Una belleza suavemente conmovedora y un verdadero ejercicio espiritual Roma: La memoria de los pequeños

(Peio Sánchez).- Los grandes cineastas hacen películas comerciales donde lo espectacular, lo artístico y el negocio se retroalimentan mutuamente, pero de vez en cuando, en momentos propicios, hacen la película que ellos desean realizar, en ellas el director marca el terreno de juego. Martin Scorsese lo hizo con "Silencio" y Alfonso Cuarón lo ha hecho con "Roma", título que hace referencia al barrio de clase media de la ciudad de México donde el realizador nació y creció.

"Roma" es una película sobre la memoria del territorio y sus gentes, sobre la familia fundante y sobre una criada-madre sustituta que dejó huella de la humanidad generosa en los fundamentos del ahora reconocido cineasta. Autor de famosas películas como "Grandes esperanzas" (1998),"Harry Potter y el prisionero de Azkaban" (2004), "Hijos de los hombres" (2006) o la más reciente "Gravity" (2014) donde obtuvo el Oscar al Mejor Director; probablemente este film autobiográfico será Oscar a la mejor película de habla no inglesa, ya que está filmada en español y mixteco, como ya ha sido Globo de Oro en esta categoría y en la de director en la edición del 2019.

Película de intimidades tiene como primeros protagonistas inmediatos a los niños, sus recuerdos les hacen los omniscientes narradores. Así hacen memoria de las viejas canciones como Angelitos negros, No tengo dinero, La india bonita o La ciudad perdida mientras hacen revivir sus sonidos de infancia -tan cuidados por Cuarón- como el afilador, el carrito de comida callejera, el camión de la basura o el rugido del mar imponente. Pero en el fondo las protagonistas son las mujeres. "No importa lo que digan, las mujeres siempre estamos solas". Sofía es la madre abandonada por el médico ausente que es el padre, pendiente de lo grande pero ausente en lo pequeño. A su lado la omnipresente Cleo, la cuidadora mixteca, a la que el film quiere hacer un homenaje como indica la escena final, donde asciende por una escala hacia el cielo y la dedicatoria última: A Liboria Rodríguez, Libo, la criada indígena que trabajó hace muchos años en casa de los Cuarón-Orozco.


El tercer protagonista es la ciudad, el barrio. El blanco y negro son los colores de evocación reminiscente. La fotografía se recrea en los ambientes, en los planos largos para orientar la rememoración, en los detalles nimios para fijar en presente lo que ya es pasado. La secuencia inicial nos muestra simbólicamente el valor del territorio y la casa familiar. Alguien fuera de campo limpia el suelo de una superficie de mosaicos -mientras transcurren los créditos- con agua que corre sobre la suciedad de un perro, este agua sobre el pavimento refleja el cielo y en él un avión que descubre el paso rápido del tiempo, reviviendo lo que ya se fue.

Si los norteamericanos han dado valor a las narraciones y los europeos a los personajes, los latinos son los maestros del lugar. Quizás porque expropiados el territorio, el ambiente es el lugar donde se recuperan su puesto en el cosmos. "Roma" muestra la ciudad viva en sus aconteceres y herida en sus desigualdades. Los señoritos y las criadas, los machos y las mujeres, los estudiantes reivindicadores y los paramilitares asesinos impunes. El barrio y la casa son los espacios donde siempre vuelve la acción una y otra vez, refugio y observatorio a los ojos infantiles.

Dos secuencias tan distintas como significativas giran del revés el relato. La joven nana embarazada de un monstruo en ciernes es acompañada por la abuela a comprar una cuna. Allí asisten involuntarias a Corpus de sangre de 1971, llamado el Halconazo, donde 120 personas fueron asesinadas por grupos filomilitares entre los que se encuentra el novio. El trauma provoca un parto imposible. La violencia destruye la vida. La segunda secuencia vale una obra maestra. En un mar festivo y amenazante se pierden dos niños, en su bramido se masca la tragedia. Pero allí la vida destruye a los presagios. Un abrazo-estandarte definirá la nueva familia donde las mujeres sostienen la historia. Aquí el cine casi se hace liturgia.

Las raíces de la memoria se asientan en el territorio convertido en geografía social donde se configuran los niños que harán también ellos historia. En el tiempo de los no lugares, los aviones, punteados en el film, serán la alusión a la pérdida de la tierra y sus gentes. La vuelta al origen es una respuesta sobre la propia identidad. La memoria vuelve al mapa social de los primeros pasos, de la ternura fundante. Que un gran director de Hollywood vuelva al blanco y negro, a la lengua materna, a la misma casa y barrio de su infancia no es solo un homenaje, es un aviso: ganamos perdiendo, volvemos para poder ser. Como el joven que vuelve a la tumba de un enorme Federico Luppi en "Un lugar en el mundo" (1997) de Adolfo Aristarain, aquí Cuarón vuelve a su ciudad y recupera sus fundamentos en un homenaje a los pequeños, representados en la tata analfabeta pero enorme, mujer del futuro humano, representante de nueva humanidad. El film es una belleza suavemente conmovedora y un verdadero ejercicio espiritual.


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