Bergoglio basa su reforma en cuatro ejes: Economía, Comunicación, Laicos y Solidaridad Francisco culmina la primera fase de la reestructuración de la Curia

(Jesús Bastante).- "Ve, Francisco, y repara mi Iglesia, que amenaza ruina". Es el principal desafío interno del Gobierno del Papa Francisco. El hombre que vino del fin del mundo para dirigir la todopoderosa jerarquía eclesiástica romana se puso como primer objetivo dar la vuelta al calcetín de la Curia vaticana. Y a fe que lo está consiguiendo. Con la creación del nuevo dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Bergoglio culmina la primera fase de una profunda reestructuración de Gobierno en la Santa Sede, tres años después de su llegada a Roma. Todo un récord si hablamos de los tiempos de la Iglesia.

Una de las primeras decisiones ejecutivas de Francisco fue la creación del "G-9", un grupo de cardenales, procedentes de todos los rincones del mundo, y coordinados por el hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, con el objeto de reformar una Curia anquilosada y donde el ansia de poder superaba al deseo de servicio. El excesivo poder de la Curia y su falta de control fue, sin lugar a dudas, una de las razones por las que Benedicto XVI acabó renunciando, y uno de los temas clave de las reuniones previas al Cónclave que eligió al entonces arzobispo de Buenos Aires.

Simplificar, armonizar y hacer transparente el trabajo de la Curia romana, azotada por los escándalos y causa del creciente desprestigio de la institución, fueron las peticiones del Papa a los miembros de la Comisión, según asegura su secretario, monseñor Marcelo Semerano.

Un trabajo que se ordenó en cuatro pasos, el primeo de los cuales vino precisamente con la creación de este grupo. El segundo paso fue la reforma del Sínodo de los Obispos y la convocatoria de un encuentro para hablar sobre la familia en la que, por primera vez, se escuchaban las opiniones de todos los fieles del mundo, y no sólo la de los líderes eclesiásticos. El tercer paso vino con la reforma económica y el saneamiento del Banco Vaticano. Finalmente, la creación de dos nuevos dicasterios (Laicos, Familia y Vida y el anunciado ayer) que aglutinan varias decenas de organismos que desaparecerán o se reestructurarán, aligerando el peso de la Curia.

Tras tres años de reuniones, los trabajos del G-9 han comenzado a ser operativos. Así, Francisco culmina con la reestructuración curial, que ha llevado a la creación de cuatro grandes bloques organizativos. En primer lugar, el "superministerio" o Secretaría para la Economía, encargada de controlar los gastos de la Curia.

En segundo término, la coordinación de los medios de comunicación, con la creación de la Secretaría para la Comunicación. En tercer lugar, la erección de un nuevo dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, muy en la línea de su exhortación "Amoris Laetitia". Y, finalmente, el ayer anunciado sobre Servicio del Desarrollo Humano Integral, que será competente en las cuestiones que se refieren a las migraciones, los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura.

De este modo, Francisco aborda grandes cambios en las cuestiones económicas, uno de los aspectos más polémicos del gobierno vaticano desde hace décadas; afronta el desafío de la evangelización a través de los "nuevos púlpitos", los medios de comunicación y las redes sociales; abre un cauce para un cambio de modelo en la pastoral familiar, el papel de la mujer y de los laicos en la Iglesia, incluso en puestos de mando; y hace a la institución "retornar" al Evangelio de los más pobres y necesitados, con la creación de un dicasterio dedicado a los más alejados. Un anuncio, éste último, que se hace en mitad del Año de la Misericordia y días antes de la canonización de la "santa de los pobres", madre Teresa de Calcuta.

Más allá de las presiones internas, el Papa ha dejado, en infinidad de ocasiones, su firme intención de llevar adelante la reforma de la Curia "con determinación, lucidez y resolución, porque la Iglesia siempre debe ser reformada". Así se lo dijo, a la cara, a los miembros de la Curia durante un encuentro de Navidad.

Ni escándalos como los del "Vatileaks II", las visitas de algunos curiales al Papa emérito Benedicto XVI o los posicionamientos públicos en contra de las reformas planteadas por Bergoglio conseguirán parar a Francisco en su misión. Y es que Bergoglio es un experto en luchar contra el "terrorismo de los chismes", el "Alzheimer espiritual" y otros pecados de algunos de los máximos mandatarios de la Iglesia.

Porque resulta evidente que los cambios en la estructura tienen como objetivo último, junto a un cambio en la forma de trabajar, un golpe de timón en los destinatarios del servicio: ya no pueden ser los eclesiásticos, ya no puede existir una Curia única y exclusivamente centrada en sí misma, obsesionada por la "autorreferencialidad" que tanto daño ha hecho a la estructura vaticana. El auténtico objetivo de las reformas es acudir a aquellos a los que se dirigió Jesús: los pobres, los perseguidos, los débiles, los alejados.

De ahí que, junto al trabajo en el ámbito económico y comunicativo, las otras dos patas del banco de las reformas sean dos grandes dicasterios dedicados a los laicos, las mujeres y la familia, de un lado; y los refugiados, enfermos, marginados, migrantes o víctimas de la trata. Nada es casual en la estrategia de Francisco, quien primero sorprendió a todos con sus gestos y su estilo participativo; posteriormente con sus palabras y documentos; y ahora, finalmente, con la toma de decisiones ejecutivas, que cuentan con el apoyo -más o menos decidido- de la mayoría de la jerarquía (en un curioso ejercicio de "autorreforma") y el respaldo, en muchos casos entusiasta, de la mayor parte de los fieles de todo el mundo.

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