Entrevista a la misionera comboniana que sobrevivió a un ataque en Mozambiuqe Ángeles López: "Escapé de milagro. Durante horas pensé que iba a morir, pero sé que voy a volver a Mozambique, aquí me siento un bicho raro"
"Nos cuentan que el pueblo está todavía con mucho miedo y que alguna que otra persona va llegando, pero que todavía no está poblado como antes. Hay mucho miedo"
"Llevo 50 años por allí. Y nosotras sufrimos, pero las que más sufren son las personas que se quedan completamente sin nada. Nosotras, combonianas, que también estamos en otras misiones cerca y que vivimos por medio de las Cáritas y otras cosas, intentamos por todos los medios llegar a estos campos y ayudar a tantísimas personas con un mínimo. Por lo menos a sobrevivir"
"Salté de la cama y fui a decirle a la hermana que habían llegado. Intenté abrir la puerta, pero no lo conseguía porque las balas me estaban pasando por delante. Cuando conseguí coger la manilla y abrir, ya estaba en el suelo muerta. No se podía hacer nada"
"Que me iban a matar; solo pensaba en la muerte. Me van a llevar junto a la otra que está tirada ahí afuera y me van a matar. No pensaba otra cosa"
"Esto afecta a la fe reforzando. Porque en aquel momento la fuerza no era mía, era la presencia de Dios que me estaba ayudando. Esto da fuerza y te ayuda a animar a los jóvenes a que sigan este camino, porque es muy importante y merece la pena
"Salté de la cama y fui a decirle a la hermana que habían llegado. Intenté abrir la puerta, pero no lo conseguía porque las balas me estaban pasando por delante. Cuando conseguí coger la manilla y abrir, ya estaba en el suelo muerta. No se podía hacer nada"
"Que me iban a matar; solo pensaba en la muerte. Me van a llevar junto a la otra que está tirada ahí afuera y me van a matar. No pensaba otra cosa"
"Esto afecta a la fe reforzando. Porque en aquel momento la fuerza no era mía, era la presencia de Dios que me estaba ayudando. Esto da fuerza y te ayuda a animar a los jóvenes a que sigan este camino, porque es muy importante y merece la pena
"Esto afecta a la fe reforzando. Porque en aquel momento la fuerza no era mía, era la presencia de Dios que me estaba ayudando. Esto da fuerza y te ayuda a animar a los jóvenes a que sigan este camino, porque es muy importante y merece la pena
"Me han cortado los brazos y mis niños se han quedado por allí. Y ni sé dónde pueden estar". Ángeles López es misionera comboniana. desde hace 52 años trabaja en Mozambique, y hace unas semanas sobrevivió a un atentado terrorista que acabó con la vida de una religiosa italiana, y destruyó la misión, donde trabajaban con decenas de niñas y niños que, hoy, podrían estar en manos de terroristas, y ser violadas o convertidas en niños soldado.
"Yo escapé de milagro. Durante horas pensé que iba a morir", nos cuenta, desde Madrid, esta auténtica misionera, el verdadero espíritu del Domund. Que no para de repetir que ella va a volver a Mozambique, que ésa es su tierra, su gente. Que no le importa morir por ellos. Y por Jesús, que está detrás de esas miradas que no olvida. Un testimonio vivo. 'Seréis mis testigos', reza el lema del Domund. Ella, rotundamente, lo es.
-Hoy tenemos el placer de saludar a Ángeles López. Ángeles, bienvenida a Madrid.
-Gracias
-Para quienes no la conozcan, porque los misioneros tienen una labor imparable para muchos desconocida, Ángeles viene de Mozambique. Es una misionera comboniana que lleva décadas trabajando en África. El mes pasado, sufrió un ataque terrorista en el colegio donde estaba.
Usted pudo salvar la vida. Una hermana suya y otras personas no. ¿Cómo se encuentra?
-Sí. Dos hermanas y varias chicas que teníamos estudiando allí conseguimos salvarnos. Solo mataron a una hermana.
-Cómo recuerda aquello pasadas unas semanas, después de haber podido descansar un poco. Entiendo que se ve la cosa de otra manera, aunque el dolor y el recuerdo siguen ahí.
-El dolor y el recuerdo nunca se borran. Lo que se consigue analizar es un acto barbárico del que no se comprende el significado ni para qué sirve. Porque destruir y matar no pienso que sea una cosa que lleve muy lejos a nadie. Es un objetivo bruto.
-¿Esperaban algo así, en los días anteriores?
-No, no. No se esperaba porque ya habíamos pasado otra guerra muy larga. Sí sabemos que hacen gestos barbáricos para infundir miedo y terror. Pero yo estaba confiada y no pensaba que algo así pudiera ocurrir aquella noche.
-¿Cómo está la situación allí? La misión, entiendo que no está. Pero, ¿qué saben de las chicas?
-Tenemos varias informaciones de un misionero que no salió de Mozambique. Está todavía allí y se apoya en la diócesis. Todos los días llega cerca de donde estábamos. Se queda a unos 40 km. Nos cuenta que el pueblo está todavía con mucho miedo y que alguna que otra persona va llegando, pero que todavía no está poblado como antes. Hay mucho miedo.
-Supongo que no se plantean todavía regresar. Pero ¿cuál es la idea de futuro?
-La realidad es que si ellos dan manifestaciones otra vez de hacer este gesto, el pueblo no regresa; se concentra en lugares un poco más lejos. En lugares que llamamos campos, no de refugiados, sino de desplazados. Y a esas personas hay que ayudarlas a sobrevivir el momento presente, que nunca se sabe.
Siempre es una incógnita saber cuándo podrán regresar y poder trabajar sus campos. A muchos les han quemado las casas. No todas las aldeas han sido quemadas, pero sí muchas. Nos han mandado fotografías en este tiempo sobre este problema.
-Entiendo que usted, además de salvar la vida, que es importante y de lo cual nos alegramos muchísimo, estará pensando en esas personas que quedan allí y que no dejan de ser su familia. Porque llevaba allí mucho tiempo.
-Pues sí, llevo 50 años por allí. Y nosotras sufrimos, pero las que más sufren son las personas que se quedan completamente sin nada. Nosotras, combonianas, que también estamos en otras misiones cerca y que vivimos por medio de las Cáritas y otras cosas, intentamos por todos los medios llegar a estos campos y ayudar a tantísimas personas con un mínimo. Por lo menos a sobrevivir.
-¿Cómo es su trabajo allí, en Mozambique? El de las hermanas.
-Mi trabajo fue siempre enfermera. Por edad, me había reformado hace tiempo. Y ahora tenía un centro de infancia con 160 niños desnutridos y huérfanos de 0 a 3 años. Ellos venían, cuando estaba marcado el día, a recibir papilla, leche…
Me han cortado los brazos y mis niños se han quedado por allí. Y ni sé dónde pueden estar, porque también ellos han escapado de esta situación de guerra.
-Usted, que es española y que está ahora en su patria, se sentirá extraña aquí. Supongo que querría estar allá después de tantos años y después de tantas experiencias.
-Pues sí. Realmente aquí me siento, un poco, un bicho raro. Pero tengo la convicción de que voy a regresar dentro de unos meses. Si no a aquella zona propiamente, será en otra. Siempre será mi pueblo mozambicano, en el cual he dado toda mi vida.
-Cuéntanos un poco cómo es el pueblo mozambicano. ¿Cómo son esos hombres, esas mujeres y esos niños?
-Son muy acogedores. Parece que nosotros vamos allí a enseñar muchas cosas… Y sí, la evangelización es la parte más importante, pero ellos también nos enseñan muchísimo a nosotros.
Además de acogedores, tienen mucha sed de la Palabra de Dios; hacen sacrificios enormes para llegar a las catequesis y para llegar el día de la celebración litúrgica. Mamás con cuatro o cinco hijos, familias enteras, hacen gran cantidad de kilómetros para llegar ahí a sentir la Palabra de Dios. A oír algo que le puede servir, para agradecer un poco a Dios y tener la vida más serena en este sentido.
-Qué ha aprendido de ese pueblo durante todos estos años? Es una pregunta difícil, porque entiendo que es toda una vida de aprendizaje.
-He aprendido el acogimiento. A dar lo que es necesario, no lo que sobra. Porque ellos, cuando pasas visitando sus casas, cocinan un asado, una mandioca… Lo que sea que tengan para preparar la cena, ellos te lo van a ofrecer, cuando sabemos que no tienen nada más que eso. La generosidad que tiene este pueblo en el corazón es maravillosa.
-No quiero hacerle recordar momentos complicados, pero sí, en la medida en la que usted quiera o pueda, contarnos un poco qué es lo que sucedió aquellos días? ¿Cómo cómo pasó?
-Pues fue muy simple. La tarde antes, el pueblo se ponía en marcha para emigrar. Para un éxodo. Las chicas y chicos que teníamos allí del colegio, 40 chicas y 40 chicos de 15 a 20 años, y los padres también, empezaron a decir que había mucho movimiento, muchos rumores. Se oían cosas.
Entonces, nosotras fuimos a la escuela a preguntar a los profesores qué se hacía; si mandábamos estos chicos a casa. Cuando llegamos, no había ningún profesor. Solo había un sirviente que nos dijo, mejor que los manden a casa porque los profesores son los primeros que se han ido.
Inmediatamente, les dijimos que podían ir a sus casas. Algunos consiguieron salir porque sus casas estaban cerca. Otros eran de muy lejos, y no era posible llegar. Se quedó un grupo de unos 15 a 17 con nosotras. Teníamos miedo de que llegaran y los cogieran, porque lo que más cogen es la juventud. O sea, a las chicas para abusar de ellas, y a los chicos para entrenarlos en el estilo de vida que ellos llevan.
He aprendido el acogimiento. A dar lo que es necesario, no lo que sobra. Porque ellos, cuando pasas visitando sus casas, cocinan un asado, una mandioca… Lo que sea que tengan para preparar la cena, ellos te lo van a ofrecer, cuando sabemos que no tienen nada más que eso. La generosidad que tiene este pueblo en el corazón es maravillosa.
-Convertirlos en niños-soldado.
-Sí. A una cierta hora -allí, las 20:30 es como la media noche de aquí-, nos fuimos retirando. Una hermana dijo yo me voy a la casa de las chicas porque tienen miedo, están agitadas. Y se fue a dormir con ellas. Y nosotras, dos hermanas, nos quedamos en casa; la que mataron y yo.
Fue muy simple; cada uno estábamos tranquilamente en nuestro cuarto. Esta hermana vino a ver un mensaje de teléfono conmigo, su habitación estaba junto a la mía, y entonces yo le leí el mensaje, porque ella tenía un problema. Me dijo voy a contestar. Y se fue a su cuarto. No había cerrado todavía la puerta cuando oí un disparo grandísimo. Salté de la cama y fui a decirle a la hermana que habían llegado. Intenté abrir la puerta, pero no lo conseguía porque las balas me estaban pasando por delante. Cuando conseguí coger la manilla y abrir, ya estaba en el suelo muerta. No se podía hacer nada.
Seguían disparando y al mismo tiempo partiendo la puerta de la casa. Como pude, salí por una puerta trasera con la idea de avisar a la otra hermana que estaba con las chicas. Ella había oído, pero no había visto qué ocurría.
Esta hermana vino a ver un mensaje de teléfono conmigo, su habitación estaba junto a la mía, y entonces yo le leí el mensaje, porque ella tenía un problema. Me dijo voy a contestar. Y se fue a su cuarto. No había cerrado todavía la puerta cuando oí un disparo grandísimo. Salté de la cama y fui a decirle a la hermana que habían llegado. Intenté abrir la puerta, pero no lo conseguía porque las balas me estaban pasando por delante. Cuando conseguí coger la manilla y abrir, ya estaba en el suelo muerta. No se podía hacer nada
Me cogieron cuando abrí la puerta. Me hicieron poner las manos en la nuca y me preguntaron quién hay aquí. Nadie, les dije. Mi hermana, que ha muerto, y yo. Aquí no hay nadie, déjenme en paz.
No me hacían caso. Me dijeron que estaba haciendo mucho ruido, me llevaron frente a la casa y me tuvieron casi una hora mientras entraban en la casa y la quemaban.
-¿Qué le pasa por la cabeza en esos momentos?
-Que me iban a matar; solo pensaba en la muerte. Me van a llevar junto a la otra que está tirada ahí afuera y me van a matar. No pensaba otra cosa.
-Y qué sucede cuando cuando pasa esa hora. ¿Se van? ¿La dejan? ¿Logra usted huir?
-Cuando pasó ese momento, ellos quemaron la Iglesia grande y de ahí se fueron a la casa de los padres, dos misioneros italianos, a romper puertas y entrar. Me dijeron está libre, pero mañana sale de aquí, no queremos tu religión.
Yo me fui corriendo a buscar a la otra hermana. Como no había nada que hacer, nos fuimos con las niñas al bosque. Eran ya las diez de la noche. Pasamos toda la noche allí. Y mientras, ellos estaban quemando el internado, los almacenes. De la casa los padres quemaron todo. Con la suerte -no sé, fue Dios- de que los dos cuartos de ellos no los tocaron. Se habían quedado en sus habitaciones encerrados cuando oyeron los tiros, esperando a ver qué se pasaba. No les hicieron nada. Tuvieron suerte.
Cuando amaneció, a las 4:30h de la mañana, yo salí corriendo a ver si los padres estaban vivos. Los encontré. Más tarde salió la otra hermana con las chicas del bosque.
-Y pudieron contactar con las autoridades, entiendo, o con la congregación.
-A una cierta hora, porque nosotros estábamos del distrito, que sería el centro, a 90 kilómetros. La hermana que se fue con teléfono, había conseguido aquella noche comunicar con el obispo de Nacala, y el obispo parece que comunicó a la autoridades. Y a las seis y media o las siete de la mañana llegaron los militares locales, pero ya estaba todo resuelto.
-¿Ha tenido ocasión de hablar con el papa Francisco, o con algunas autoridades? ¿Le han preguntado por su por su experiencia? ¿Cómo se ha sentido tratada por la institución?
-Con el papa Francisco no hubo posibilidad de hablar. Yo estuve solo cinco días en Roma. Pero he sido bien acogida en todos lados. Me han prestado mucha atención. Nos tomaron declaración en la Policía de Roma y en la Policía de Madrid, como es normal. Y en todos lados han visto el gesto barbárico que hemos tenido que asumir como llegó. No había otra hipótesis.
-¿Afectan a la fe o a la vocación este tipo de acontecimientos?
-Pienso que afecta reforzando. Porque en aquel momento la fuerza no era mía, era la presencia de Dios que me estaba ayudando. Esto da fuerza y te ayuda a animar a los jóvenes a que sigan este camino, porque es muy importante y merece la pena.
-Qué le diría a los chicos y a la chicas que se están planteando su vocación desde un punto de vista también de misión, de viajar, de ir a otros países a llevar el Evangelio, y también a trabajar por la justicia y por una mejor educación, un mejor desarrollo para todos.
-Les diría que no tengan miedo, que vayan adelante. Que aquella simiente de vocación que están sintiendo en su corazón la hagan germinar y sigan este camino. Porque merece la pena dar la vida por un ideal que prácticamente es un servicio a Dios y a los pobres. Sobre todo en aquel campo, donde hay mucha pobreza, mucha necesidad de todo, lo veo muy importante. Es muy necesario. Y la paz del corazón, a pesar de todo esto, no se pierde.
-Me da a mí que va a tardar poco en regresar. Que, en cuanto pueda, va a volver a su casa. A Mozambique.
-Sería maravilloso. Espero que alguien venga a visitarme. Aquí, en España, son pocos los jóvenes que se animan. Sin embargo, recibíamos muchísimos grupos de Italia, cada año, para ver nuestra vida, nuestra experiencia y nuestro testimonio. Y se iban contentísimos. Es una experiencia muy necesaria también para ellos.
-Hermana Ángeles, no le quiero robar más tiempo. Muchísimas gracias por contarnos la historia, por ser un testigo del Evangelio y de todo lo que sucede en el mundo. Y ojalá pueda cumplir su sueño y regresar a su casa con sus niñas y a seguir y a seguir trabajando. Y en la medida en la que podamos colaborar, ya sabe dónde nos tiene.
-Muchas gracias a ustedes también.
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