"Desacralizar los poderes políticos, también los religiosos, impide caer en la tentación de hacer del adversario el mal absoluto" "Para no pocos descristianizados la Iglesia es cerrada, impenetrable, nunca mater pero siempre magistra"
"El repentino descenso del Espíritu Santo, el estruendo y las llamas de la historia de Pentecostés, causaron estragos, les obligaron a salir. Así nació la Iglesia en el acto de salir. De la secta cerrada pasaron a su opuesto: una comunidad abierta"
"El hecho de que los Apóstoles fueran capaces de entender diferentes lenguas lleva al segundo elemento fundador: la diversidad"
"Una Iglesia en salida es también una Iglesia global que armoniza la diversidad respetando todas las culturas, es una indicación de un camino opuesto al que parecen tomar muchos en la vida cotidiana internacional o nacional"
"Una Iglesia en salida es también una Iglesia global que armoniza la diversidad respetando todas las culturas, es una indicación de un camino opuesto al que parecen tomar muchos en la vida cotidiana internacional o nacional"
Pentecostés es la fecha en que la Iglesia recuerda su propio nacimiento. ¿Qué cambió en esta fecha? En el día de Pentecostés los Apóstoles estaban cerrados, todos juntos en el mismo lugar, unidos por profundos lazos pero también por temores igualmente hondos, percibiendo un peligro permanente tras la muerte de Jesús. El repentino descenso del Espíritu Santo, el estruendo y las llamas de la historia de Pentecostés, causaron estragos, les obligaron a salir. Así nació la Iglesia en el acto de salir. De la secta cerrada pasaron a su opuesto: una comunidad abierta.
El hecho de que los Apóstoles fueran capaces de entender diferentes lenguas lleva al segundo elemento fundador: la diversidad. La diversidad por el descenso del Espíritu Santo se exalta porque finalmente la Iglesia se entiende en la diversidad. No es que de repente todo el mundo entienda la lengua cristiana y apostólica, como si se hubiera convertido en una especie de esperanto sino que son los Apóstoles quienes entienden todas las lenguas. Las diferentes lenguas no se borran en una uniformidad inexistente e indeseada. La diversidad así entendida hace posible la armonía, y sólo podía ser así puesto que sin diversidad no puede imaginarse armonía alguna, sólo uniformidad.
La armonía de la diversidad nos recuerda aquella idea de la Iglesia de los diferentes carismas: no es una armonía que unifica, sino exactamente lo contrario. Por tanto, el centro son todas las periferias, todas las tierras famosas u olvidadas, cercanas o lejanas. Es a su servicio que se comprende y se justifica la Iglesia de Pentecostés, convirtiéndose así a la creación de la gran armonía, no en un peldaño superior de la escala jerárquica que desde el centro armoniza las diversidades como si desde el centro irradiara la palabra única y unificadora.
Si alguien intentara relacionar esta visión, esta idea, con el mundo globalizado, con nuestra sociedad mundial formada por personas diversas -política, cultural, lingüísticamente- pero unidas por la globalización, vería una globalización que no elimina la diversidad política, cultural, lingüística, sino que sirve para unirlas, armonizando las diversidades reconocidas y poniendo así en armonía intereses diferentes.
Los conflictos que dominan el mundo, y que ya ni siquiera sabemos contar, provienen de mil causas diferentes que nadie puede armonizar porque son hijas de la voluntad de poder o del miedo a la exclusión, al avasallamiento y a la venganza, al imperialismo o al antiimperialismo (que se convierte también al final en no menos imperialista). El odio parece desbordarse en el mundo. Una Iglesia en salida es también una Iglesia global que armoniza la diversidad respetando todas las culturas, es una indicación de un camino opuesto al que parecen tomar muchos en la vida cotidiana internacional o nacional. Una globalización que no uniformiza y que invita a soñar y a alumbrar horizontes más amplios de humanidad, fraternidad, solidaridad.
El Espíritu nos invita a discernir entre la voz del bien y la voz del mal. Ninguno de nosotros somos hijos del mal o hijos del bien. Discernir significa reconocer la primera voz y no confundirla con la segunda. Y la necesidad de este discernimiento se dirige a la Iglesia, a su acción pastoral y a nuestra conducta humana personal, y puede dirigirse también a la sociedad de las naciones. Sacralizar los poderes políticos, también los poderes religiosos, es la mejor manera de hacer de un poder el depositario del bien contra el mal. Desacralizar los poderes políticos, también los religiosos, impide caer en la tentación de hacer del adversario el mal absoluto. No hay que sacralizar ningún poder, so pena de confundir la voz del mal con la del bien. Hay que huir de la trampa de llamar a cruzadas contra los nuevos cruzados. Eso es siempre extremismo legitimando la opción extremista que conduce siempre, antes o después, a la humanidad a la destrucción.
Tantas veces en la Iglesia nos escuchamos a nosotros mismos en una escucha homologada y homologante propia de todo grupo cerrado y siempre auto-referenciado. En no pocas ocasiones es una Iglesia que se escucha a sí misma, sus impulsos y sus estrategias, sus necesidades y sus retos, sus preguntas, mientras que la Iglesia del Espíritu es la que escucha al mundo en la que vive. Esta escucha le exigiría hoy, como siempre, ponerse las sandalias y salir, con escaso bagaje (solamente con lo más imprescindible como hacen los peregrinos más conscientes y experimentados) a escuchar la realidad y no encerrarse en su representación. Diría Dietrich Bonhoeffer que debemos escuchar a través del oído de Dios, si queremos ser capaces de hablar a través de su Palabra, y el Espíritu sigue hablando inefable a través de la creación y de la historia.
De otro modo, acabaremos como encerrados en una burbuja en la que las ideas se confirman independientemente de los hechos y en la que acabamos representando la realidad a nuestra imagen y semejanza. Habrá que perforar la burbuja de los silogismos de nuestros discursos (o romper la mesa redonda a la que asisten los invitados de siempre, o abrir las ventanas y puertas de nuestros salones cerrados con olor a naftalina, o…), y entrar en el vasto mundo de los diferentes puntos de vista, de las diferentes narrativas, y navegar en la realidad real, no en la auto-afirmante y laudatoria de las burbujas en las que sólo recibimos mensajes de lo que nos gusta y de los que piensan como nosotros.
La comunión no es el resultado de estrategias y programas, sino que se construye en la escucha mutua entre hermanos y hermanas. Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando a las demás voces y en relación con la armonía del conjunto. Esta armonía es concebida por el compositor, pero su realización depende de la sinfonía de todas y cada una de las voces. Sabiendo que participamos en una comunión que nos precede y que nos incluye, podemos redescubrir una Iglesia polifónica y sinfónica, en la que cada uno es capaz de cantar con su propia voz, acogiendo como un don las de los demás, para manifestar la armonía del conjunto que compone el Espíritu Santo. ¿No es precisamente la escucha el primer mandamiento de Dios? Escucha Israel… (Dt 6, 4-9).
Pentecostés hace una Iglesia extrovertida, por tanto en el mundo, con el mundo, con el que y con el que se relaciona. Quiere conocer este mundo, quiere comprenderlo y ser comprendida por él hablando su lenguaje, viviendo sus problemas. Y es que Jesús, el hombre lleno del Espíritu Santo y movido por Él, iba a la sinagoga, frecuentaba los lugares sagrados, estaba en contacto con el pueblo, y no sólo con el pueblo creyente. Caminaba por las calles, se encontraba con la gente, hablaba con ella, la escuchaba. ¿No será que la salida es el lugar de salvación y la espiritualidad evangélica del cristianismo?
La Iglesia en salida no habla a sí misma (mucho menos de sí misma) sino a todos. Busca una forma de comunicarse con esta sociedad que a menudo se describe como "descristianizada". ¿Por qué es así, o por qué habría de serlo? Si fuera cierto, habría una razón. Puede que no la haya, pero la cerrazón, la autorreferencialidad, el lenguaje, pueden ser una de las muchas causas de esa presunta descristianización. Para evangelizar a una sociedad que se considera o se define como descristianizada, quizá también sea necesario hablarle, comprenderla, dialogar con ella, encontrar convergencias y divergencias, entender y explicar, contemplar, escuchar, meditar y, en su momento, balbucir y decir. Quizás para no pocos de los que consideramos descristianizados la Iglesia es cerrada, impenetrable, nunca mater pero siempre magistra que no es percibida como dialogante con paciencia sino adoctrinadora con un sistema de cánones imprescindibles y verdades absolutas.
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