos, que tenía por amigos a las criaturas del campo. Los defensores de los animales, sin duda, se sentirán contentos con la historia que se cuenta de él. En una ocasión alguien se disponía a sacrificar unos pajarillos para que pudieran servirle de alimento, pero él se negó a ello diciendo: “Pobres avecillas que han de morir para servirme de alimento; no quiero ser la causa de que tengan que morir sin haber cometido delito alguno” Este gesto por sí solo merecería que le nombraran protector de las asociaciones animalistas.
Al morir sus padres deja la hacienda a su hermano Roberto y emprende una colosal aventura. Marcha a Oxford y en su universidad estudia a fondo, en medio de la pobreza, pasando mil calamidades, pero él lo pudo aguantar todo porque venía de donde venía. En compensación, la vida le daba la oportunidad de conectar con las lumbreras franciscanas y dominicanas que pululaban por allí, entre otras Robert Grosseteste. En Bolonia acabaría sus estudios, doctorándose en derecho canónico para regresar a Oxford, donde la Providencia le tenía reservado un alto destino que cumplir.
No bien puso los pies en esta ciudad, los obispos se lo rifaban para que fuera su canciller. Con uno de ellos, el obispo de Canterbury logró una unión íntima y ambos harían frente común contra las pretensiones de Enrique III de apoderarse de los bienes de la Iglesia. Una vez ordenado sacerdote, en el año en 1243, fue nombrado al poco tiempo obispo de Chischéster por Bonifacio de Saboya, arzobispo de Canterbury, a lo que Enrique III se opuso y trató por todos los medios a su alcance de impedirlo, hasta el punto de dar órdenes para que a su regreso nadie le acogiera, ni le prestara ningún tipo de ayuda y así fue hasta que un valiente sacerdote decidió jugársela y le acogió en su casa. Ricardo recurrió al papa Inocencio III, quien se puso de su parte, amenazando a Enrique III con la excomunión y éste no tuvo otro remedio que envainar la espada.
Comenzaba una nueva etapa. Ricardo gobernaría con acierto la diócesis de Chischester durante 8 años intensos y fructíferos, promulgando unas constituciones disciplinares que sirvieron de freno a tanto desmadre, viviendo de manera austera, socorriendo a los más necesitados, oponiéndose a los abusos de poder, condenando y reprimiendo con energía los vicios de la época, anteponiendo el derecho frente a la arbitrariedad, al nepotismo a la prepotencia, en una palabra haciendo valer el espíritu del evangelio en una época podrida por la corrupción, donde los monjes se habían acostumbrado a la vida muelle, los obispos vivían como príncipes y los nobles estaban corroídos por la ambición. Pobre y austeramente había vivido y así le encontraría la muerte cuando vino a buscarlo. Ricardo acabaría sus días a los 55 años en Mas-Dieu, una casa-asilo para sacerdotes pobres y para peregrinos.
Reflexión desde el contexto actual:
No nos llamemos a engaño, vivir el espíritu evangélico, ayer al igual que hoy, supone nadar contra corriente y esto no es fácil. Ricardo nos enseña cómo hacerlo. Hay que estar pertrechados de energía y de bondad; energía para reprimir y bondad para atraer, por eso él fue respetado y querido a la vez.