Comentario a la lectura evangélica (Lucas 1,26-38) del II Domingo de Adviento "Dios sigue naciendo, viniendo, provocándonos, pidiéndonos hospitalidad y acogida"
"Nadie nos impedirá, finalmente, hacer de este tiempo un tiempo de cambio, de conversión, incluso de renacimiento"
"Él viene, todavía, llamando a las puertas de nuestro corazón. Irrumpe en nuestra vida cotidiana, tal como somos"
"Está llena de gracia porque Dios precede y suscita nuestra conversión, acompaña nuestra búsqueda, orienta nuestras decisiones"
"Está llena de gracia porque Dios precede y suscita nuestra conversión, acompaña nuestra búsqueda, orienta nuestras decisiones"
Sí
Vamos llegando a la Encarnación.
Un acontecimiento humilde y modesto. Como Dios.
Una invitación a acoger a este Cristo de Dios. Nadie nos impedirá hacernos una cueva. Nadie nos impedirá, finalmente, hacer de este tiempo un tiempo de cambio, de conversión, incluso de renacimiento.
Esto nos es dado. Podemos hacerlo.
Y estamos aquí para preguntarnos si todavía lo queremos, a un Dios así. Si todavía tenemos el deseo de implicarnos, de despertar, de asombrarnos y maravillarnos.
Dios sigue naciendo, viniendo, provocándonos, pidiéndonos hospitalidad y acogida.
Basta con que no cometamos el error fatal de tomarnos por Dios.
Él viene, todavía, llamando a las puertas de nuestro corazón. Irrumpe en nuestra vida cotidiana, tal como somos, en medio de este mundo que parece fragmentarse e implosionar, en esta Iglesia tan tenaz y compasiva a pesar de nuestras evidentes limitaciones.
Aquí viene. Dios nace. Renace en cada uno de nosotros.
¿Estamos preparados para acogerlo? Escuchemos: contemplemos a María.
Un ángel
María fue tocada por Dios.
No sabemos cómo. Sí sabemos que tuvo la certeza de una teofanía, de la irrupción de Dios en su vida. No fue una ilusión, sino una percepción real en su interior, una profunda experiencia interior. No, no tengo ninguna dificultad en creer que Dios se manifiesta en el alma de quien lo busca. Que Dios es otro que nuestras creencias y no creo en absoluto que la fe sea un sentimiento religioso, sino un encuentro real. Tan real que asusta. María, en ese saludo, comprende que debe alegrarse porque Dios la ha colmado de gracia, porque el Señor está con ella.
El saludo del ángel es una invitación a la alegría.
La alegría del cristiano. La alegría de saberse en compañía de Dios.
Está llena de gracia porque Dios precede y suscita nuestra conversión, acompaña nuestra búsqueda, orienta nuestras decisiones.
También nosotros estamos llenos de gracia. También nosotros estamos llenos, si antes tenemos el valor de vaciarnos. También nosotros nos hacemos capaces de Dios. Contenedores del Absoluto.
Agitación.
María está agitada. Debería estarlo.
¿Cómo no sentirse abrumada y sobrecogida por la repentina visita de Dios? ¿Cómo no rendirse ante el soplo de Dios? ¿A la belleza del Altísimo? ¿Cómo no sentir una emoción cuando nos damos cuenta de que es Dios, y está presente, y es hermoso?
¿Y de que nos visita? María está turbada, estremecida. Dios es y está ahí.
El ángel invita a María a no asustarse. Y añade: serás madre.
El tuyo será un gran hijo y se llamará hijo del Altísimo.
Reinará en el trono de David. Estamos hablando del Mesías…
Dios irrumpe en la vida de María para hacerla fructificar, para hacer grandes cosas a través de ella.
Su hijo será grande, como cualquier hijo, pero también será fuente de bendición para muchos. Dios siempre viene a hacer grandes cosas en nosotros para los demás. También en mí.
María, como toda hija de Israel, sabe que el pueblo espera un libertador, un nuevo rey David que devuelva el valor y la gloria al pueblo elegido de Dios.
Ahora por fin está sucediendo.
¿Pero cómo?
Concreción.
Entonces María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no conozco varón?» (Lc 1,34).
Estas son las primeras palabras de María.
Hasta aquí la habíamos imaginado intimidada, una adolescente ensimismada escuchando el rimbombante anuncio del príncipe de los ángeles. Nada de eso.
María no es tímida ni torpe.
Es escalofriante ver cómo se enfrenta a Gabriel, cómo interactúa con determinación y lucidez. Sus primeras palabras -una petición de aclaración- revelan a una mujer adulta, una creyente inteligente y aplomada, una persona concreta con los pies firmemente plantados en el suelo.
¡Mirad a la niña que interroga al asombrado príncipe de los ángeles!
Enorgulleceos, hijas de Eva, de tanta fuerza, de tanta gracia, de tanta audacia.
¡Aprended, hijos de Adán, de tanta concreción y determinación!
La adolescente que se atreve, que rebate, que pregunta.
Sin embargo, así es como debemos hacerlo. Ésta es la actitud que debe adoptar el creyente.
El Dios que relata la Biblia, el que se revela definitivamente en Jesús, es un Dios que no trata a los hombres como siervos (Jn 15,15), sino como hijos, que los pone en pie de igualdad (Sal 8,5-6), que acepta ser interpelado (Gn 18).
Explicaciones.
El ángel explica, interviene, sin esperar una objeción tan sensata, tan oportuna.
Dios entra en su vientre, el infinito se contrae en su seno inmaduro, y ella pregunta: ¿cómo es posible si no he tenido relaciones conyugales con José?
Se hace el silencio. Todo está quieto. Todo permanece en suspenso.
Dios espera una respuesta.
María es joven, ciertamente, pero no ingenua.
¿Qué pasará al día siguiente? ¿Con José? ¿Con Ana, su madre? ¿Con Joaquín, su padre?
¿Quién la habría creído? ¿Cómo podría ella misma haber pensado en aquel momento sin sentirse abrumada por las dudas? ¿Sin creerse agotada?
¿Qué habríamos respondido nosotros?
Sí.
Se rompe el silencio. María ha elegido.
Sabe que su vida no es suya, que es un don y hace de ella un regalo.
Una respuesta directa, precisa, la suya, una disponibilidad razonada que revela la profundidad del alma adolescente. Uno se prepara, para las grandes elecciones, día a día, y ella está preparada. Hace tiempo que hizo de su vida un servicio a Dios. Sabe que todos somos servidores de la felicidad de los demás. Sabe que la vida se da o se marchita. Lo sabe.
Si he abrazado la fe, si tengo un horizonte de esperanza, si creo, con fatiga pero con tenacidad, después de tantos años, si viviré sin embargo esta Navidad como una gracia, es gracias a ese «sí». El sí pronunciado por un adolescente en el recóndito espacio de un pueblo en medio de la nada.
Estoy aquí gracias a ese sí.
Y comienza la salvación tomando cuerpo, carne humana.
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