"Cultivar nuestra vida interior" "Para una Cuaresma y Pascua en santidad"
Para la cuaresma solo quiero recordaros lo esencial, porque después de un año de misión, es posible que algunos de vosotros seáis nuevos en el ritmo que estamos siguiendo al hilo de nuestro Plan Diocesano de Pastor
Este próximo año litúrgico el PDP nos invita a centrarnos en nuestra interioridad para que todo lo que somos y hacemos se asiente en la profundidad de la raíz de nuestra fe y de nuestra vida cristiana
UN AÑO PARA LA INTIMIDAD CON EL SEÑOR
Seguimos caminando en el sueño misionero
No quisiera, querido diocesanos, que esta carta que os dirijo para la Cuaresma, con la que os aliento también a lo largo de la Pascua, fuera excesivamente larga. Procuraré, por eso, concretar mucho el contenido y la definición de los objetivos y de las acciones que os voy a proponer.
Sólo quiero recordaros lo esencial, porque después de un año de misión, es posible que algunos de vosotros seáis nuevos en el ritmo que estamos siguiendo al hilo de nuestro Plan Diocesano de Pastoral (PDP) y no conozcáis cómo hemos llegado hasta aquí y sobre todo que estéis ajenos al clima sinodal en el que caminamos en nuestra Diócesis de Jaén.
Este es el tercer año del desarrollo del PDP. Lo elaboramos en el año litúrgico pastoral 2017-18 y lo hicimos con una amplia consulta en todas las parroquias y arciprestazgos, una asamblea diocesana, de la que surgió el esquema fundamental del Plan de Pastoral que iba a orientar la vida de nuestra Diócesis. Todo llevaba una ilusión compartida: “El sueño misionero de llegar a todos” y de crear juntos un clima de participación y corresponsabilidad, o sea, de animar una Iglesia sinodal. Así transcurría el año de la comunión eclesial, que cultivamos especialmente en un cambio de mentalidad, más sinodal, en el que le dimos cauce a los medios de participación de todos en la vida de la Iglesia Diocesana. Al año siguiente, el que acaba de finalizar, el 2018-19, nos centrábamos en la Misión Diocesana evangelizadora. Juntos hicimos una experiencia misionera, conscientes de que la evangelización pertenece a la identidad de nuestra vida cristiana. Si somos cristianos somos misioneros, si estamos bautizados, hemos de sentirnos enviados. Todo finalizó en la Feria de la Fe, en la que abrimos a todos nuestras puertas en un lugar público, para que cuantos quisieran nos conocieran mejor, sobre todo para, que conocieran lo que hacemos al servicio de un Evangelio vivo y feliz, que queremos llevar a todos.
Pues bien, tras el camino ya recorrido, en este próximo año litúrgico el PDP nos invita a centrarnos en nuestra interioridad para que todo lo que somos y hacemos se asiente en la profundidad de la raíz de nuestra fe y de nuestra vida cristiana, que está en la comunión y en la comunicación personal con Dios, nuestro Padre y con Jesucristo, nuestro Señor. Será, por tanto, un año para dejar que nos trabaje el Espíritu y nos vaya modelando en santidad a cada uno de nosotros. Es un año para afianzar lo que somos y para consolidar, en su verdadera fuente y sentido, todo lo que hacemos en cualquiera de las manifestaciones de la vida de la Iglesia y de nuestra existencia cotidiana en medio del mundo
Para el dinamismo de nuestra calidad pastoral
Como siempre recuerdo, éste no será un año para interrumpir nada. Es más bien un año para que todo se dinamice en su verdad, en su fuerza y en su calidad espiritual. Es un año para dejarnos enriquecer por la gracia, para que todo se sitúe en el amor de Dios y en la fuerza salvadora del misterio de Cristo Jesús.
Nosotros, como sabéis, no somos un pueblo que hacemos cosas sueltas y sin sentido, somos la misión compartida de la Iglesia del Señor, presencia de la gracia salvadora de Dios. Eso lo somos solamente en la medida que dejamos que ésta actúe en nosotros. Hemos entrado, por tanto, en el año de la intimidad con el Señor, entendida como una relación entre Él y nosotros en la que todo se impregna del amor de su corazón. Mucho se ha hablado de que el cristianismo del siglo XXI ha de ser “místico”. En concreto, desde hace muchos años se cita al teólogo K. Rahner que, en su momento, dijo: “Cabría decir que el cristiano del futuro sería un “místico”, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano”.
De una "Iglesia en salida" Esto, sin embargo, no parece estar sucediendo del todo
En ocasiones da la impresión de que tuviéramos miedo a que esto empañara el rostro de una Iglesia que se ha ido presentado en los últimos tiempos - y muy bien, por cierto - como cercana y de servicio social. A veces, un tanto equivocadamente, preferimos, porque lo consideramos más creíble y también más fácilmente inteligible por la sociedad que nos rodea, poner de relieve todo lo que supone compromiso, sobre todo cuando es social, a trabajar a fondo la identificación con Cristo que, además de en los pobres, nos configura en la oración y en la vida sacramental. No obstante, nuestra vida siempre ha de manifestar algo que es cierto: que “creer es comprometerse” con todo lo que en el mundo necesite de nuestra caridad, en especial con los pobres.
Últimamente, con el nuevo impulso misionero que ha cogido la vida de la Iglesia, como Iglesia “en salida”, y se está interpretando bajo la guía de Evangelii Gaudium del Papa Francisco. Se ve una Iglesia que sale y se acerca a las periferias existenciales o que se muestra, en medio del mundo, como un “hospital de campaña” en el que hay que atender y curar a tantos heridos en sus conciencias y en sus vidas.
Con el suelo sólido del encuentro con el Señor
Sin quitarle, por supuesto, ningún valor a lo que ha ido moviendo el Espíritu, hay que decir que, en ocasiones, esto no avanza, no se concreta, no se realiza en toda su autenticidad porque le falta una motivación que le dé un suelo sólido. Hace unos años, en el comienzo del pontificado del Papa emérito Benedicto XVI, llamó profundamente la atención, precisamente en su primera carta encíclica, dedicada a la caridad, que en el primer párrafo hiciera una definición de la fe que recuerdo, aunque ya palabra por palabra lo podríamos repetir los cristianos de este siglo como una de las fórmulas que definen y orientan nuestra más profunda convicción. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”
El cristiano nace a la fe en un encuentro y vive permanentemente en él. Se trata de un encuentro que abre nuestra vida a la presencia de una persona que nos marca el camino, nos muestra la verdad y nos sitúa en el verdadero sentido de la vida. Es necesario reconocer que nuestra fe se alimenta, permanentemente, entre el encuentro y el acontecimiento, que supone para nosotros ser y caminar en Jesucristo. La experiencia de encuentro está en el corazón mismo de la fe, encuentro con Jesucristo que transforma la vida (cf Deus Charitas est, 1).
Cuando el encuentro es un acontecimiento
Si esto es así, la vida ordinaria de la pastoral de la Iglesia nos tiene que poner siempre en camino hacia el encuentro con Jesucristo, ofreciendo los medios para conocerle, adherirse a Él y seguirle. Un encuentro sólo se da cuando una persona viviente se comunica con otra de tal manera que toda ella queda marcada, afectada y transformada para siempre en esta comunicación. Y ese encuentro ha de tener carácter de acontecimiento que nos hace reconocer que Jesucristo es nuestra salvación: nos inserta en Cristo Jesús muerto y resucitado. En la relación de encuentro con Jesucristo el ser humano es vinculado y asimilado a Él en el ser y en el obrar. Toda experiencia de fe que suceda en su vida será un gran acontecimiento que anima y fortalece su conversión, si el primer encuentro, el que se convirtió en acontecimiento, permanece vivo y alimenta nuestra vida de fe.
A este respecto, leía no hace mucho de un conocido autor, y comparto su afirmación, que “la interioridad es el nuevo paradigma religioso” (Pablo D´Ors). No obstante, el autor cuidaba mucho matizar cómo ha de ser esa interioridad, y advierte que no significa una llamada a un espiritualismo que nos desconecte de lo exterior. No es así, ni mucho menos, por eso dice que “si miramos hacia dentro es porque lo de fuera, el compromiso, el servicio, la solidaridad, sin eso de dentro no tiene consistencia”. En realidad, la clave está en encontrar la armonía entre lo espiritual y las demás expresiones de la vida cristiana. Como ha dicho el Papa Francisco: “El modo de relacionarnos con los demás, que realmente nos sana en lugar de enfermarnos, es una fraternidad mística, contemplativa” (E G 92).
Por eso, es tan importante que fomentemos, abriéndonos a la acción del Espíritu, una clara pastoral de la santidad. Nos dice el Papa Francisco algo que hoy todos necesitamos escuchar para vivir una fe misionera como la que queremos que se cultive en el campo de nuestra siembra de Jesús: “No tengamos miedo a la santidad. No te quitará vida, fuerzas o alegría”.
Gozando en la intimidad con el Señor
Insisto, por eso, en que en este año de la espiritualidad hemos de cuidar siempre la intimidad con el Señor en momentos de quietud, soledad y silencio para que el Señor se presente ante nosotros con su leve brisa. Eso nos irá conformando con Jesucristo. Es Jesucristo el que nos hace entrar en la intimidad de Dios; es Cristo el que nos hace contemplar el rostro de Dios y estar siempre disponibles para Él. Todo movimiento espiritual es un entrar en la intimidad de Dios con Cristo, que al mismo tiempo es apertura a la interioridad de Dios en cada hombre y en cada cosa. En definitiva, esa es la clave de nuestra condición de discípulos misioneros: los que se conformen por la acción de Dios en la imagen de Cristo, los que se revisten de Jesucristo para poder ofrecerlo en la misión que tenemos encomendada. Por eso, «la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya». Así, cada santo es un mensaje que el Espíritu toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo (G et E, 21). Esa mística la hemos de vivir en la Iglesia Santa y compuesta de pecadores.
Como síntesis, de lo que he querido compartir con vosotros en esta introducción es que valoremos, como un tesoro, la oportunidad de este año dedicado a la intimidad con el Señor. Que nadie pueda pensar que esto sea tiempo perdido, sino que, al contario, hemos de considerarlo como el tiempo de una gran ganancia. En él cultivaremos un rasgo de nuestra identidad, el de ser cristianos orantes. Este rasgo fortalecerá los otros que nos identifican como cristianos: misioneros, fraternos y misericordiosos.
Por eso, exhorto a que se ofrezca, con hondura y profundidad, todo lo que nos señala nuestro Plan Diocesano de Pastoral para este año litúrgico, en el que todos vosotros habéis sido especialmente creativos. Ruego a todas las parroquias, santuarios, oratorios, capillas, colegios católicos, casas de espiritualidad, monasterios, movimientos y grupos cristianos a que sitúen estas propuestas que hace el Plan de la Diócesis en los itinerarios de pastoral, especialmente en esta Cuaresma y Pascua.
Pero, por amor de Dios, que nadie se quede en el exterior de las prácticas. En cada una de ellas habrá que encontrar lo que mejor nos encamine en nuestra vocación a la santidad y lo que más nos una al Maestro de nuestra oración, que no es otro que Dios mismo que, en Jesucristo, su Hijo vive ,en mí y es el único que puede crear en nosotros un corazón puro y orante.
CON LA GUÍA DE NUESTRO PLAN DIOCESANO DE PASTORAL
El Año Litúrgico, para la incorporación al misterio de Cristo
Me vais a permitir que lo primero que os recomiende, para este tiempo de Cuaresma y Pascua, sea que pongáis en valor, en la vida espiritual y pastoral de la Diócesis, el año litúrgico. Esta insistencia tiene una explicación bien sencilla: lo hago por el valor que tiene en sí misma como itinerario de incorporación y experiencia en el misterio de Cristo y lo hago también porque en esta sociedad moderna ha sido prácticamente desplazado el año litúrgico por una medida y valoración del tiempo que, para muchos, ya nada tiene que ver con nuestro itinerario espiritual cristiano. Por eso, vivir la Cuaresma y la Pascua nos sitúa en el corazón de la fe.
Es muy importante que quien tenga la responsabilidad de animar la vida pastoral tenga siempre muy presente esta circunstancia y vayan jalonando, el itinerario que se propone. De experiencias que recuerden y motiven, sin interrupciones, el tiempo litúrgico que, a lo largo del año, los meses y los días, toque actualizar y vivir. No me olvido del domingo, la pascua semanal.
Siempre hemos de tener en cuenta que el tiempo, al fin y al cabo, no es más que un modo de medir, de contar y, si me apuráis mucho, es un modo de sentir, de vivir, en definitiva, de ser. Quizá lo más inteligente humana y espiritualmente sería dejar que el tiempo pase y acoger cada día lo que nos vaya ofreciendo el camino de la vida. “A cada día le basta su afán…” (Mt 6,24).
A lo largo del tiempo litúrgico hay, sin embargo, unos intereses que hacen que nuestra vida sea distinta según el color, nunca, mejor dicho, porque también el color marca el camino cristiano. Los que creemos en Jesucristo sabemos que el tiempo cambió su rumbo con la Encarnación del Hijo de Dios y, especialmente, con el regalo del Espíritu. Dios se hace presente en el camino de la vida marcándonos el rumbo con el año litúrgico que nos propone la Iglesia.
Centrados en el tiempo cuaresmal y pascual
Ahora es el tiempo de consolidar y clarificar nuestra fe. La Cuaresma nos propone la purificación e iluminación de nuestra vida a la luz del Misterio la vida cristiana: la muerte y Resurrección del Señor, el Misterio Pascual de Jesucristo. Cada año, en efecto, nos lleva por un camino de purificación e iluminación hasta que, con la ayuda de la gracia, con los medios que nos ofrece la Iglesia, nos encontremos con el diseño acabado de una vida cristiana que pasa por morir y aprender a vivir en Jesucristo Resucitado. Me detendré, por tanto, en los medios que nos vamos a encontrar en el itinerario cuaresmal y pascual; no todos, pero sí los que nos propone la Diócesis en el Plan Diocesano de Pastoral.
Empiezo recordando que, una experiencia cuaresmal y una vida pascual son imposibles sin el cultivo de nuestra vida interior. Sólo así se consolidará una vida cristiana que sea siempre noticia del amor de Dios, de la salvación de Cristo y de la santificación del Espíritu. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo ponernos a tono espiritual para que la Cuaresma y la Pascua fluyan en nosotros como un camino de conversión interior y de renovación de la vida en Cristo Resucitado?
En la escucha de la Palabra
Propongo la escucha de la Palabra. En esa comunicación que de ella nos viene se va fraguando nuestro camino espiritual. Cada año, cada ciclo litúrgico nos conduce, purifica, esclarece y enriquece nuestra vida cristiana. En el ciclo A, en el que estamos este año, la experiencia secular de tantas generaciones ha escuchado los textos paternos y salvadores con los que Dios nos habla en la Sagrada Escritura y nos lleva de la mano hasta aprender a vivir en Cristo por el camino mistagógico de la Pascua Inmolada. No olvidéis que este es nuestro año de escucha de la Palabra viva y salvadora del Señor.
Recomiendo, muy especialmente, a las comunidades parroquiales y a los grupos que utilicen todos los recursos y sigan todas las iniciativas, tanto las que se les ocurran a cada uno como las que estáis recibiendo de la Diócesis, en orden a una pastoral bíblica sólida, que haga de la Palabra de Dios la verdadera fuente de la vida cristiana. En Cuaresma y Pascua es especialmente recomendable la lectio divina, que nos ayuda a gustar la voz amorosa de Dios, que no deja nunca de mostrarnos su amor, precisamente en lo que nos dice y revela. No insisto más, pero no me quedo tranquilo si no digo que cuanto se dice y se recomienda en nuestro Plan de Pastoral para este año debería de ser releído, tanto por los pastores como por todos los responsables de la pastoral parroquial, para que no se pierda nada de lo que tan sabiamente ha sido sugerido por todos en la Asamblea Diocesana en torno a la centralidad de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. La Palabra de Dios ha de penetrar toda la vida de nuestras comunidades, especialmente en este tiempo en el que cada año le damos un nuevo impulso, entre la purificación e iluminación, a la experiencia cristiana.
En la celebración de los misterios de la fe
Aunque la Cuaresma se vive en el ajetreo de la vida, no hemos de olvidar que es en la vida litúrgica donde se participa, de un modo activo y fructuoso, del bien que Dios Nuestro Señor nos ofrece para el servicio. Pero eso, no es automático, la gracia y la libertad tienen que encontrarse en el diálogo animoso de Dios con nosotros.
Pero, ¿cómo vamos a encontrar el gozo de celebrar la acción de Dios en la liturgia, si no hay una permanente y especifica formación que nos ayude a comprender lo que acontece en la celebración? Es necesaria una constante catequesis, didáctica y sencilla para todos: desde la infancia se ha de enseñar y recordar cómo comprender y sentir lo que celebramos. Es imprescindible educar para la vida litúrgica, del mismo modo que es necesario cuidar la celebración, de tal modo que en toda la experiencia celebrativa se sepa lo que acontece y se valore lo que se ofrece. Esta es una labor nunca acabada y, por eso, nunca hay que dar por supuesto que cuantos participan saben realmente lo que sucede y lo que ellos mismos reciben de la gracia en cada celebración litúrgica. Si me lo permitís, os digo que es una irresponsabilidad si cada cual no pone cuanto se necesita en el fomento de una participación plena, consciente, activa y fructuosa.
En la oración que embellece la vida
Imprescindible es también en la Cuaresma y la Pascua la oración. Hay quien ha dicho que en la oración está la belleza del hombre, naturalmente si entendemos que en ella somos enriquecidos por el mismo Dios, que es el origen de ese diálogo que establecemos con Él en la oración. Todos sabemos que la oración no es fácil y, por eso, necesita también, como la liturgia, un proceso continuo de aprendizaje, que sólo tiene, como ya he dicho, un Maestro, el mismo Dios. Por eso, nuestra oración empezará siempre por una petición: “Señor, enséñanos a orar”. La Iglesia, en su acción pastoral, ha de colaborar, diligentemente, en responder a esa petición nuestra, a ese deseo de que la nuestra sea una vida orante. Todas las comunidades parroquiales han de cuidar que no falte nunca el clima de oración, empezando por la promoción de un clima orante en nuestros templos. Es imprescindible que se cultiven hábitos de oración con momentos y espacios bien cuidados y bellos en los que sea posible orar. Entre otras, recomiendo especialmente, la Liturgia de las Horas.
Como nuestra vida transcurre entre asuntos ordinarios, no hemos de olvidar que, en medio de tantas cosas, está el Señor.
De un modo especial en las tareas cotidianas, moviendo nuestro corazón. Eso significa que no podemos dejar de lado nunca la oración personal, ese tiempo que necesitamos para estar con el Señor en un encuentro con Él “cara a cara” entre el Tú del Señor y nuestro yo más íntimo. El Papa Francisco nos recuerda que ese Tú, que está al otro lado en el diálogo con nosotros, tiene rostro y es el del Padre. Ha sido Jesús el que nos ha revelado su rostro y nos ha enseñado a llamar a Dios cariñosa y familiarmente, Abba, Papá. De una gran ayuda será para nosotros los tiempos largos de retiro y de ejercicios espirituales que todas las parroquias deberían de ofrecer, al menos en este tiempo cuaresmal y pascual del año litúrgico. Nuestro Plan Pastoral abunda en sugerencias, todas realizables.
En el "lugar teológico" de la religiosidad popular
En la preocupación permanente que siempre hemos de tener en la Iglesia, porque en ella quepamos todos, este año miramos a la religiosidad popular, como nos recomienda el Papa Francisco, con la mirada del Buen Pastor, del que conoce y ama a sus ovejas y sabe escrutar el corazón de cada una. En la pastoral de nuestras comunidades tendría que haber connaturalidad afectiva con aquellos que sólo sintonizan con nosotros de una forma menos formal e institucional, pero que viven una sólida relación con el Señor, en la que reflejan valores auténticamente evangélicos. “Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción” (EN 48).
Desde este punto de partida con el que valoramos la religiosidad popular, tan habitual en la vida y misión de nuestras comunidades, hemos de ver que, en efecto, ese es el ámbito natural en el que se desarrolla la fe de muchos cristianos sencillos, aunque la promoción de sus cultos sea responsabilidad de las asociaciones públicas de fieles, encargadas específicamente de ellos. Esto significa que los pastores y las comunidades cristianas en las que están insertas las Hermandades, Cofradías y Grupos Parroquiales han de acompañar, cuidar y favorecer, por la doble vía de la purificación y la maduración, toda manifestación de religiosidad en la que el pueblo cristiano tenga la oportunidad de expresar su fe. No podemos desdeñar, en modo alguno, estas expresiones y, mucho menos, en esta tierra nuestra de Andalucía, en la que tan bien se cumple la valoración que el Papa Francisco hace de ellas, cuando dice que “son el sistema inmunológico de la Iglesia”. Invito a quienes tienen responsabilidad organizativa y pastoral en estas manifestaciones de religiosidad popular a sentirse animadores de la fe y, por tanto, evangelizadores en la misión que cada una realiza en la Iglesia de Jaén.
En el cultivo de la santidad
Estas recomendaciones que os hago, para un mayor y más sólido desarrollo de nuestro Plan Pastoral en Cuaresma y Pascua, os ayudarán a descubrir con naturalidad que todo cristiano, de cualquier clase y condición, tiene una vocación clara, la de la santidad. La santidad es la vocación que nuestro Padre Dios nos propone en su Palabra: “Sed santos como vuestro Padre Dios es Santo” (1 Ped 1,16). Por eso, la Iglesia nos recuerda con una especial fuerza a los cristianos de nuestro tiempo, especialmente desde el Concilio Vaticano II, la llamada universal a la santidad. “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre”.
Esta llamada a la santidad ha sido renovada en el Pontificado del Papa Francisco en Gaudete et Exsultate, donde recuerda que es para todos. Al Santo Padre le gusta la santidad que ve en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos. En esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa. En los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante.
Esa es «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad”. Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Todos, sea el que sea nuestro estado de vida, estamos llamados a ser santos, viviendo con amor en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentre.
Un cristiano no puede pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Por eso, cada santo es un proyecto de Dios para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio. Este momento de nuestra vida y de nuestra historia demanda testigos de la fe que muestren el diseño y la vocación del cristiano: discípulo misionero, llamado a ser santo.
En la Belleza del corazón de María
Compruebo, por el número de páginas que he escrito, que no he cumplido del todo mi deseo de brevedad. Espero, sin embargo, haber cumplido con el de claridad. Os he apuntado por dónde hemos de ir, en este año en el que queremos transitar celebrando, en intimidad y en comunidad, el Misterio de Cristo. Si logramos que ese misterio, que es de amor, le dé a nuestra vida el tono que necesita, todo lo que hagamos como Iglesia y como cristianos será reflejo de Él. Nada, no obstante, se refleja si no estamos revestidos de Cristo en cuanto somos y hacemos.
Haremos muy bien si el gozo pascual lo encontramos al acercarnos al corazón inmaculado de María. Ella, entre nosotros, “morenita y pequeñita lo mismo que una aceituna, una aceituna bendita”, nos dirá cómo vivir la santidad en esta tierra que, entre el mar de olivos, guarda, en el trabajo y sacrificio de cada día, una fe en Jesucristo con tono mariano que ningún jiennense olvida, aunque a veces, por la presión de un mundo cultural y social que no es el nuestro, lo disimulen.
Si cito este precioso himno, de tono alegre de pasodoble, es porque fue el resultado de un precioso testimonio de fe de un hijo de Andújar a otro de Málaga (el poeta) en la cárcel de Jaén, que dio pie a esta oración preciosa, que sólo pudo ser inspirada por la fe de ambos. No se puede componer un poema con tanta belleza y ternura si no nace de un corazón prendado del corazón de María.
Santa Cuaresma, feliz Pascua de Resurrección.
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