Maria Jose Peña: Todo aquello me parece ridículo acumulado


Antonio Ibáñez García:Mucha razón tienes, ridículos que fueron cayendo uno tras otro como fichas de dominó, y la última...cuál será?

La tragedia?


María-José Peña: No sé, Antonio. Pero todo ese ridículo acumulado, y el posterior de este último año, creo que, al menos de momento, impide que alcancen su pretensión. Ello no impide, sin embargo, que sin grandeza alguna siga el folletín ahora más folletín todavía entre el insultante Torra y el "dialogante" Sánchez. Veremos.

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María-José Peña
28 de octubre a las 23:39 ·
RIDÍCULO

Hoy, repasando lo que ocurrió hace un año, contemplando un programa de tv en que se describe todo ello, con lo dramático que fue en aquel momento, con lo que nos mantuvo en vilo, con lo expectante que se halló España entera durante aquellas horas en que todos los políticos y expolíticos y asimilados de importancia hablaban con todos sin confesar nada a los ciudadanos; repasando aquel momento en que parecía que el destino de España dependiera de aquel hombre único, Presidente del Gobierno Autonómico de la Generalidad, de aquel hombre que, al parecer tenía en sus manos el futuro de todos nosotros, hoy, digo, repasando todo aquello me parece simplemente ridículo.

Aquel hombre a quien por inacción de otros largamente sostenida se le había permitido que de él dependiera el destino de España, era un hombre mediocre, casi anodino, de carrera política apagada y aupado al poder político sin elección gracias a la designación graciosa de Artur Mas. Y hoy me ha parecido ridículo.

Aquella situación dramática a la que se había permitido que llegara Cataluña no era más que un espectáculo ridículo en que nos habían obligado a participar también como actores secundarios. Por eso, estábamos todos concentrados frente al televisor que ofrecía en directo cada uno de los rumores que circulaban; concentrados frente al televisor esperando con ansiedad cada una de las comparecencias anunciadas y luego retrasadas del President para saber que iba a pasar con nosotros, con nuestras vidas, con nuestra Patria, con nuestra condición de españoles; concentrados frente al televisor para saber qué había decidido Puigdemont si arrasar con nuestros Derechos y arrastrarnos a no ser lo que somos con la Declaración de Independencia o concedernos a nosotros y a nuestro Gobierno la merced de prolongar nuestra agonía un poco más convocando elecciones. Y eso, tan dramático entonces, con la simple distancia de un año se ha situado a mis ojos en el plano de lo ridículo.

Los Urkullu, los Montilla, los notarios, abogados y empresarios implorantes entre unos y otros que actuaban de intermediarios “de buena fe” pierden la dignidad de que pretendían estar revestidos para convertirse a mi vista en correveidiles ridículos. Aquellas conversaciones “al más alto nivel”, todos colgados del móvil, adoptando el papel de apurados mediadores, de gente importante que estaban en el secreto último de aquello que los actores de relleno, nosotros, ignorábamos, me parecen ridículas.

Aquel estado de enajenación colectiva, de lágrimas de emoción, de llantos desmesurados de todas aquellas personas reunidas en la Plaza de San Jaime en un estado de paroxismo ante la esperada Declaración de Independencia, me parece ridículo.

Aquellos alcaldes con sus simbólicas varas de mando en alto, reunidos como pastores saludando la Buena Nueva, aquellos hombres absurdos que hacían dejación de las funciones de gobierno que les cabían respecto a sus conciudadanos para reunirse allí, en cuadrilla, escondiendo entre la común presencia la vergüenza de su individualizada actitud, me parecen ridículos.

La propia Declaración de Independencia, el grupo que la sostenía, mitad políticos trajeados y mitad aliados en camiseta y deportivas de los que los primeros habían huido a menudo y despreciado siempre y, sin embargo, coyunturales compañeros de proyecto, me parece ridícula.

Aquellas visitas de la oposición al Gobierno a la Moncloa, convocados por el Presidente en demanda de ayuda, aquel énfasis en realzar su propio poder del momento y su “sentido” de Estado al tiempo que reventaba por las costuras su cicatería para dar ese apoyo, rebajándolo al mínimo posible hasta convertir la aplicación del 155 en una nadería en los efectos, a pesar del martirio colectivo que padecimos hasta llegar a él, me parecen dolorosamente ridículas.

Y luego, aquella salida de Puigdemont de la casa propia, en Gerona, escondido en el asiento de atrás del coche esquivando lastimosamente la responsabilidad derivada de la Declaración de Independencia realizada con desprecio absoluto de la Ley dos días antes, me parece tan bochornosa como ridícula.

Y angustiosamente ridícula me parece la actitud del Presidente del Gobierno de España que permitió se le diera trato de épica a lo que sólo era un folletín; esa actitud con la que, tratando de evitar males que creyó mayores, posibilitó incurrir en todos los menores que alargó, consintió y hasta quiso negociarlos con sus causantes, para desembocar todos, al final, en el mal mayor que pudiera darse.

Y, finalmente, tristemente ridículo me parece que después de sufrir tanto antes de llegar a la aplicación del 155, se devaluara éste en el momento de anunciar su aplicación hasta convertirlo en el fraude para el que no estaba pensado. Hoy lo sufrimos.

Por todo ese ridículo en que incurrieron unos y otros; por esa ridícula Declaración de Independencia que no llegó a nada; por toda esa actitud menuda con que se encaró una situación anómala que jamás debió haber llegado adónde llegó, hoy estamos como estamos: ¡peor!. Y eso, porque ellos, los golpistas no han vencido a pesar de su ridícula Declaración de Independencia que no llegó a nada, es verdad, pero la democracia se ha enfangado bajando a debatir en el lodazal de ilegalidades a que se subió el secesionismo no hace un año, no, hace muchos años más. Y eso es mucho más que lo ridículo de los comportamientos de todos; eso es dramático.

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Fuente: María-José Peña: RIDÍCULO


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