Eucaristía, moral y justicia.
En nuestro blog de RD, hemos realizado sendos trabajos sobre la Exhortación Amoris lӕtitia (AL) del Papa Francisco. Con una mirada y análisis más global sobre dicho documento de la AL. Y que tanta crítica sesgada y rechazo injusto está encontrando, ejercido por el fundamentalismo e integrismo de todo tipo. No vamos a exponer en detalle lo que allí ya mostramos. Como esta enseñanza de AL, verdadero magisterio de la iglesia-incluido su tan denostado cap. VIII-, está en sintonía o continuidad con la tradición, enseñanza y moral de la iglesia. A la vez que la actualiza y profundiza, por ejemplo, el magisterio de San Juan Pablo II en la FC o VS.
Debido a su poca formación teológica y a su sectarismo espiritual e intelectual, este integrismo retuerce los textos de AL. No comprende ni acepta claves o criterios éticos y pastorales, que ya son más que adquiridos en la teología y enseñanza moral. Tales como la realidad e importancia, decisiva, de la conciencia, recta y formada. La cuestión de la conocida como ignorancia invencible, o errada, de la conciencia. La distinción entre el mal o pecado objetivo y la conciencia-responsabilidad personal, del que comete dicha acción que no es moral. Los condicionamientos, circunstancias o contextos de todo tipo, que afectan a la persona en su vida espiritual y moral. La jerarquía de verdades y valores o principios morales que, para la fe e iglesia, son prioritarios: la caridad y misericordia ante el sufrimiento o dolor, fragilidad y vulnerabilidad de las personas, de los más débiles, víctimas o pobres. Lo que, como ya indicamos, expusimos y mostramos detalladamente en nuestros anteriores trabajos.
Desde las claves y criterios anteriores, como hace el Papa Francisco- por ejemplo en el ya citado cap. VIII-, la AL trata realidades complejas. Como son las rupturas matrimoniales o divorcios y nuevos matrimonios en relación, asimismo, con la vida sacramental o pastoral de la iglesia. Tal como es el acceso al sacramento de la eucaristía. Y esta espinosa cuestión queremos abordar ahora, como lo enseña el Papa Francisco en dicho cap. VIII de la AL. El Papa no da recetas mágicas ni matemáticas, para afrontar estas mencionadas realidades morales. Ya que sería incorrecto e imposible, dada la complejidad de las mismas y la variedad de circunstancias o contextos que la afectan. Frente a todo integrismo, siguiendo y profundizando la tradición moral-eclesial como ya dijimos. Y desde los claves o criterios que apuntamos anteriormente, la AL propone un proceso pastoral, de discernimiento de estas realidades o cuestiones de moral de la persona.
Un proceso de acompañamiento y pastoral para: discernir, sanar y reconciliar; acoger e integrar, a todas las personas que sean posibles, en la vida de fe y de la iglesia y que se ven afectadas por estas dolorosas situaciones de ruptura, fragilidad y sufrimiento. Tal como nos enseña el Evangelio de Jesús y su Iglesia. Frente al relativismo e integrismo, cuyos extremos se tocan, el Papa no renuncia a los ideales y valores del matrimonio. Ni tampoco cierra el camino de acceso a la verdad y al bien, al amor y la reconciliación, a la comunión fraterna y eclesial. Proponiendo este itinerario de discernimiento, de conversión pastoral, al Evangelio de Jesús y a su Iglesia. Un recorrido paciente y compresivo. Desde el amor misericordioso de sanación y maduración, de perdón y de reconciliación, de gracia y santidad, de inclusión y acogida. En la caridad, en la misericordia y en la esperanza. En contra de todo individualismo e integrismo, de todo rigorismo y relativismo que excluye o margina al otro, que es lo contrario al Evangelio de Jesús y su Iglesia.
En esta línea, como es típico de este integrismo, burgués individualista y sectario con su puritanismo de moralina, se muestra el fariseísmo e incoherencia con la fe y su iglesia: al no comprender ni acoger con misericordia; tal como requieren todas estas complejas realidades de ruptura, fragilidad y dolor. Al contrario, cebándose y obsesionándose, hasta la patología, con ellas machacando al otro que las sufre y padece. Y a la misma vez, prácticamente, no mencionar ni denunciar, con el vigor que requieren, otras verdaderas y graves falta de comunión con la fe e iglesia. Tales como el egoísmo, los ídolos del poder y de la riqueza, del ser rico y poderoso. Con sus desigualdades, violencias e injusticias sociales-globales sobre los pobres y víctimas de la tierra. Ya que la tradición de la Palabra de Dios y de la Iglesia. Por ejemplo los Santos Padres o Doctores de la Iglesia, siempre mostró la mayor gravedad y mal, que tergiversa la comunión eclesial y sacramental como es la eucaristía, en dichas cuestiones del amor solidario, de la paz y justicia social con los pobres de la tierra.
Para no caer en este integrismo e individualismo burgués, sectario e incoherente. Como nos enseña la fe y la tradición de la iglesia, si en algo hay que poner la prioridad y especial énfasis: es en la gravedad y mal de este pecado del egoísmo con sus ídolos del poder y de la riqueza; de los poderosos y ricos que generan el pecado mayor, el mal e injusticia más grave. Tales como el hambre y la pobreza, el paro y la explotación laboral o la esclavitud infantil. Las guerras y las armas u otros tipos de violencia. La destrucción ecológica y todo tipo de ataque a la vida o dignidad de las personas, en todas sus fases o estadios, desde la concepción hasta el final de la vida. Todo ello va en contra de una auténtica comunión eclesial, sacramental y eucarística.
Como nos transmite la iglesia y el mismo Papa Francisco, no se trata de que los sacramentos, como la eucaristía, estén reservados para una casta de puros y perfectos. Lo cual contradice a la fe, sino que el Evangelio del Reino de Dios y su justicia con los pobres, por el que Jesús entrega su vida hasta ser Crucificado-Resucitado. Tal como celebramos y hacemos memoria en la Eucaristía, desde la Gracia del don del amor liberador de Dios, nos debe llevar a esta pobreza solidaria y lucha por la fraternidad, por la paz y la justicia con los pobres. De lo contrario, se manipula y rechaza el verdadero sentido de los sacramentos como es la Eucaristía.
Como conclusión, en el camino del Papa Francisco y la Iglesia, terminamos con esta enseñanza de San Juan Pablo II: “Hay otro punto aún sobre el que quisiera llamar la atención; porque en él se refleja en gran parte la autenticidad de la participación en la Eucaristía celebrada en la comunidad: se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna. Nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). No es casual que en el Evangelio de Juan no se encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el «lavatorio de los pies» (Cfr. Jn 13,1-20): inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la Eucaristía. A su vez, san Pablo reitera con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la cual no brille la caridad, corroborada al compartir efectivamente los bienes con los más pobres (Cfr. 1 Co 11,17-22.27-34)” (MND 28).
Debido a su poca formación teológica y a su sectarismo espiritual e intelectual, este integrismo retuerce los textos de AL. No comprende ni acepta claves o criterios éticos y pastorales, que ya son más que adquiridos en la teología y enseñanza moral. Tales como la realidad e importancia, decisiva, de la conciencia, recta y formada. La cuestión de la conocida como ignorancia invencible, o errada, de la conciencia. La distinción entre el mal o pecado objetivo y la conciencia-responsabilidad personal, del que comete dicha acción que no es moral. Los condicionamientos, circunstancias o contextos de todo tipo, que afectan a la persona en su vida espiritual y moral. La jerarquía de verdades y valores o principios morales que, para la fe e iglesia, son prioritarios: la caridad y misericordia ante el sufrimiento o dolor, fragilidad y vulnerabilidad de las personas, de los más débiles, víctimas o pobres. Lo que, como ya indicamos, expusimos y mostramos detalladamente en nuestros anteriores trabajos.
Desde las claves y criterios anteriores, como hace el Papa Francisco- por ejemplo en el ya citado cap. VIII-, la AL trata realidades complejas. Como son las rupturas matrimoniales o divorcios y nuevos matrimonios en relación, asimismo, con la vida sacramental o pastoral de la iglesia. Tal como es el acceso al sacramento de la eucaristía. Y esta espinosa cuestión queremos abordar ahora, como lo enseña el Papa Francisco en dicho cap. VIII de la AL. El Papa no da recetas mágicas ni matemáticas, para afrontar estas mencionadas realidades morales. Ya que sería incorrecto e imposible, dada la complejidad de las mismas y la variedad de circunstancias o contextos que la afectan. Frente a todo integrismo, siguiendo y profundizando la tradición moral-eclesial como ya dijimos. Y desde los claves o criterios que apuntamos anteriormente, la AL propone un proceso pastoral, de discernimiento de estas realidades o cuestiones de moral de la persona.
Un proceso de acompañamiento y pastoral para: discernir, sanar y reconciliar; acoger e integrar, a todas las personas que sean posibles, en la vida de fe y de la iglesia y que se ven afectadas por estas dolorosas situaciones de ruptura, fragilidad y sufrimiento. Tal como nos enseña el Evangelio de Jesús y su Iglesia. Frente al relativismo e integrismo, cuyos extremos se tocan, el Papa no renuncia a los ideales y valores del matrimonio. Ni tampoco cierra el camino de acceso a la verdad y al bien, al amor y la reconciliación, a la comunión fraterna y eclesial. Proponiendo este itinerario de discernimiento, de conversión pastoral, al Evangelio de Jesús y a su Iglesia. Un recorrido paciente y compresivo. Desde el amor misericordioso de sanación y maduración, de perdón y de reconciliación, de gracia y santidad, de inclusión y acogida. En la caridad, en la misericordia y en la esperanza. En contra de todo individualismo e integrismo, de todo rigorismo y relativismo que excluye o margina al otro, que es lo contrario al Evangelio de Jesús y su Iglesia.
En esta línea, como es típico de este integrismo, burgués individualista y sectario con su puritanismo de moralina, se muestra el fariseísmo e incoherencia con la fe y su iglesia: al no comprender ni acoger con misericordia; tal como requieren todas estas complejas realidades de ruptura, fragilidad y dolor. Al contrario, cebándose y obsesionándose, hasta la patología, con ellas machacando al otro que las sufre y padece. Y a la misma vez, prácticamente, no mencionar ni denunciar, con el vigor que requieren, otras verdaderas y graves falta de comunión con la fe e iglesia. Tales como el egoísmo, los ídolos del poder y de la riqueza, del ser rico y poderoso. Con sus desigualdades, violencias e injusticias sociales-globales sobre los pobres y víctimas de la tierra. Ya que la tradición de la Palabra de Dios y de la Iglesia. Por ejemplo los Santos Padres o Doctores de la Iglesia, siempre mostró la mayor gravedad y mal, que tergiversa la comunión eclesial y sacramental como es la eucaristía, en dichas cuestiones del amor solidario, de la paz y justicia social con los pobres de la tierra.
Para no caer en este integrismo e individualismo burgués, sectario e incoherente. Como nos enseña la fe y la tradición de la iglesia, si en algo hay que poner la prioridad y especial énfasis: es en la gravedad y mal de este pecado del egoísmo con sus ídolos del poder y de la riqueza; de los poderosos y ricos que generan el pecado mayor, el mal e injusticia más grave. Tales como el hambre y la pobreza, el paro y la explotación laboral o la esclavitud infantil. Las guerras y las armas u otros tipos de violencia. La destrucción ecológica y todo tipo de ataque a la vida o dignidad de las personas, en todas sus fases o estadios, desde la concepción hasta el final de la vida. Todo ello va en contra de una auténtica comunión eclesial, sacramental y eucarística.
Como nos transmite la iglesia y el mismo Papa Francisco, no se trata de que los sacramentos, como la eucaristía, estén reservados para una casta de puros y perfectos. Lo cual contradice a la fe, sino que el Evangelio del Reino de Dios y su justicia con los pobres, por el que Jesús entrega su vida hasta ser Crucificado-Resucitado. Tal como celebramos y hacemos memoria en la Eucaristía, desde la Gracia del don del amor liberador de Dios, nos debe llevar a esta pobreza solidaria y lucha por la fraternidad, por la paz y la justicia con los pobres. De lo contrario, se manipula y rechaza el verdadero sentido de los sacramentos como es la Eucaristía.
Como conclusión, en el camino del Papa Francisco y la Iglesia, terminamos con esta enseñanza de San Juan Pablo II: “Hay otro punto aún sobre el que quisiera llamar la atención; porque en él se refleja en gran parte la autenticidad de la participación en la Eucaristía celebrada en la comunidad: se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna. Nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). No es casual que en el Evangelio de Juan no se encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el «lavatorio de los pies» (Cfr. Jn 13,1-20): inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la Eucaristía. A su vez, san Pablo reitera con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la cual no brille la caridad, corroborada al compartir efectivamente los bienes con los más pobres (Cfr. 1 Co 11,17-22.27-34)” (MND 28).