"Si no se reconoce este valor, la sociedad está actuando contra sí misma"" "Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad"
Como dice un reciente documento: "los ancianos son un patrimonio de memoria que les hace depositarios de los valores de toda la sociedad"
"Quizás nadie se atreva a manifestarlo en público; sin embargo, en las decisiones políticas y en la práctica cotidiana, sobre todo de la vida familiar, no es tan exacto que los ancianos sean considerados un tesoro"
"La Iglesia ha de acompañar a los ancianos, sea cual sea su situación, con una atención pastoral adecuada a su situación de fe"
"Solo si se cuenta con los ancianos, la sociedad y la Iglesia pueden expresar el vínculo entre la memoria y el futuro"
"La Iglesia ha de acompañar a los ancianos, sea cual sea su situación, con una atención pastoral adecuada a su situación de fe"
"Solo si se cuenta con los ancianos, la sociedad y la Iglesia pueden expresar el vínculo entre la memoria y el futuro"
Queridos diocesanos:
Una vez celebrado el misterio del nacimiento de Jesucristo y de haberle contemplado en su más tierna infancia, tras el parto de Belén, de inmediato la Iglesia nos propone, la presencia del Niño Dios en una familia, la Sagrada Familia. Todo va sucediendo, en el diseño de los misterios de la infancia, según el querer de Dios y de su designio de traer la salvación al mundo por la presencia encarnada de su propio Hijo. El Dios humanado asume la vida familiar y hace de ella el modelo de toda familia humana.
En este año, marcado por la pandemia de la COVID-19, esta celebración de Navidad nos orienta a situar dignamente en el seno familiar a los miembros más vulnerables; nos propone centrar nuestra mirada en los “ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad”. Es un buen lema porque hace una propuesta para la reflexión y para un diálogo que nos lleve a una toma de postura común en favor de los ancianos. En realidad, la afirmación de este lema no se puede hacer sin reconocer, que en la práctica, no siempre se cumple ese reconocimiento social y eclesial de los ancianos. Quizás nadie se atreva a manifestarlo en público; sin embargo, en las decisiones políticas y en la práctica cotidiana, sobre todo de la vida familiar, no es tan exacto que los ancianos sean considerados un tesoro.
En realidad, es la edad, que junto con la niñez provocan mayor ternura, pero eso no siempre se corresponde con que sea la edad tratada con el mayor respeto y cariño. Por eso, como no se trata solo de decirle cosas bonitas, aunque eso siempre guste a todos, lo más importante es que en las opciones y decisiones sociales, políticas, económicas y familiares se reconozca realmente esa alta valoración de la ancianidad. Si no se hace, la sociedad está actuando contra sí misma, porque excluye y descarta justamente a la edad de la vida que más puede aportar a todas las demás; porque, quizá sea verdad que la ancianidad es más frágil físicamente, pero no lo es en valores; en eso supera a todas las demás.
La Sagrada Escritura presenta al anciano como persona depositaria de una intensa experiencia de vida. Como dice un reciente documento: “los ancianos son un patrimonio de memoria, que les hace depositarios de los valores de toda la sociedad”. Por eso, como recuerda el Papa Francisco, “la Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia y mucho menos de indiferencia y desprecio respecto a la vejez (Francisco, Audiencia general (4.III.2015). La Iglesia ve a los ancianos como un don de Dios, una riqueza para la comunidad cristiana y para la sociedad. Eso supone que siempre quiere estar muy atenta a las diferentes condiciones personales y sociales de los ancianos, que, en muchas ocasiones, está marcada por la soledad y el sentimiento de inutilidad.
Como obras son amores, en la valoración social y eclesial de los ancianos ha de contar no solamente del halago, sino de un constante reconocimiento en justicia de los derechos sociales de los que estos son dignos merecedores. Se les ha de ofrecer todo aquello que les permita vivir dignamente, o bien por el afecto y la integración en la vida familiar o por un sostenimiento, fruto de su trabajo, a lo largo de la vida, que les permita optar a cualquier otra opción de vida que la sociedad les debe ofrecer.
La Iglesia, por su parte, ha de acompañar a los ancianos, sea cual sea su situación, con una atención pastoral adecuada a su situación de fe. De un modo especial, ha de reconocer su papel imprescindible en la misión de la Iglesia, sabiéndoles situar como el catequista natural que son. Eso significa que se les ha de ayudar a ponerse al servicio de la comunidad cristiana. No se puede olvidar que los ancianos son custodios y transmisores de la fe, que trasmiten a las más jóvenes generaciones el sentido de la vida, el valor de la tradición y el de ciertas prácticas religiosos y culturales.
La Iglesia siempre debería de mostrarse agradecida a los ancianos por su preciosa presencia en ella y fomentar un diálogo intergeneracional entre ancianos y jóvenes. Solo si se cuenta con los ancianos la sociedad y la Iglesia pueden expresar el vínculo entre la memoria y el futuro.
Con mi afecto y bendición para todas las familias y, en especial, para los ancianos.
Jaén, 27 de diciembre de 2020, Fiesta de la Sagrada Familia