Mons. Enrique José Parravano Marino, sdb, es el sexto obispo al frente de la diócesis aragüeña Maracay estrena obispo
Nativo de Turmero, fue objeto de un cálido recibimiento por sus paisanos que desbordaron las calles con su presencia, entusiasmo y fe. En él observamos también, el efecto positivo en lo religioso
Le toca a Mons. Parravano acrecentar la vida cristiana en esta tierra, en medio de las enormes dificultades por las que atraviesa nuestra patria. Su sencillez y cercanía con todos, lo convierte en un pastor con olor a oveja
El sábado 28 de septiembre tomó posesión de la diócesis de Maracay, Mons. Enrique José Parravano Marino, sdb, como sexto obispo al frente de la diócesis aragüeña. Venía de ser obispo auxiliar de Caracas y anteriormente como miembro de la familia salesiana había ocupado responsabilidades como formador de juventudes en colegios de Don Bosco y como párroco en el interior del país y en la capital.
La diócesis de Maracay fue creada en 1958 siendo su primer obispo Mons. José Alí Lebrún Moratinos (1958-62), nativo de Puerto Cabello, quien venía de ser Obispo Auxiliar de Maracaibo. A él lo sucedió Mons. Feliciano González Ascanio (1962-86); el tercer obispo fue Mons. José Vicente Henríquez Andueza, sdb (1987-2003). Luego, Mons. Reinaldo del Prette Lissot (2003-2007). El quinto, Mons. Rafael Conde Alfonzo (2008-19), quien por razones de edad y en cumplimiento de la normativa canónica pasa a la condición de emérito. Curiosamente, todos ellos, con la excepción de Mons. Conde, caraqueño, ligados a la región central, por origen o lazos familiares.
Coincide la diócesis con los límites civiles del estado Aragua, con dos regiones muy distintas. La de los valles de Aragua donde se concentra gran parte de la población, con actividades agroindustriales y de servicios. Y el sur aragüeño, de cultura llanera, pues de San Sebastián de los Reyes, puerta del llano hasta Barbacoas responde cultural y socialmente a los llanos centrales. A lo largo de sesenta años de existencia, la diócesis ha ido configurando su propia personalidad. La creación y mantenimiento del Seminario, preocupación de todos sus prelados, ha dado su fruto, pues buena parte del clero es nativo de la región, con la presencia de sacerdotes y religiosas de varias nacionalidades que están al frente de centros educacionales y de salud, así como de populosas parroquias.
Mons. Parravano, nativo de Turmero, fue objeto de un cálido recibimiento por sus paisanos que desbordaron las calles con su presencia, entusiasmo y fe. En él observamos también, el efecto positivo en lo religioso. Hijo de inmigrantes italianos vio la vida física y espiritual en la tierra aragüeña, muestra del ya numeroso grupo de sacerdotes y religiosas hijos de inmigrantes europeos y/o latinoamericanos que hicieron de nuestra tierra su casa, regalándonos los dones de su cultura y de su vivencia religiosa.
Le toca a Mons. Parravano acrecentar la vida cristiana en esta tierra, en medio de las enormes dificultades por las que atraviesa nuestra patria. La sinodalidad y la común vocación bautismal hará que se multipliquen las iniciativas laicales, y que la juventud encuentre en él un compañero de camino y un experto, como buen salesiano, en el desarrollo de las muchas virtualidades de los jóvenes de hoy. Su sencillez y cercanía con todos, lo convierte en un pastor con olor a oveja, como lo proclama el Papa Francisco para ir, unas veces delante otras detrás y muchas más en medio, para que el fruto de su acción pastoral sea fecunda.
Que San José, patrono de la diócesis y la Virgen María, bajo las hermosas advocaciones en San Mateo, Villa de Cura y San Sebastián de los Reyes, sean los guías y la estrella de su ministerio episcopal. Ad multos annos.
49.- 29-9-19 (3271)