"El vínculo entre fe y vida" Un magisterio el de Francisco siempre creíble porque humano
"A veces, los sermones o catequesis que escuchamos están hechos en gran parte de moralismos poco capaces de responder a las preguntas de sentido que acompañan la vida de las personas"
"Cuando el Papa Francisco habla o escribe, tiene siempre presente el vínculo entre fe y vida, y cuida de no caer en la autorreferencialidad … El buen pastor huele a pueblo y a calle y, con su reflexión, vierte aceite y vino en las heridas de muchos"
"Necesitamos una fe viva, que dé 'sabor' además de 'saber', que esté en la base de un diálogo serio con las fronteras y las periferias para una propuesta de la fe en las transformaciones humanas y mundiales de hoy... Una fe capaz de dialogar con el mundo"
"Necesitamos una fe viva, que dé 'sabor' además de 'saber', que esté en la base de un diálogo serio con las fronteras y las periferias para una propuesta de la fe en las transformaciones humanas y mundiales de hoy... Una fe capaz de dialogar con el mundo"
El ejercicio vivo de creer y de proponer la fe es un valioso servicio al mundo. Este momento de la historia necesita ese ejercicio de la fe que la interpreta, la traduce, la retraduce, la hace comprensible, la expone con palabras nuevas y con una sonrisa en el rostro.
A veces, los sermones o catequesis que escuchamos están hechos en gran parte de moralismos, poco «evangélicos», es decir, poco capaces de hablarnos del Dios Jesucristo y del Reino, y de responder a las preguntas de sentido que acompañan la vida de las personas, y que a menudo no tenemos el valor de formular abiertamente.
Tantas veces nos preguntamos cómo es posible comunicar hoy las verdades de la fe, teniendo en cuenta los cambios lingüísticos, sociales y culturales, utilizando con competencia los medios de comunicación, sin diluir, debilitar o «virtualizar» nunca el contenido que se quiere transmitir. Cuando el Papa Francisco habla o escribe, tiene siempre presente el vínculo entre fe y vida, y cuida de no caer en la autorreferencialidad.
En su servicio a la belleza y verdad del Evangelio, está tan llamado a custodiar como a comunicar la alegría de la fe en el Señor Jesús, y también una sana inquietud, ese estremecimiento del corazón ante el misterio de Dios. Y sabe acompañar a otros en su búsqueda cuanto más experimentemos esta alegría y esta inquietud. Es decir, cuanto más tratamos de ser «discípulos».
"Cuando el Papa Francisco habla o escribe, tiene siempre presente el vínculo entre fe y vida, y cuida de no caer en la autorreferencialidad"
Un buen pastor expresa su servicio en una actitud que podemos llamar «diaconía de la verdad», porque está en juego la existencia concreta de las personas, que a menudo viven sin certezas, sin orientaciones compartidas, bajo el condicionamiento martilleante de informaciones, noticias y mensajes a menudo contradictorios, que cambian la percepción de la realidad, llevando al individualismo, al indiferentismo,…
"El buen pastor huele a pueblo y a calle y, con su reflexión, vierte aceite y vino en las heridas de muchos"
Y en este camino compartido, es decir, sinodal, el pastor procura buscar y encontrar el diálogo con el mundo, con las culturas y las religiones. El diálogo es una forma de aceptación y, de hecho, enseñar significa vivir en una frontera, una frontera en la que el Evangelio se encuentra con las necesidades reales de las personas. El buen pastor huele a pueblo y a calle y, con su reflexión, vierte aceite y vino en las heridas de muchos.
Ni la Iglesia ni el mundo necesitan una fe académica, de biblioteca, de escritorio, sino una fe capaz de acompañar los procesos culturales y sociales, especialmente las transiciones difíciles, haciéndose cargo también de los conflictos. Debemos cuidarnos de una fe que se agota en su exquisita dogmática o que mira a la humanidad desde un castillo de cristal.
Necesitamos una fe viva, que dé «sabor» además de «saber», que esté en la base de un diálogo serio con las fronteras y las periferias para una propuesta de la fe en las transformaciones humanas y mundiales de hoy... Una fe capaz de dialogar con el mundo, con la cultura, atenta a los problemas de los tiempos y fiel a la misión evangelizadora de la Iglesia... al servicio no de sí misma sino del Reino.
"Debemos cuidarnos de una fe que se agota en su exquisita dogmática o que mira a la humanidad desde un castillo de cristal"
Por eso «el hábito» del Papa Francisco es el del hombre espiritual, humilde de corazón, abierto a las infinitas novedades del Espíritu y cercano a las heridas de la humanidad pobre, descartada y sufriente. Sin humildad el Espíritu huye, sin humildad no hay compasión, y una fe desprovista de compasión y misericordia se reduce a un discurso estéril sobre Dios, quizá bello, pero vacío, sin alma, incapaz de servir a su voluntad de encarnarse, de hacerse presente, de hablar al corazón. Porque la plenitud de la verdad -a la que conduce el Espíritu- no es tal si no se encarna.