Del libro de Maquiavelo sobre los Principados eclesiásticos a la audiencia papal del 28 de febrero Bergoglio, la vanagloria, Maquiavelo y lo presuntuoso (I)
"Leyendo, pues, a Maquiavelo lo de 'presuntuosos', lo relacioné -relación mayor o menor- con la vanagloria, la petulancia y la presunción, en la catequesis del Papa Francisco"
"Es muy de lamentar que en esa predicación y en las anteriores no haya quedado nítida la diferencia entre lo que son vicios y lo que son pecados, incluidos los llamados capitales"
"El arzobispo de Valladolid fue visto próximo al cardenal Matteo Maria Zuppi y a un encapuchado armenio, susto de niños y niñas, y eso días antes de ser proclamado presidente de la Conferencia Episcopal Española, por supuesto sin la hipocresía que supone una campaña electoral"
"El arzobispo de Valladolid fue visto próximo al cardenal Matteo Maria Zuppi y a un encapuchado armenio, susto de niños y niñas, y eso días antes de ser proclamado presidente de la Conferencia Episcopal Española, por supuesto sin la hipocresía que supone una campaña electoral"
La semana que comenzó el lunes, 26 de febrero, de este mismo año, vi y oí el mensaje del Papa Francisco en la Audiencia general del 28 de febrero, que continuó con la predicación acerca de los vicios y las virtudes, un nuevo ciclo de catequesis que se inició en la Audiencia General del 27 de diciembre último. Desde entonces, el Papa argentino viene catequizando sobre vicios y pecados, también sobre los llamados capitales.
El 7 de febrero incluyó un vicio muy peculiar que es el de la tristeza, tan peculiar que, a mi juicio, no es un vicio, sino una desgracia e incluso una enfermedad, muchas veces precisada de atención psiquiátrica para evitar suicidios. ¡Qué buena ocasión perdida para ser el Papa caritativo con quienes son y están tristes, con esa tristeza tan peligrosa que es la depresión, que daña a tantos y a tantas!
En la Audiencia General del 28 de febrero, la predicación fue sobre la envidia y la vanagloria en la Sala Pablo VI, en el Vaticano. En la Audiencia General del 6 de marzo, también de 2024, la predicación fue sobre la soberbia, esta vez en la fría Plaza de San Pedro, pareciendo Su Santidad estar hinchado.
Y fue el jueves 29 de febrero, de la misma semana, cuando, estudiando el libro de Bertrand Russel, titulado El Poder, editado en España, en 2023, por RBA, en la página 64, sobre el Poder Sacerdotal, encontré transcrito un trozo escrito por Maquiavelo en su libro El Príncipe, en el capítulo XI, De los principados eclesiásticos.
En ese libro maquiavélico del florentino funcionario, se escribe:
“Mas, estando regidos (los principados eclesiásticos) por una razón superior, inalcanzable para una mente humana, los dejaré de lado: elevados y preservados como están por Dios, sería propio de alguien presuntuoso y temerario examinarlos”.
Incidentalmente señalaré que jamás fui advertido del humorismo de Maquiavelo, como parece deducirse del párrafo trascrito. Sí, por el contrario, fui advertido de sus muchos pecados y cosas terribles de N. Maquiavelo por haber escrito lo que escribió, que son verdades elementales para la Ciencia Política que alumbró.
Claude Lefort, al principio de su obra antológica, Maquiavelo, publicada en España por Trotta en 2010, escribe: “Maquiavelo es objeto de un odio universal, siendo denunciado como hereje, ateo, mahometano; es acusado de todos los crímenes por aquellos que se encarnizan sucesivamente en su refutación (¿no se llega incluso a juzgar su doctrina como más perniciosa que la herejía protestante?)”.
Jürgen Habermas, en el reciente e importante libro Historia de la Filosofía, Trotta 2023, escribió lo siguiente que es lo que caracterizó al florentino Nicolás: “La rigurosa separación entre la acción de gobierno y todos los vínculos morales”. Y Álvaro Alonso, en el muy peculiar y admirable El bosque de la Fylosofía, editado por Silex Magnum en 2023, dice: “En oposición directa a una teoría moralista de la política, Maquiavelo dice que la única preocupación real del gobernante político es la adquisición y mantenimiento del poder”.
Leyendo, pues, a Maquiavelo lo de “presuntuosos”, lo relacioné -relación mayor o menor- con la vanagloria, la petulancia y la presunción, en la catequesis del Papa Francisco (28 de febrero), dejando claro que lo uno y lo otro, lo de los presuntuosos y lo de los vanagloriados, de ninguna manera son idénticos, aunque pudieran ser parecidos. Es curioso, y por eso lo recordé, que, en tiempos florentinos y muy pasados, allá por el siglo quince, il quatrocento, con auge del loco y extremista fraile dominico Girolamo Savonarola y de los savonarolas, sus seguidores, a la gran hoguera a la que fueron arrojados tantos objetos considerados de mucho pecado y vicio, incluidas obras de arte, y también Savonarola mismo, se llamó “La hoguera de las vanidades”, siendo eso, más tarde, también título de una novela de Tom Wolfe, ateo, no obstante haber sido norteamericano.
I.- Lo de La Audiencia General del 28 de febrero:
La catequesis sobre la envidia y la vanagloria no fue pronunciada por el Papa sino leída por un monseñor por la dificultad papal por causa de enfermedad “gripal”, según dijo. De los dos vicios y/o pecados, se empezó diciendo, que eran propios de las personas que buscan ser el centro del mundo y de todos los elogios. Ya, en concreto la vanagloria, destacó el espigado monseñor lector, en nombre del Papa, lo siguiente: “Se manifiesta como una autoestima desmesurada y sin fundamentos”, y añadió: “El que se vanagloria, el vanidoso y el engreído son egocéntricos y reclaman atención constantemente; en sus relaciones con los demás, no tiene empatía ni los considera como iguales, tiende a instrumentalizar todo y a todos, para conseguir lo que ambiciona”.
Nada que objetar a lo dicho para y en la catequesis, si bien es muy de lamentar que en esa predicación y en las anteriores no haya quedado nítida la diferencia entre lo que son vicios y lo que son pecados, incluidos los llamados capitales, que según el Catecismo vigente, también el de antes, son siete, un numerus clausus (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza), al igual que siete, antes y ahora, también numerus clausus, son los divinos sacramentos.
Es de recordar y advertir a todos, a todos -y pido perdón por la arrogancia- incluso al argentino, teólogo rioplatense, Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la fe, Dicasterio inquisitorial que antes fue, por eso mismo, muy importante, y regulado ahora en Praedicate Evangelium (19 de marzo de 2022), a continuación del Dicasterio para la Evangelización. Y es que, en cuestiones teológicas, el barullo es muy peligroso, pues da pie a pecados de fe, tradicionalmente pecados de hoguera.
La catequesis del 28 de febrero fue en el marco acostumbrado en época fría para las Audiencias Generales: la impresionante Sala Pablo VI, ya indicada más arriba, viéndose en imágenes también rostros de novias y novios con caras y rostros espectaculares, con modelos varios de trajes de novia y de novio y ¡qué pelos! Si escribo “también” es porque, principalmente, se vio al Papa, junto a dos monseñores de su Casa Pontificia, uno a la izquierda y otro a su derecha, según se mira al Papa desde el fondo de la Sala. Ambos monseñores van vestidos reglamentariamente: sotana con botonadura de arriba abajo, con ribetes y fajín morado. A veces el monseñor de la derecha no porta fajín morado, como para distinguirse del otro, del de la izquierda, que es jefe como diré a continuación.
El monseñor de la izquierda es el llamado “Regente de la Casa Pontificia”, que también es protonotario, naturalmente, apostólico. Yo, en cuanto notario, nunca supe en qué consistía eso de ser protonotario, también que es officium de monseñor Ocáriz, antes obispo. El monseñor de la izquierda se llama y apellida Leonardo Sapienza, que, por estar tan rígidamente sentado, con las manos cerca de las rodillas, tanto me recuerda a la egipcia Esfinge, no a la de Gizeh, sino a la otra, la de Luxor, siendo una incipiente “barriguita”, aumentada por efecto óptico del fajín morado, el único detalle del “humano modo”. El otro, el monseñor de la derecha del Papa, de triste rostro, destaca en el manejo del micrófono, alejándolo y acercándolo a la boca del Papa, con una envidiable movilidad de muñecas.
Durante esa predicación, la de la envidia y la vanagloria, acaso por casualidad, fue visto en la Sala de Pablo VI al arzobispo de Valladolid, sucesor del siempre completamente retirado monseñor Blázquez, siempre también entre nubes camino del Cielo, místico de Ávila, tierra y tierras de la vieja Castilla que un clásico, injustamente, las consideró de sacristanes y de beatones. El arzobispo de Valladolid fue visto próximo al cardenal Matteo Maria Zuppi y a un encapuchado armenio, susto de niños y niñas, y eso días antes de ser proclamado presidente de la Conferencia Episcopal Española, por supuesto sin la hipocresía que supone una campaña electoral.
El arzobispo vallisoletano explicó días antes que su empeño -cual Monte de Piedad escribí yo hace meses- de hacer “santa” a la Reina Isabel va viento en popa en el Dicasterio correspondiente, como viento en popa van los de la extrema derecha de Valladolid y de Castilla y León, tan empeñados en la santidad de aquella Reina. Hay un pequeño problema para hacer venerable, beata y santa a la regia dama según el iter tradicional: el problema son los judíos que fueron expulsados de España en 1492 --asunto interesantísimo ese de los judíos, que, según Praedicate Evangelium, ya son como cristianos (artículo 146)--.
Resulta que el esposo aragonés de la Reina, ya de milagros acreditados, don Fernando, el Católico, fue muy admirado por Maquiavelo, y lo que es peor, también por Baltasar Gracián, que fue jesuita y aragonés. ¿Qué gesto haría don Fernando si se hubiese enterado que estuvo casado, en primeras nupcias, con una santa?
A mí, don Fernando el Católico, por una parte, me da mucha pena, pues su hijo Juan, del primer matrimonio con Isabel, la Trastámara, murió de amor prematuramente, y su otro hijo, también llamado Juan, del segundo matrimonio de Fernando con Germana de Foix, murió a las pocas horas de haber nacido. Mas, por otra parte, considerar a Fernando ejemplo de príncipe del Renacimiento por Nicolás Maquiavelo, me impone mucho. Por eso estudié con especial interés el libro del catedrático de la Complutense Miguel Ángel Ladero Quesada, titulado Los últimos años de Fernando el Católico 1505-1517, interesándome especialmente las páginas 104 y siguientes sobre El Rey Católico, gobernador de Castilla, y las páginas 167 y siguientes sobre La ancianidad del Rey, 1513 y 1515.
II.- Lo del libro de Maquiavelo sobre los Principados eclesiásticos:
1º.- Introducción:
Primero leí lo de Rocco D´Ambrosio, titulado El Poder, un espacio frágil, (comercializado en España por PPC) que cita más que mi colega, el exministro Trillo Figueroa, a Shakespeare, hijo aquél de Jurídico de la Armada y Gobernador Civil de Zaragoza, considerando al dramaturgo inglés como uno de los analistas más agudos del poder. Gran libro el de Trillo, también Jurídico de la Armada, titulado El Poder político en los Dramas de Shakespeare (Espasa 1999).
Luego salté a lo de Russel, que, fumando en pipa, realizó un nuevo análisis social del Poder, empezando por la zoología, pues escribió nada más empezar: “Las actividades de los animales, con pocas excepciones, están inspiradas por las necesidades primarias de la supervivencia y de la reproducción”. Más adelante dará la clave al escribir: “En tanto que los animales están contentos con la existencia y la reproducción, los hombres desean además engrandecerse y sus deseos sólo están limitados por lo que sugiere la imaginación como posible”.
De los diferentes tipos de poder, según Bertrand Russell, leí con detenimiento el capítulo 4, dedicado al Poder sacerdotal, páginas 48 a 69 inclusive, y considerado como una de las formas de poder tradicional. En las páginas 54 y siguientes aborda el estudio de lo que considera la más poderosa e importante de todas las organizaciones sacerdotales: la Iglesia católica. Y transcribe en la página 64 una parte del contenido del capítulo XI de El Príncipe de Maquiavelo, con el añadido del importante siguiente texto, trascendente: “Lutero, un hombre presuntuoso e imprudente, deseaba completamente entrar a discutir el poder papal que no se atrevió a tratar Maquiavelo”.
2º.- Y ya con lo de Nicolás Maquiavelo:
Esto será en la 2ª Parte.
Continuará pues.
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