"Creer más en lo sobrenatural que en el hecho histórico" Una opinión sobre las apariciones en Medjugorje

Medjugorje
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La Santa Sede publicó un documento con algunas indicaciones sobre 'el discernimiento de los presuntos fenómenos sobrenaturales' … Se citaron algunos casos ejemplares. Las 'apariciones' de Medjugorje comenzaron a principios de los años ochenta y continúan hasta nuestros días"

"El problema siempre ha existido. Ni siquiera la «revelación» pública, Jesús, sus palabras y sus hechos, han pasado desapercibidos. Los evangelios hablan de fuertes debates en torno a los milagros de Jesús"

"Pero en el Evangelio, la función de los milagros es referirse siempre a la habitabilidad de Dios dentro de los límites humanos, no alejar al hombre de ellos"

"¿Es más poderosa la presencia de Dios en Medjugorje o, por ejemplo, la posibilidad de acoger a los refugiados en nombre de Cristo?"

La Santa Sede publicó un documento con algunas indicaciones sobre «el discernimiento de los presuntos fenómenos sobrenaturales», firmado por el cardenal prefecto Víctor Manuel Fernández y aprobado por el Papa Francisco el 4 de mayo del 2024. Para la ocasión se citaron algunos casos ejemplares. Las “apariciones” de Medjugorje comenzaron a principios de los años ochenta y continúan hasta nuestros días. 

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El documento papal era muy elocuente. Sólo quisiera intentar algunas «reacciones» personales sobre la base del documento y correr el riesgo de algunas de mis propias convicciones personales. El documento también reitera lo siguiente. Las apariciones de la Virgen María pertenecen al ámbito de las revelaciones «privadas», que no deben confundirse con la revelación «pública» que encuentra su punto de llegada definitivo en la vida y las palabras de Jesús de Nazaret. Si un creyente dice que Jesús no es Dios, que no ha resucitado, ya no es creyente y la Iglesia podría incluso declararlo oficialmente hereje y ponerlo fuera de la comunidad de los creyentes. Esto ya no se hace porque no sirve a nadie. Pero si un creyente no cree ni en las apariciones de Lourdes ni en las de Fátima, no es un hereje y puede permanecer con seguridad en la Iglesia. Las apariciones de la Virgen no son «de fe» y, también por eso, no aparecen en ningún credo.

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Sin embargo, las apariciones plantean un problema. El mundo que se denomina «sobrenatural» a veces, en determinadas circunstancias, de diferentes maneras, se muestra a los humanos, «aparece». En ese momento, los humanos, supuestos destinatarios de esas manifestaciones, se ven obligados a tomar partido: sucede que algo sobrenatural se manifiesta «naturalmente». Es una paradoja y se hace necesario el peligroso paso del allá arriba al aquí abajo. Y en la transición se corre el riesgo de tomar por sobrenatural lo que no lo es. O viceversa: de considerar como no sobrenatural lo que sí lo es. Los criterios que enuncia el documento de la Santa Sede son un intento de trazar un camino difícil de recorrer porque define un camino indefinible: es un camino que pretende ascender de la tierra al cielo o descender del cielo a la tierra.

Es posible que incluso esos criterios no funcionen, no por culpa suya, sino por el carácter impermeable del camino. Así que se puede concluir muy salomónicamente señalando que el problema siempre ha existido. Ni siquiera la «revelación» pública, Jesús, sus palabras y sus hechos, han pasado desapercibidos. Los evangelios hablan de fuertes debates en torno a los milagros de Jesús. Ejemplar en esto es el evangelio de Juan, con sus siete relatos de milagros y los violentos debates que siguen. Incluso el más espectacular de esos milagros, la resurrección de Lázaro, provoca reacciones opuestas. «Muchos de los judíos que se habían acercado a María, al ver lo que había realizado, creyeron en él». Así pues: el milagro suscita la fe. Pero el evangelio continúa relatando que algunos informaron de lo sucedido a las autoridades religiosas y éstas tomaron una decisión drástica: «desde aquel día... decidieron matarle». Dios «se revela» a través de los gestos espectaculares de Jesús. Pero la fe sólo surge si los hombres se deciden por ella. Y los hombres a menudo deciden en contra.

Voy a intentar explicarme un poco más detenidamente al respecto.

La posmodernidad ha traído consigo también el efecto de una ‘desintegración antropológica’. A diferencia de lo que ocurrió en la modernidad, hoy la racionalidad, la emocionalidad y el instinto luchan por convivir dentro de la persona individual, provocando una especie de convivencia forzada entre ellas, como personas separadas en casa. En esta condición, la adhesión religiosa es cada vez más prerrogativa de la emoción, del sentimiento, eclipsando la coherencia racional de las ideas consideradas sensatas. A menudo encuentro personas que van a la iglesia, se declaran cristianas y creen simultáneamente, por ejemplo, en la reencarnación; o quienes asumen que nuestra alma es parte de Dios; o que Dios es la suma de todo lo que existe.

Otro elemento a tener muy en cuenta es la ‘corrosión de los vínculos institucionales’. A diferencia de la modernidad, hoy somos reacios a “confiar” en las instituciones, porque hemos visto toda su ‘incapacidad e inconsistencia’ para poder dar realmente respuestas efectivas a los problemas comunes de la vida personal y social. En esta condición, la autoridad de una religión institucional ya no es creíble a priori, incluso antes de haber captado verdaderamente su mensaje profundo. Esto deja lugar a un individualismo espiritual, en el que la expectativa del sentido último y la construcción de una visión del mundo basada en él sólo puede hacerse individualmente, con una búsqueda que, en última instancia, nunca podrá llegar a una plenitud suficiente.

Individualista - Qué es, definición y concepto

Ante todo esto, las religiones institucionalizadas reaccionan de dos maneras. 

1.- Por un lado, como reacción a la pérdida de autoridad, endurecen las identidades teológicas, intentando fortalecer la unidad de la visión teológica, quitando espacio al pensamiento divergente. Esto parece llevar a la desorientación de algunos creyentes, que en este individualismo espiritual se sienten "sin límites ni horizontes", pero acaba bloqueando su investigación personal y les empuja a confiar ciegamente en la autoridad religiosa a la que se refieren. Los fundamentalismos, extremismos y fanatismos religiosos que vuelven a aparecer son efecto de este "miedo" a la pérdida de identidad, pero provocan una adhesión religiosa que puede llegar a ser verdaderamente peligrosa e inhumana. Si ves a un enemigo, es más probable que te unas para luchar contra él.

2.- Por otro lado, sin embargo, asistimos a la sobrecarga de valor que ofrecen los exponentes de las religiones tradicionales a todo lo que provoca emociones intensas y no ordinarias, entendido como un acontecimiento en el que el "trascender" se hace significativamente presente. Hoy más que nunca, las presencias angélicas, las manifestaciones milagrosas, los fenómenos "distintos" de la llamada normalidad, resultan muy atractivos precisamente por su posibilidad de hacer "sentir" lo trascendente, independientemente de cualquier forma de pensamiento teológico que puedan transmitir. Medjugorje, por ejemplo y en este sentido, concentra una parte de ese interés de inquietud y búsqueda espiritual en las presencias angelicales.

¿Cómo se pueden leer estos fenómenos a nivel evangélico? Si miramos el conjunto de la revelación, centrada en Jesús, debemos reconocer que la fe nace de una relación personal entre el creyente y Cristo, donde la dimensión de los sentimientos es central y donde la reflexión racional llega después de que la persona ha sido fascinada por Cristo. Pero donde el equilibrio interno de la persona esté garantizado por la relación real con Cristo, no por la adhesión dogmática a verdades abstractas. Todos los "conversos" mencionados en los evangelios siguen esta dinámica: para ellos “vivir es Cristo”, es decir, no un conjunto de ideas que deben coordinarse entre sí, sino una persona viva que los ama y que, por tanto, se convierte en su amor.

Este mismo punto de partida, la relación con Cristo es posible hoy por la fuerza del Espíritu Santo, que es verdaderamente el único capaz de "mediar" lo trascendente. Pero no se deja "hacer exclusivamente" por nadie, ni por la Iglesia institucional, ni por los milagros. En los Hechos de los Apóstoles queda muy claro que el creyente llega a la Iglesia después de haber encontrado a Cristo en el Espíritu, no antes. Por eso la fe nace también fuera de la Iglesia, allí donde hay huellas de Cristo capaces de captar el corazón humano. No hay impedimento para la obra del Espíritu. La tarea de la Iglesia es poder ver su obra en todas partes, realzando sus huellas dondequiera que asomen, se revelen, estén.

Dicho lo anterior, tantas veces me he preguntado sobre el tema del valor de los milagros en relación con la fe cristiana. Medjugorje también me lo hace recordar. Y me sigue sorprendiendo que a no pocas personas les resulta mucho más fácil creer en la posibilidad de los milagros que en la historicidad de los datos. Incluso uno puede encontrarse con personas que hasta están mucho más dispuestos a creer en lo que se refiere a Medjugorje que en la resurrección de Jesús, o en presencias demoníacas, consideradas absolutamente ciertas, que en la derivación histórica de la Iglesia de Cristo.

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"No voy a entrar, no soy quién para hacerlo, en los méritos de la veracidad o no de Medjugorje. Lo que me sorprende, sin embargo, es cómo algunas personas encuentran una diferencia sustancial entre la credibilidad de los datos históricos y los datos sobrenaturales"

No voy a entrar, no soy quién para hacerlo, en los méritos de la veracidad o no de Medjugorje. Lo que me sorprende, sin embargo, es cómo algunas personas encuentran una diferencia sustancial entre la credibilidad de los datos históricos y los datos sobrenaturales. ¿Por qué sucede esto hoy? Es innegable que incluso muchos adultos de hoy están atrapados por esta extraña -por supuesto para mí- voluntad de creer más en lo sobrenatural que se hace perceptible en experiencias fuera de los límites normales de las leyes físicas, que en el hecho histórico que se presenta como un lugar de "presencia" de lo sobrenatural dentro de estos mismos límites.

Por eso decía antes, o trataba de hacerlo, que una posible respuesta pueda provenir de la condición de fragmentación interna que vive el hombre posmoderno. La cabeza, el corazón y el cuerpo a menudo viven separados en casa, sin poder comunicarse ni confiar el uno en el otro. Y si lo aplico a la cuestión del valor de los milagros deduzco que hoy las experiencias sensoriales normales, dentro de los límites de las leyes físicas, ya no pueden tomarse como base para percibir lo sobrenatural. El cuerpo ya no transmite trascendencia dentro de los límites humanos, porque el corazón ya no cree que la presencia de Dios sea posible dentro de ellos. Su presencia sólo es posible fuera de estos límites, subvirtiéndolos y permitiendo una experiencia que, sin embargo, siempre permanece en el ámbito de lo que no puede verificarse objetivamente y, por tanto, no puede compartirse socialmente, fundamentando así una percepción de Dios que tiende a ser puramente subjetiva.

A mí me resulta llamativo que suelan ser precisamente los apologistas más enérgicos, partidarios de la verificabilidad objetiva del valor del cristianismo, quienes inviertan mucha energía en sostener la verdad de estas experiencias milagrosas, porque carecen de la posibilidad de darles cuerpo, consistencia, a la fe, manteniéndose dentro de los límites naturales del hombre. Visto así, esta forma de cristianismo, que necesita del milagro para establecer su adhesión a Cristo, carece de encarnación suficiente. Dios es perceptible sólo en una experiencia limitante y no dentro de los límites de cada experiencia.

Pero en el Evangelio, la función de los milagros es referirse siempre a la habitabilidad de Dios dentro de los límites humanos, no alejar al hombre de ellos. “¿Qué es más fácil: decirle al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda? Ahora bien, para que sepas que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados, te mando – dijo al paralítico – levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2,9- 11). En la tierra. En la historia. En el “caro salutis caro”. Es decir, dentro de los límites humanos. ¿Es más poderosa la presencia de Dios en Medjugorje o, por ejemplo, la posibilidad de acoger a los refugiados en nombre de Cristo? Si sigo el evangelio ¿Medjugorje sirve para confirmar que Dios está presente precisamente en los cristianos que se ocupan de los refugiados?

Me pregunto, para acabar, ¿qué tipo de cristianismo creemos que perseguimos mientras mantenemos esta fractura entre la experiencia espiritual extrasensorial y la vida cotidiana concreta? Es innegable que el cristianismo necesita cuerpo, materia para existir. Pero no creo que le hagamos un buen servicio a Cristo reemplazando la carne real y actual, de nosotros mismos y de los demás, con una corporalidad ‘virtualizada’ en experiencias espirituales extrasensoriales. Ciertamente Dios también se revela allí, pero lo hace porque volvemos a nuestra vida cotidiana y allí encontramos la revelación cotidiana, la de ‘la puerta de al lado’, de Dios dentro de los límites naturales de nuestro cuerpo.

Plan de transición hacia el "nuevo normal"

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