Pedro Miguel Lamet publica 'La pluma encarcelada', su nuevo libro, en Mensajero Fray Luis de León, un poeta ante la Inquisición, una increíble resiliencia
¿Qué significa realmente ser libre? Esta es la pregunta que atraviesa 'La pluma encarcelada', que publica Pedro Miguel Lamet en la editorial Mensajero
El libro plantea un problema esencial: la colisión entre la búsqueda honesta de la verdad y un sistema dispuesto a castigar cualquier desviación. En el siglo XVI, fray Luis de León encarnó esa batalla
"Lamet nos invita a reflexionar sobre las formas modernas de censura y control: ¿Hasta qué punto hemos avanzado, o seguimos, de alguna manera, siendo 'prisioneros' cuando se trata de expresar ideas incómodas o poco convencionales?"
"Fray Luis, humanismo plural, consiguió unir ciencia, espiritualidad y creatividad. La gran síntesis humana que logró no puede ser alcanzada ni siquiera por la tan valorada y temida Inteligencia Artificial"
"Lamet nos invita a reflexionar sobre las formas modernas de censura y control: ¿Hasta qué punto hemos avanzado, o seguimos, de alguna manera, siendo 'prisioneros' cuando se trata de expresar ideas incómodas o poco convencionales?"
"Fray Luis, humanismo plural, consiguió unir ciencia, espiritualidad y creatividad. La gran síntesis humana que logró no puede ser alcanzada ni siquiera por la tan valorada y temida Inteligencia Artificial"
(Grupo de Comunicación Loyola).- ¿Qué significa realmente ser libre? Esta es la pregunta que atraviesa La pluma encarcelada, que publica Pedro Miguel Lamet en la editorial Mensajero. Y esta pregunta se la hace no solo en términos de libertad física, sino de pensamiento, de expresión y de conciencia.
El libro plantea un problema esencial: la colisión entre la búsqueda honesta de la verdad y un sistema dispuesto a castigar cualquier desviación. En el siglo XVI, fray Luis de León encarnó esa batalla, enfrentando la cárcel y la persecución por desafiar los límites impuestos por el poder religioso y estatal.
Lametno solo nos relata la vida de un hombre atrapado en las redes de la Inquisición; tambiénnos invita a reflexionar sobre las formas modernas de censura y control. ¿Hasta qué punto hemos avanzado, o seguimos, de alguna manera, siendo «prisioneros» cuando se trata de expresar ideas incómodas o poco convencionales? Esta novela histórica, con el rigor y la profundidad que caracterizan al autor, no se limita a reconstruir el pasado, sino que lanza un espejo hacia el presente, donde la lucha por la libertad de pensamiento sigue tan vigente como entonces. Dejemos que el autor nos cuente más sobre todo ello…
-Después de una obra tan variada y prolífica, donde destacan tus novelas históricas, ¿por qué ahora una sobre fray Luis de León?
-Su figura siempre me ha fascinado. Entre los ilustres personajes del siglo XVI que ya he abordado —como Ignacio de Loyola, Francisco de Javier, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Francisco de Borja, Pedro Ribadeneira y, también el cardenal Cisneros— fray Luis de León era el que faltaba. Siempre me ha intrigado y desafiado, por considerarlo esa pincelada compleja e imprescindible para completar el cuadro narrativo de este siglo tan valioso. Además, representa un antecedente monumental en la libertad teológica y de expresión, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Sin embargo, confieso que le tenía cierto miedo, porque su historia supone un reto como novelista: acercar al lector a un personaje cuyo drama es más intelectual, un conflicto de ideas y pensamiento más que de hechos externos, y la novela suele requerir acción.
-¿Qué vigencia puede tener fray Luis de León en el mundo actual?
-Fray Luis ha suscitado y sigue despertando el interés de historiadores, teólogos, literatos y exegetas. Basta ver la reciente recopilación bibliográfica de Rafael Lazcano en Tesauro Agustiniano, León, Fray Luis de, n.11. Su figura destaca como una de las más fascinantes del Renacimiento español, hasta el punto de considerarlo el humanista del siglo XVI que más se adelantó a su época y que mostró mayor libertad en un contexto de persecución inquisitorial. Teólogo, filósofo, lingüista, biblista, astrónomo y poeta, acumuló casi todos los saberes del Siglo de Oro. Hoy más que nunca, su poesía, sus estudios bíblicos, su traducción de El cantar de los cantares y su postura frente al poder y las intransigencias de su tiempo son de plena actualidad.
-¿Cómo planteaste en La pluma encarcelada la tarea de interesar a un lector de nuestro tiempo?
-Como en todas mis obras de este género, antepuse el rigor histórico. No comparto la tendencia de ciertos novelistas actuales que tienden a inventar y desfigurar personajes históricos para hacer sus relatos más amenos. Todo lo que cuento sobre fray Luis de León tiene fundamento documental y biográfico. Para esto, he empleado un recurso ficticio: dos estudiantes salmantinos, Rubén y Salvador, discípulos de fray Luis, que, al ver a su maestro procesado y encarcelado, deciden investigar su vida. Así aflora el contexto histórico de la España de Felipe II y, sobre todo, la vida estudiantil en la Universidad de Salamanca de la época. También me esforcé en incorporar textos clave de la literatura luisiana, que forman una pequeña antología dentro de la historia, ya que sin ellos no se entiende la personalidad del personaje.
-¿Qué similitudes encuentras entre la época de fray Luis y la nuestra?
-Fray Luis, formado en la época de Carlos V, cuando España vivía la expansión universal y la primera globalización, desarrolló su vida académica y literaria en pleno reinado de Felipe II. Esta era una época caracterizada por el centralismo castellano-nacionalista, donde el Estado se gobernaba desde un despacho, dominando el mundo a través de la censura, la contrarreforma, el regalismo y un espíritu conservador propio de Trento. Era un tiempo de neoescolástica y un arte renacentista con un contenido principalmente religioso. Hoy, es fácil observar en ciertos políticos similares tentaciones de control autocrático.
-¿Y todo esto bajo la vigilancia de la Santa Inquisición?
-Así es, la Inquisición era omnipresente. Aunque recientes estudios matizan la dureza de la leyenda negra —incluso parece que algunos delincuentes preferían ser juzgados por el Santo Oficio antes que por las crueles cárceles civiles—, lo cierto es que la Inquisición amordazaba la libertad de expresión, exageraba la pureza de sangre y exterminaba cualquier pensamiento que se apartara de una estricta ortodoxia. Esto generaba un ambiente de angustia, persecución y miedo. Dos grandes víctimas de esta injusticia fueron el arzobispo Bartolomé Carranza y fray Luis de León, quien pasó casi cinco años en prisión.
-¿Y contaba la Inquisición con el apoyo del rey Felipe II?
-Sí, Felipe II, siguiendo los consejos de su padre, era un firme partidario del Santo Oficio y asistía a los Autos de Fe. Esto se observa claramente en el caso de Antonio Pérez, quien, tras huir a Aragón con secretos de Estado, se amparó en los fueros del reino para intentar escapar a Francia. Felipe recurrió a la Inquisición para detenerlo, sin éxito. Desde El Escorial, el monarca estaba al tanto de todo.
-Mucho se ha debatido sobre el carácter de fray Luis. En tu opinión, ¿rompía con los códigos de un fraile de su tiempo?
-El humanismo renacentista de fray Luis iba más allá de las costumbres conventuales. Como profesor universitario y sabio brillante, dejaba a un lado el mundo, pero también podía glosar el amor humano con estilo petrarquista y traducir literalmente El cantar de los cantares. Daba consejos a recién casadas, dedicaba obras a mujeres, se preocupaba de su economía y tomaba imágenes y anécdotas de la vida laica. Sin renunciar a su fe, elogiaba la cultura del mundo clásico, colaboró en la redacción del calendario gregoriano y hasta tenía aficiones esotéricas. Influía en su orden, de la que fue elegido provincial horas antes de morir.
-¿Cómo era, psicológicamente, el maestro León?
-Muy complejo. Tenía una mezcla de intelectual racionalista y poeta sensible. Era capaz de conmoverse ante la música, un pájaro, una flor. Mostraba, en sus horas bajas, rasgos de depresión, pero siempre resurgía para seguir luchando, denunciando abusos y defendiendo a los pobres. Podríamos llamarlo ciclotímico, hipersensible, aunque moderado por su ascética. Su biógrafo Bell dice de él: “arrogante por naturaleza, humilde por virtud”.
-Y que amaba, como canta en sus versos, la “descansada vida…”
-Sí, aunque es otro de sus contrastes. Amaba la vida del campo, idealizaba al agricultor y al pastor, pero pasó gran parte de su vida en los círculos universitarios y en las negociaciones de la Corte. Su amor sincero a la Iglesia nunca le impidió defender la verdad cuando creía haberla alcanzado.
-Curiosamente, hace poco se ha hablado de una de sus amigas, Ana de Jesús, que fue beatificada en Bruselas por el papa Francisco.
-Sí, una mujer peculiar: brillante, bella y santa, pero perseguida por sus superiores carmelitas por ser fiel al espíritu de Santa Teresa. Fray Luis la defendió hasta el final, incluso ayudando a publicar las obras de la santa de Ávila. Fue acusado por elogiar su misticismo y porque su mula pasaba mucho tiempo junto al convento de Ana en Madrid. Es curioso que hayan tardado más de cuatro siglos en beatificarla.
-¿Cuáles fueron los motivos del proceso contra fray Luis?
-La envidia y el odio. En Salamanca, había una rivalidad entre catedráticos de diferentes órdenes. Los maestros hebraístas defendían la traducción de la Biblia desde el hebreo, mientras que solo se permitía la Vulgata. Sus adversarios aprovecharon esto para acusarlos de herejía; fray Luis y sus compañeros fueron encarcelados, y uno de ellos, Gaspar de Grajal, murió. Su origen judío y su traducción de El cantar de los cantares también jugaron en su contra.
-¿Y cómo consiguió al final recuperar su libertad y su cátedra?
-Con su increíble resiliencia. A pesar de la depresión y la angustia, se defendió desde la cárcel, escribiendo centenares de folios. Al final, la causa se volvió insostenible para la Inquisición y fue puesto en libertad, en parte gracias a amigos influyentes y al propio Felipe II. La frase “Decíamos ayer” no parece ser literal, aunque sí refleja su espíritu de retomar las clases sin revanchismo.
-Después de tu investigación, ¿cuál es, para ti, su mayor contribución?
-Encarnó, como pocos, la poliédrica personalidad del hombre renacentista. Su autenticidad y libertad de pensamiento frente al poder son su legado más fuerte. Su contribución a la exégesis moderna y a la libertad teológica lo convierten en un precursor de una Iglesia que solo alcanzaría madurez en el Vaticano II. La autoridad de la Vulgata se mantuvo hasta 1943, cuando Pío XII permitió traducciones desde el original.
-Pero, ¿no es la poesía lo que mejor define a fray Luis?
-Sin duda, la poesía lo define. En sus poemas y en la poesía de su prosa se percibe lo más profundo de su ser. En sus versos, el filólogo, el erudito y el filósofo se revelan como un niño sensible e incomprendido. Su melancolía y búsqueda de Dios fueron el motor de su fe y vocación. Por eso subtitulo mi libro Un poeta ante la Inquisición.
-Para terminar, ¿cuál sería su mensaje más valioso para el hombre de hoy?
-Su humanismo plural. Fray Luis consiguió unir ciencia, espiritualidad y creatividad, algo muy necesario en una época como la nuestra, donde los saberes están fragmentados. Recuperar esta armonía universal y un enfoque holístico es urgente en nuestra sociedad, víctima de la trivialización y el materialismo. La gran síntesis humana que logró no puede ser alcanzada ni siquiera por la tan valorada y temida Inteligencia Artificial.