El Papa en las Segundas Vísperas de Nuestra Señora de las Nieves en Santa María la Mayor El Papa aclama a la Virgen con versos de San Cirilo: "Dios te salve, María,  lámpara que nunca se apaga, pues de ti ha nacido el Sol de justicia"

El milagro de la nieve
El milagro de la nieve

"La gracia es  algo que nadie puede merecer, ni mucho menos comprarse; sólo se puede recibir como don"

"Aquí la gracia aparece en su realidad más concreta, despojada de cualquier revestimiento mitológico,  mágico y espiritualista, que siempre están al acecho en el ámbito de la religión"

"El pueblo fiel viene a pedirle su bendición a la Santa Madre de Dios, porque  ella es la mediadora de la gracia que brota siempre y sólo de Jesucristo, por obra del Espíritu Santo"

"De manera particular, durante el año próximo, Año Santo del Jubileo, serán muchísimos los  peregrinos que vendrán a esta basílica a pedir la bendición a la Madre"

Por primera vez en su pontificado, el Papa Francisco se hizo presente en las Segundas Vísperas de Nuestra Señora de las Nieves, este 5 de agosto, aniversario de la dedicación de la basílica de Santa María la Mayor. La diócesis de Roma celebra esta solemnidad con un triduo lleno de fervor popular y evoca cada año "el milagro de la nieve" a través de una lluvia de pétalos blancos que descienden del techo de la basílica.

En su homilía, el Papa explicó el símbolo de la 'nevada' y el icono de la Salus populi romani, ante la que reza antes y después de cada uno de sus viajes apostólicos. Francisco recuerda que "la gracia es  algo que nadie puede merecer, ni mucho menos comprarse; sólo se puede recibir como don" y, por eso, tiene que despojarse "de cualquier revestimiento mitológico,  mágico y espiritualista, que siempre están al acecho en el ámbito de la religión".

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El Papa Liberio y el milagro de la nieve

Y, por otro lado, la Virgen es "la mediadora de la gracia". Por eso, "el pueblo fiel viene a pedirle su bendición a la Santa Madre de Dios, porque  ella es la mediadora de la gracia que brota siempre y sólo de Jesucristo, por obra del Espíritu Santo". Y lo hará de una manera especial durante el Jubileo del 2025, porque su basílica será una de las puertas santas jubilares. 

Texto íntegro de la homilía papal

Me gustaría compartir con ustedes una breve reflexión partiendo de dos signos que  caracterizan esta celebración: el primero se refiere a la tradicional “nevada”, que tendrá lugar en un momento, durante el Magníficat; el segundo es el icono de la Salus populi romani. Estos dos signos,  bien comprendidos, nos pueden ayudar a entender el mensaje de la Palabra de Dios que hemos rezado  con los salmos y escuchado en la lectura. 

La “nevada”, ¿es solamente algo folclórico o tiene un valor simbólico? Depende de nosotros,  de cómo la percibimos y del sentido que le damos. Todos sabemos que esta evoca el fenómeno  prodigioso que le indicó al Papa Liberio el lugar donde construir la basílica antigua. Sin embargo, el  hecho de que este signo se repita en la solemnidad de hoy, en el interior de la basílica y durante la  liturgia, nos invita a una lectura más bien simbólica.  

Por eso sugiero que nos dejemos guiar por dos versículos del libro del Eclesiástico que, a  propósito de la nieve que Dios hace caer del cielo, nos dice que «el resplandor de su blancura  deslumbra los ojos y el espíritu se embelesa al verla caer» (Si 43,18). Aquí, el sabio pone de  manifiesto el doble sentimiento que el fenómeno natural produce en el ánimo humano: admiración y asombro. Viendo caer la nieve, “su blancura deslumbra los ojos” y “el espíritu se embelesa”. Y es  este dato el que nos orienta en la interpretación del signo de la “nevada”, que se puede comprender  como símbolo de la gracia, es decir, de una realidad que une la belleza y la gratuidad. La gracia es  algo que nadie puede merecer, ni mucho menos comprarse; sólo se puede recibir como don y, como  tal, es de carácter totalmente imprevisible, precisamente como puede serlo una nevada en Roma, en  pleno verano. Por eso, la gracia suscita admiración y asombro.  

Papa y la Salus populi romani

Con esta actitud interior, podemos ahora orientar nuestra mirada hacia el segundo signo, que  es muy importante. El antiguo icono mariano que, por así decirlo, es la joya de esta basílica. En él la  gracia adquiere plenamente su forma cristiana en la imagen de la Virgen Madre con el Niño en brazos.  Aquí la gracia aparece en su realidad más concreta, despojada de cualquier revestimiento mitológico,  mágico y espiritualista, que siempre están al acecho en el ámbito de la religión. En el icono está sólo  lo esencial: la Mujer y el Hijo, como en el texto de san Pablo que hemos escuchado hace unos  momentos: «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer» (Ga 4,4). Esa Mujer es la llena de gracia,  concebida sin pecado, inmaculada como la nieve recién caída. Dios la miró con admiración y  asombro, y la escogió como Madre porque es hija de su Hijo: generada en Él antes del tiempo, se  convirtió en Madre suya en la plenitud de los tiempos. El Niño sostiene el Libro Santo con el brazo  izquierdo, y con el derecho bendice. Y la primera bendecida es ella, la Bendita entre todas las mujeres.  Su manto negro pone de relieve el vestido dorado de su Hijo, porque sólo en Él habita la plenitud de  la divinidad, y ella, con el rostro descubierto, refleja su gloria. 

Por esta razón el pueblo fiel viene a pedirle su bendición a la Santa Madre de Dios, porque  ella es la mediadora de la gracia que brota siempre y sólo de Jesucristo, por obra del Espíritu Santo.  De manera particular, durante el año próximo, Año Santo del Jubileo, serán muchísimos los  peregrinos que vendrán a esta basílica a pedir la bendición a la Madre. En referencia a eso, hoy nos  hemos reunido aquí, como una especie de avanzadilla, e invocamos su intercesión por la ciudad de  Roma y por el mundo entero, especialmente para pedir por la paz; la paz que sólo es verdadera y  duradera si parte de corazones arrepentidos y perdonados; la paz que nos viene de la Cruz de Cristo,  de su Sangre, la que Él tomó de María y derramó para la remisión de los pecados.

Quisiera finalizar dirigiéndome a la Virgen Santa con las palabras de san Cirilo de Alejandría  en la conclusión del Concilio de Éfeso: «Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella  de la mañana, Vaso virginal. Dios te salve, María, Virgen, Madre y Esclava: Virgen, por gracia de  Aquél que de ti nació sin menoscabo de tu virginidad; Madre, por razón de Aquél que llevaste en tus  brazos […]. Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe; […] Dios te salve, María,  lámpara que nunca se apaga, pues de ti ha nacido el Sol de justicia» (Homilía 11: PG 77). Santa  Madre de Dios, ruega por nosotros.  

Papa, en Santa María la Mayor
Papa, en Santa María la Mayor

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