Exposición: del 9 de mayo al 27 de junio de 2019 la Biblioteca Central de Cantabria “Las Flores de Ares” de Eloy Velázquez: un arte que habla al corazón
La exposición completa la trilogía del artista, se suma a “Desde el sur del silencio” y “No crossing”, magníficos conjuntos escultóricos en madera llenos de vida sobre la humanidad olvidada, excluida
La obra de este artista nos hace tomar conciencia de los horrores de las guerras de los últimos cien años. Hace referencia a Ares, el cruel dios griego de la guerra, símbolo de la violencia humana
El arte verdadero, el que nos aleja de la barbarie y nos hace mejores hombres, existe. La obra de Eloy Velázquez es una prueba fehaciente de ello
El arte verdadero, el que nos aleja de la barbarie y nos hace mejores hombres, existe. La obra de Eloy Velázquez es una prueba fehaciente de ello
| Julio Puente López
Del 9 de mayo al 27 de junio de 2019 la Biblioteca Central de Cantabria acoge una exposición de Eloy Velázquez, que lleva el título de “Las Flores de Ares”. La obra de este artista, de mirada atenta y compasiva, nos hace tomar conciencia de los horrores de las guerras de los últimos cien años. Hace referencia a Ares, el cruel dios griego de la guerra, símbolo de la violencia humana. Completaba así el artista su trilogía compuesta por sus obras anteriores recogidas en “Desde el sur del silencio” y “No crossing”, magníficos conjuntos escultóricos en madera llenos de vida sobre la humanidad olvidada, excluida, el África explotada y sufriente de la emigración, de los hombres, mujeres y niños de las pateras.
La exposición es una palabra iluminadora con una clara finalidad comunicativa. Se trata, sin duda, de apelar a la conciencia del espectador para que sea receptivo al mensaje. Este arte no tiene nada que ver con la industria cultural que busca solo el beneficio. Es un arte que nos hace abrir los ojos y despertar del sueño de nuestra indiferencia para apostar por un mundo reconciliado, una palabra de dolor y de protesta ante la guerra, ese mal del hombre.
El visitante, al contemplar esta exposición, se queda sobrecogido por la fuerza dialógica de este artista, capaz de hablarnos y de conmover nuestro ánimo. Allí estaban muertas sobre la “mesa de armisticios” y sobre el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, en terrible ironía, quince palomas blancas de la paz esculpidas en madera, más otras cuatro esparcidas por el suelo.
Por el suelo también unos viejos tablones astillados como recuerdos y heridas de mil batallas. En el centro, cerca de la mesa, caída, como vencida y derrotada, la bandera forrada en plomo de la ONU, que tan incapaz se había mostrado siempre de evitar los conflictos armados.
En las paredes que acogían la exposición, en semicírculo, diecinueve piezas simbólicas hechas de viejas maderas de derribo cargadas de historia, muchas con sus banderas en tela del país y todas con sus altorrelieves de flores de madera con largos tallos, cada una de ellas con el nombre de un lugar, de una batalla, de una ciudad arrasada: Crimea, Verdún, Gernika, Auschwitz, Hirosima, Mi-lai en Vietnam, Non-Pen en Camboya, Biafra, Sarajevo, Palmira, Alepo… Tallos y flores apenas insinuadas para las guerras más lejanas, perdidas, tal vez, en nuestra débil memoria y flores más cuidadosamente esculpidas para las más cercanas. Ejemplos todos ellos del mal del hombre, de la inhumanidad más monstruosa. Cada flor era un homenaje a las víctimas del horror, un grito que brotaba de los escombros ensangrentados con los que la barbarie humana, el dios Ares, había marcado la historia.
Acompañaban la exposición las impactantes imágenes de un vídeo del autor, con cuidada y original banda sonora de Tomás Marco, donde se mezclaban y confundían las imágenes de unas ruinas bien representativas, las de Belchite recogidas para el vídeo por el mismo artista y las ruinas de Alepo fotografiadas por un periodista amigo. “¡Cuánta simbólica ironía! ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas y qué culpables son nuestras contradicciones!, porque por mucho que queramos ser pacifistas, muchas veces nos sorprendemos justificando algunas guerras”, escribe al presentar la exposición al público el comisario de la misma y crítico Fernando Zamanillo.
Efectivamente, como presentíamos, detrás de aquella gran obra había una gran persona. Era el artista el que a través de su arte nos interpelaba, el que denunciaba el lado más oscuro y aborrecible de la humanidad y levantaba un monumento artístico a las víctimas de nuestra locura, seres humanos y ciudades llenas de memoria artística y de historia, a las que él rinde homenaje con esas flores de madera que no están marchitas, ya que son sentida comunicación espiritual y un día podrán dejar semillas para nuevos brotes de reconstrucción y de esperanza, y que ya hoy hacen brotar en nuestro espíritu lágrimas de dolor, como anheladas semillas de fraternidad y conversión. Las ciudades arrasadas de Palmira, Alepo y todas las demás, con su historia y sus gentes, víctimas de Ares, víctimas de nuestra insania, son ahora, en la obra del Eloy Velázquez, “las flores de Ares” que viven en nuestra memoria y reviven en nuestro anhelo y nostalgia de una humanidad en paz. Esas flores expuestas en nuestras salas y museos nos animan a huir del odio y plantar semillas de concordia.
Eloy Velázquez es un artista de gran sensibilidad ante la injusticia y el sufrimiento. En esa lucha, en ese camino, se encuentran y se dan la mano ateos, agnósticos y creyentes como gusta de recordar a los peregrinos del Camino de Santiago el buen cura Ernesto en el albergue de Güemes, gran amigo de Eloy.
Este artista, hombre universal, acogedor, sin fronteras, siente la obligación de aportar con su obra un poco de luz a nuestras oscuridades. Nos anima a que establezcamos un diálogo con él a través de su obra. Lleno de contenido espiritual expresado en acertada y bella forma artística su arte cumple plenamente su función comunicativa. Es un arte que nos conmueve y que nos hace reflexionar, que está animado de un fuerte impulso ético, social y político. Es un gran legado el que va dejando no solo a sus hijos y a sus nietos, a su gente del norte, sino a todos los amantes del mejor arte.
El arte verdadero, el que nos aleja de la barbarie y nos hace mejores hombres, existe. La obra de Eloy Velázquez es una prueba fehaciente de ello. Nos habla de la guerra, pero al mismo tiempo, con su posicionamiento ético, nos está diciendo, como enseñó E. Lévinas, que no es ella la que marca el primer hecho del encuentro, pues “la guerra supone la paz, la presencia previa y no-alérgica del Otro”. El artista ha sabido señalar el mal de la humanidad cuando esta no acepta la responsabilidad por el prójimo. Su obra nos hace volver la mirada a aquellos rostros del pobre, del extranjero o de la viuda cuya expresión indicaba el “no matarás” original tantas veces ignorado.
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