“Según el episcopado español, todos los clérigos tienen sus derechos humanos limitados” José María Castillo (1929-2023), mártir de los derechos humanos en la Iglesia
“Le vi destruido, pensé incluso que se moriría, que no salía adelante”
| Rufo González
Ha sido una de tantas víctimas de la falta de respeto a los derechos humanos en la Iglesia católica. Brilló especialmente en los dos episodios que vivió como profesor de la Facultad de Teología de Granada, hoy integrada en la Universidad Loyola. Ambos episodios llegaron “como el ladrón en la noche, abriendo un boquete en su casa” (Mt 24,43; Lc 12,39; 1Tes 5,2). Lo cuenta en sus Memorias: “Sin duda, mis problemas como profesor de Teología empezaron sin que yo me diera siquiera ni cuenta de lo que ocurría” (Memorias. Vida y pensamiento. Desclée de Brouwer. Bilbao 2021. Pág. 77-79).
El primero fue en 1982 y el segundo en 1988. Los dos en el mes de abril. El mismo transmisor: el Provincial de los Jesuitas de Andalucía y Canarias. El mismo proceder:
“se presentó en la Facultad de Teología..., me llamó a su despacho, y, sin más explicaciones, me comunicó que no podía seguir dando mis clases en los cursos magistrales de Teología Dogmática, concretamente el curso sobre los sacramentos que era el que correspondía aquel año... Lo único que podría enseñar serían cursos menores o complementarios...
... ¿Quién decidió aquello? ¿Por qué se decidió? Nadie me lo explicó. Nunca pude saberlo... Entré en un proceso bastante serio de depresión...” (abril 1982).
Abril 1988: “El Provincial de los Jesuitas de Andalucía y Canarias, se presentó en Granada, me llamó a su despacho y me comunicó que el P. General, por decisión del Santo Oficio, me prohibía seguir enseñando, no sólo en la Facultad de Teología de Granada, sino en cualquier institución de estudios eclesiásticos de la Iglesia”.
“Como es lógico, yo pregunté al P. Provincial por qué se había tomado aquella decisión, quién la había tomado, de qué se me acusaba, si yo podía defenderme de alguna manera... A todo lo cual se me dijo que nada de lo que yo preguntaba tenía respuesta...
Muchas personas (sobre todo religiosas) pensarán: `¡si en Roma, nada menos, han tomado esta decisión, algo habrá hecho; y por algo se mantiene oculto!´. Este sambenito no te lo quita nadie. Sobre todo cuando además una instancia oficial, la Secretaría de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, te acusa (sin dar un solo argumento) de un `método teológico gravemente deficiente´ (Ecclesia, nº 2381-23 junio 1988, pág. 13)...
En más de treinta años, nadie me ha podido explicar el por qué de aquella humillante decisión que se tomó contra mí. Es más, en el citado documento de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe (de la Conferencia Episcopal Española), se decía lo siguiente: la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe (de la Conferencia Episcopal Española), se decía lo siguiente: `cuando se habla de derechos humanos dentro de la Iglesia no es legítimo olvidar que la conducta de los sacerdotes y muy en especial de los religiosos, así como las relaciones con sus superiores, están conformadas por compromisos religiosos de signo público y permanente que al haber sido libremente aceptados suponen una autolimitación voluntaria de esos derechos´(doc. cit. nº 6, pág. 14). O sea, dicho en pocas palabras: sepan los sacerdotes y los religiosos que, según el episcopado español, todos los clérigos tienen sus derechos humanos limitados por los obispos y sometidos a los obispos...
El centro y el eje del cristianismo está en el llamado Misterio de la Encarnación, que es el acontecimiento de la Humanización de Dios... Lo cual quiere decir que no puede haber principio ni poder alguno que pretenda limitar o condicionar lo verdaderamente humano y, en consecuencia, los derechos humanos. Este criterio y esta manera de pensar ha sido el principio rector de mis convicciones, de mis creencias y de mi conducta” (Ibidem obra cit.).
Compárese esta conducta con el artículo 10 de laDeclaración Universal de Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal” (Declaración universal de Derechos Humanos. Asamblea General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948).
El ladrón en la noche abrió un boquete en su casa. Nos lo cuenta Xabier Pikaza:
“La primera y más honda impresión que yo tuve de J.M. Castillo (Pepe) fue el año 1988, cuando la Congregación de la Doctrina de la fe... le retiró la venia docendi, y tuvo que abandonar la facultad de Teología de Granada. Vino poco después a dar un curso “privado” en la residencia de las Religiosas de los Sagrados Corazones de Salamanca, pared en medio con el Colegio Mayor de los Mercedarios, donde yo residía...
Venía deshecho, destruido, tembloroso, por lo que le habían hecho. Yo no me imaginaba tanto..., pero no he conocido a nadie que lo haya sufrido como él, por su carácter personal, por la hondura de su compromiso y, sobre todo, por la forma y manera de “expulsarle” de la enseñanza, cuando le quedaban dos años para jubilarse y sólo le permitían enseñar en cursos de post-grado, para un grupo reducido de teólogos hispanos e hispanoamericanos, bien curados de espantos.
Sentí que los mismos que se habían aprovechado de su docencia le expulsaban de la docencia. Descubrí que era una nueva “casta teológica” la que quería de algún modo “vengarse” de él, haciéndole chivo expiatorio de unos “males” de los que él no tenía culpa, males que él quería superar, y que no han sido superados hasta ahora.
Le vi destruido, pensé incluso que se moriría, que no salía adelante, por sus temblores, por su angustia, por un tipo de depresión múltiple que le estaba dejando en los bordes de una depresión congénita de muerte. Algo nos animamos mutuamente, algo aprendimos uno del otro. En parte por la ayuda que él me ofreció, con su palabra y con su vida he podido y querido mantenerme fiel a mi labor teológica hasta el día de hoy, sin su hondura, sin su radicalidad, pero quizá con menos “herida” ayudado también por mi forma de ser, algo más “deportiva” (X. Pikaza: J. M. Castillo (1929-2023). Alternativa cristiana, un teólogo del pueblo. RD 12/11/2023).
La justificación que aporta la Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe no sólo contradice los derechos humanos, “universales e inviolables”, entre los que está “la buena fama, el respeto, la adecuada información...” (GS 26). También ofende la conducta de Jesús reflejada en los Evangelios: “Jesús respetó a todos, fuera cual fuera su religión, las creencias de cada cual, su conducta o sus costumbres... Una cristología que permite y justifica un ejercicio del poder en la Iglesia, que se traduce en violaciones de los derechos de las personas, es decir, en constantes falta de respeto a los cristianos, no puede ser la cristología que se basa en el Evangelio y nos presenta a Jesús como imagen y revelación de Dios, Padre de todos los humanos por igual” (José M. Castillo: La humanización de Dios. Edit. Trotta. Madrid. 2ª ed. 2010. Pág. 249).
Pidamos a José María Castillo, ya gozoso de la Pascua de Jesús, que interceda por toda la Iglesia, para que reconozca los derechos y deberes humanos, siguiendo la conducta de Jesús.