Un santo para cada día: 21 de octubre Santa Laura de Santa Catalina (Patrona y orgullo de Colombia. Fundadora de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada.)
Estamos ante la primera santa de nacionalidad colombiana. Nacida en Jericó (Antioquía) el 26 de mayo de 1874, bautizada cuatro horas después de su nacimiento con el nombre de María Laura de Jesús
Estamos ante la primera santa de nacionalidad colombiana. Nacida en Jericó (Antioquía) el 26 de mayo de 1874, bautizada cuatro horas después de su nacimiento con el nombre de María Laura de Jesús. Su padre Juan de la Cruz, medico, murió cuando ella tenía dos años, por lo que su madre, Dolores Upegui, tuvo que hacerse cargo de ella y de otros dos hermanos, trabajando como profesora de religión para poder sacar la familia adelante. Las estrecheces familiares aconsejaron que la pequeña, Laura, ingresara en un colegio de huérfanos regentado por una tía suya, para pasar, al cumplir los 11 años, a un colegio de “niñas bien” y continuar allí su formación. Dada su condición humilde, en este centro era objeto de discriminación, por lo que pronto salió de allí para cuidar a una tía suya que estaba enferma.
Durante la permanencia al cuidado de su tía tuvo tiempo más que de sobra para leer libros espirituales, que despertaron en ella el deseo de ser religiosa. Pasados unos años escribirá: “Tuve fuerte deseo de tener tres largas vidas: La una para dedicarla a la adoración, la otra para pasarla en las humillaciones y la tercera para las misiones, pero al ofrecerle al Señor estos imposibles deseos, me pareció demasiado poco una vida para las misiones y le ofrecí el deseo de tener un millón de vidas para sacrificarlas en las misiones entre infieles. Mas, ¡he quedado muy triste! y le he repetido mucho al Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay que yo me muero al ver que nada soy y que te quiero!»”.
En 1887 la vemos en Medellín al lado de su madre, pero por poco tiempo, porque tuvo que ir a la finca Analfi para atender a su abuelo enfermo y allí estuvo hasta que éste murió. La situación familiar no mejoraba, al contrario, iba de mal en peor, por lo que se pensó que lo mejor sería que Laura a sus 16 años cursara la carreara de magisterio y así poder proporcionar unos pequeños ingresos. Afortunadamente pudo cursar estos estudios en Medellín gracias a una beca otorgada por el gobierno colombiano, que fue bien aprovechada.
Su profesión como maestra le iba a proporcionar la ocasión de peregrinar por los pueblos repartidos por la geografía colombiana, hasta aterrizar en el Colegio de la Inmaculada de Medellín, donde estudiaban las hijas de las familias acaudaladas; con su incorporación, este colegio aún ganó más prestigio del que tenía, acabando por ser ella la directora del mismo, pero el colegio se vio obligado a cerrar, pasando ella a regentar la escuela de Ceja, hasta que definitivamente se dio cuenta de que su verdadera vocación era la de misionar en las comunidades indígenas de la región. Su alma de apóstol no quedaba satisfecha con solo trasmitir conocimientos a los demás, ella quería evangelizar.
Este fuego que sentía en su interior va a ser el que la lleva a trabajar sin descanso en la cordillera andina a favor de los indígenas, en las selvas próximas, pero es tan dificultoso llegar a los últimos rincones de la selva colombiana… Trata de conseguir recursos para esta empresa y va a tener la suerte de contar con seis colaboradoras de confianza, entre ellas su madre y por supuesto cuentan también con la ayuda de su protectora celestial la Virgen Madre y Maestra de esta incipiente obra misionera. El 5 de mayo de 1914 este grupo de expedicionarias sale de Medellín con rumbo a Emberá para llevar el mensaje del evangelio a los indios indígenas, con los que quieren convivir y compartir gozos y alegrías, ilusiones y sus temores. En una palabra, insertarse en su cultura, derribando los muros de incomprensión que les mantienen marginados. En 1917 presentó para su aprobación los textos de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada, al tiempo que vivía intensamente su experiencia misionera. En una carta que escribe a las hermanas les dice: “No tienen sagrario, pero tienen naturaleza; aunque la presencia de Dios es distinta, en las dos partes está y el amor debe saber buscarlo y hallarlo en donde quiera que se encuentre.”.
Los últimos 9 años los pasaría en una silla de ruedas. Tras una penosa agonía abandonó este mundo el día 21 de octubre de 1949, cuando la Congregación ya se había extendido y contaba con 90 casas y bastantes religiosas repartidas por el mundo.
Reflexión desde el contexto actual:
No deja de ser alentador que la obra de Laura de Santa Catalina se vea actualmente potenciada por el sínodo de la Amazonía, que algunos ya han bautizado como la Consagración de la Primavera del Papa Francisco. El Sínodo de la Amazonía, recientemente celebrado, es un motivo de esperanza para el pueblo amazónico y una oportunidad para que las iglesias locales sean moldeadas por los mismos indígenas. Seguramente, ésta hubiera sido la mejor noticia que pudiera haber recibido Laura, la embajadora de Dios en la Cordillera Andina.