La Doctrina de la Fe es la primera y más antigua de las Congregaciones de la Curia Romana, pero su nombre está ligado a los lugares comunes de una Iglesia rigorista, y recuerda a instituciones como la Inquisición y el Índice. Hoy, en un contexto profundamente cambiado, ¿cuál es la misión de la Congregación que usted dirige?
El pasado de nuestra Congregación sigue pesando, porque no siempre se perciben los profundos cambios que se han producido en la Iglesia y en la Curia Romana en los últimos tiempos. Ya no somos la Inquisición, el Índice ya no existe. Nuestra misión es la de promover y salvaguardar la doctrina acerca de la fe. Es una tarea que siempre será necesaria en la Iglesia, que tiene el deber de transmitir la enseñanza de los Apóstoles a las nuevas generaciones. Aquello que se llamó la "preocupación por la recta doctrina" nació antes del Santo Oficio, ya está presente en el Nuevo Testamento. De ella dan testimonio tantos Concilios, Sínodos, etc. Ciertamente, la forma concreta de llevar a cabo esta tarea ha cambiado a lo largo de los siglos y podemos pensar que volverá a cambiar. Pero la preocupación por la fidelidad a la doctrina de los Apóstoles siempre permanecerá.
Es una tarea que parece lo más alejada posible de una actividad de simple gestión económica. ¿Cuáles son las partidas de gastos de su dicasterio y de qué manera se justifica su "presupuesto económico" con la "declaración de misión" que debe caracterizar el servicio de todos los componentes de la Curia Romana?
Nuestro presupuesto es modesto. Naturalmente, están los salarios de los empleados y los gastos para el funcionamiento normal del dicasterio. Añadimos algunos viajes, las reuniones de la Pontificia Comisión Bíblica, de la Comisión Teológica Internacional, algunas publicaciones, la modesta remuneración de nuestros colaboradores externos. El presupuesto de nuestra Congregación es el adecuado a nuestra misión. No tenemos que inventar "misiones"; nos basta con el trabajo que realizamos en el desempeño de nuestras tareas.
Desde hace siete años un jesuita se sienta en la Cátedra de Pedro y desde hace tres años usted, también jesuita, conduce la Congregación para la Doctrina de la Fe, después de más de veinte años en que fue consultor y luego Secretario. ¿Cuál es la huella de la espiritualidad ignaciana hoy en el gobierno de la Iglesia Universal y, en particular, del dicasterio del que usted es Prefecto?
Ciertamente, en muchos de los discursos del Papa se revela fácilmente su familiaridad con la espiritualidad de san Ignacio de Loyola. Es natural que sea así. Y es normal que esto tenga consecuencias en su forma de gobernar y en sus decisiones. Pero la espiritualidad ignaciana es universalista, no particularista, está abierta a todo y a todos, por lo que es difícil identificar consecuencias concretas. Tal vez otras personas puedan descubrir esto mejor que yo. Lo mismo puede decirse de nuestro propio dicasterio: deberíamos preguntar a los demás si reconocen estas huellas ignacianas y en qué medida.
¿Puede darnos tres ejemplos concretos, como se hace en la mejor tradición de la Compañía de Jesús, para ilustrar la realización de su trabajo, subrayando en particular si tiene solo una dimensión "romana" o si implica también misiones en otras partes del mundo?
Nuestra misión es universal, aunque nuestro trabajo se desarrolle en Roma. Pero nuestros documentos son para la Iglesia universal, y las decisiones que tenemos que tomar cada día, en el ámbito de nuestra competencia, muy raramente conciernen directamente a Roma. Las misiones más importantes que nos llevan fuera de Roma se refieren a las reuniones periódicas con las comisiones doctrinales de las Conferencias Episcopales de los distintos continentes. En mi tiempo de servicio en la Congregación he participado en tres de estos encuentros: África (Dar es Salam, 2009), Europa (Budapest, 2014); Asia (Bangkok, 2019). En dos ocasiones también hemos estado en la India. Y no olvidemos los encuentros con el episcopado de todo el mundo, con motivo de las visitas ad limina, aquí en el Vaticano. Tienen una gran importancia y ocupan mucho de nuestro tiempo y energía.
Respecto del tema crucial de los abusos a menores, la Congregación está comprometida no solo en el ámbito estrictamente "disciplinario", para identificar y juzgar con rigor los casos denunciados, sino también en una labor de sensibilización y orientación dirigida a los obispos y a las Iglesias locales. ¿Cuáles son las modalidades y los costos de este compromiso?
Tenemos que estudiar y resolver los numerosos casos de abuso que llegan a nuestro conocimiento. Y al tratar estos casos, hacemos un trabajo de sensibilización, apoyamos la confianza en la Iglesia de las personas implicadas, mostrando que en la Iglesia no hay impunidad. Las visitas ad limina son fundamentales para sensibilizar sobre el problema a los episcopados de los distintos países. Lamentablemente, en estos últimos meses, debido a la pandemia, hemos tenido que suspender estas reuniones.
¿Es posible identificar una estrategia de carácter social en la actividad de la Congregación, especialmente en respuesta al mandato del Papa de llegar a las periferias de nuestro tiempo y estar cerca de los pobres y los últimos?
Hay periferias de muchos tipos. Las personas a las que tenemos que escuchar, los problemas que tenemos que resolver, tocan periferias reales, quizá no tan visibles como otras, pero no por ello menos reales y dolorosas. No olvidemos que en no pocas ocasiones las víctimas de los abusos se encuentran entre los más pobres de los pobres. Por supuesto, debemos estudiar todos los casos.