EL GATO EGIPCIO
¿Tienes temores, preocupaciones, inseguridades? ¿Te pesa el futuro? ¿Qué tal si dedicamos unos minutos "relajados" a meditar sobre la Providencia, el temor o la "pegajosa" imaginación? Te aseguro que esto es mucho más importante para tu vida que un partido de fútbol.
Era invierno y caminaba por una angosta calle de Madrid. Casi tropecé con un joven que llevaba en sus brazos un canastillo del que sobresalía la cabeza de un raro animalito. Me paré y le pregunté: ¿Es un perro? No, me respondió, es un gato egipcio, de raza "sphynx" o esfinge. No tiene pelo, como ve, por eso le llevo vestido de lana y resguardado en este canastillo, para que no coja frio. Mientras me hablaba, me mostró con orgullo aquel arrugado felino y su vestimenta. Le di las gracias por las aclaraciones y nos despedimos.
Apenas reanudé mi camino, me vino a la cabeza una cita (apócrifa) de la Escritura: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros gatos, cuánto más vuestro Padre celestial…".
En etapas pretéritas y angustiosas de mi vida, yo me he agarrado a mucho menos: un dibujo del Padre cuidando un pajarillo o una estampa de un marinero al timón contra la tormenta, pero acompañado por el mismísimo Señor del Universo.
Esa sensación de estar cuidado y de ser acompañado, rebajaba mi nivel de angustia, me tranquilizada y me llenaba de paz. Después he descubierto que Dios no suele actuar directamente en la vida de sus hijos. Él quiere que caminemos sin muletas y aprendamos a administrar nuestros talentos con autonomía y libertad. ¿Qué padre preferiría mantener a su hijo en silla de ruedas o en cama toda la vida?
Cuando, hace años, leí "Cristología para empezar" de J.R. Busto (1) ya no me escandalicé. Me pareció muy real aquella frase, decepcionante para algunos: "Dios no nos salva, cuando nos estamos ahogando, haciéndonos caminar sobre el agua, sino que nos salva dándonos fuerza desde dentro para nadar". Algunas personas se angustian cuando comprenden que Dios no les evitará los problemas, no les llevará en brazos, sino que les apoyará y acompañará para que tomen decisiones y caminen libremente por la vida.
Una persona buena me confesó hace tiempo que lloró amargamente cuando se dio cuenta de esa autonomía, de esa "distancia" de Dios. Ya no se sentía transportada y segura en sus brazos. Era ella la que tenía que sortear los riesgos y tomar decisiones para evitarlos. Y, a veces, los perjuicios venían de fuera (una enfermedad, una pérdida, un accidente, un robo...). Ese descubrimiento la empezó a angustiar de tal manera que vivía tensa, preocupada, hipersensible, por lo que les podría pasar a ella o a los suyos en el futuro.
El "gendarme del cielo" ya no haría de guardaespaldas contra todo dolor, ya no valía vivir colgada de lo alto. Era ella la que tenía que tomar la vida en sus manos y construirla. Se le volatilizaron las novenas, las promesas, las velas, las medallas protectoras… Finalmente me reconoció que ese miedo que ella sentía no era más que inmadurez, falta de confianza en sí misma, temor a la libertad y autonomía de la persona humana. En suma, puro infantilismo.
¿Entonces, la confianza en Dios no sirve? ¡Ya lo creo que sirve! "En Él somos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28) ¡Vivimos por Él, con Él y en Él! Pero eso no nos exime de conducir nuestra vida con lucidez y seguridad, de poner en marcha todos los recursos recibidos. No podemos olvidar aquello tan antiguo: "Escuchad mi voz, y yo seré entonces vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid cabalmente el camino que os he prescrito para vuestra felicidad" (Jr 7,22).
Dios no nos impone cargas sino que señaliza los peligros. Tampoco es una vaca lechera que necesita ser estrujada a diario para darnos lo necesario. Lo tenemos todo preconcedido, las soluciones están en nuestro interior y en el buen rumbo de nuestra libertad. Nuestra vida navega dentro de la Vida desde que nacemos. La oración no es para colgarnos de "arriba" sino para sumergirnos "abajo" y encontrar nuestra jugosa herencia. ¡En esto consiste la confianza en Dios!
Sin embargo, qué poco hacemos para conocernos como personas, para madurar, para conseguir un equilibrio y realizarnos. ¡Ése es el camino de la felicidad y ahí nace la verdadera religión! Pero cuán olvidadas dejamos nuestras riquezas de inteligencia y voluntad. ¡Lástima que tantos se conformen con agua bendita, escapulario y poco más, sin atreverse a salir de una religión infantil y sin que nadie les estimule! Tal vez muchos clérigos se encuentren más cómodos vigilando un jardín de infancia, exigen menos y dan menos problemas.
Aún así, espero que algunos quieran conducirse como adultos. Demos pues, un pasico hacia el equilibrio humano. Cuando nos asaltan temores exagerados (angustias por el futuro) hay que saber que existen en la persona "malos funcionamientos", desequilibrios, que nos hacen ver fantasmas con más o menos gigantismo.
La causa más frecuente es el "funcionamiento imaginativo" o imaginación desbocada, a la que santa Teresa llamaba "la loca de la casa". Proyectamos nuestros fantasmas al futuro y sufrimos en el presente por lo que todavía no ha ocurrido y, probablemente, nunca ocurrirá. Es de necios enrollarse en esas imaginaciones, a veces obsesivas y patológicas.
¿Cuál es el remedio? ¿Colgarse de los santos, hacer novenas, prometer ofrendas, iniciar cadenas, encender velas...? ¿O, por el contrario, rechazar a Dios por inútil? ¿O, tal vez, no salir de casa y vivir encogidos, asustados, amargados? Desde luego si el temor es obsesivo y recurrente lo mejor que se puede hacer es acudir al médico o al sicólogo.
A la mayoría de los humanos nos basta este sencillo remedio: HUIR. Es decir, CORTAR el "funcionamiento imaginativo" (desequilibrio) y no rumiar esos irreales males futuros. Es una insensatez ponerse a dialogar con "la loca de casa" y, peor aún, dejar que invada y oprima tu vida. Cuando te acose ese imaginario temor al futuro, corta la imaginación, vuelve al presente. ¡Santo remedio! ¡El temor se esfuma! No recuerdo de quién es esta sensata frase: "El que teme sufrir (futuro) ya está sufriendo (presente) de temor".
Lo sabio y eficaz es vivir el presente (gozoso o amargo) y sembrar el futuro. Nadie cosecha trigo si no ha sembrado antes muchos granos. Con nuestras decisiones de hoy estamos construyendo el futuro.
Son las opciones de nuestra libertad, HOY y AHORA, las que están levantando el futuro. Si malgastas hoy, antes o después te visitará la escasez. Si fumas hoy, antes o después te arrinconará la enfermedad. Si hoy perseveras en el estudio, tu mañana será más próspero. Hay una frase, que se suele atribuir a san Ignacio de Loyola, que describe perfectamente la actitud del hombre sensato y religioso: "Haz el cien por cien de lo que esté en tu mano y abandona el resultado a las manos de Dios".
En síntesis, no será Dios quien venga a realizar mis tareas o solucionar mis problemas, pero una vez haya yo realizado mi parte, podré dormir tranquilo sabiendo que hay un Padre que vela por mí en todo momento. De sabios es tener presente esta frase: "Los que cometen el pecado y la injusticia son enemigos de sí mismos" (Tob 12,10). Para después abandonarse en esta otra: "Todo es para bien de los que aman al Señor" (Rom 8,28). Por tanto, ni vegetar acunado como gato egipcio, ni temer más que a nuestros propios errores del presente.
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(1) José Ramón Busto Saiz, sacerdote jesuita y anterior Rector de la Universidad de Comillas.
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La vela:
Algunos comentarios me empujan a hacer estas aclaraciones. ¡Es curioso cómo, a veces, lo subsidiario toma protagonismo y cómo los ejemplos se malinterpretan! Sin duda será por mi limitada literatura.
Un servidor ORA siempre con una vela, lamparilla, velón o cirio encendido (que algunos curas me critican). Muy frecuentemente mantengo una lamparilla encendida en casa. Para mí es el símbolo de una PRESENCIA (que siempre me acompaña) y una ACTITUD (que intento mantener siempre: "iluminar" y "consumirme"). (Está en este Blog "Oración de una lamparilla" para quien quiera entender lo importante que es para mí ese símbolo).
A veces, la lamparilla está en la misma mesa de la TV y me recuerda que hay programas "incompatibles" con lo que esa llamita significa.
Por tanto, no puedo criticar lo que amo. Lo que critico y rechazo es el "trapicheo", las "tragaperras" de algunas iglesias, el "negocio" religioso. Todavía hay quien cree que sus peticiones se consiguen a base de "pagar" o "encender" velas o artilugios sustitutivos. Cuantas más velas enciendo más puntos acumulo para conseguir mi deseo. Todo eso es un gravísimo error que por desgracia perdura.
Como es un error hacer X fotocopias de una oración al milagroso san Cucufate (ponle el nombre que quieras), repartirlas en tropecientas iglesias y finalmente conseguir "con total seguridad" el favor solicitado…
Todo eso es superstición no suficientemente combatida por nuestros curas bajo la escusa de que es devoción popular... ¡Harto estoy de recoger fotocopias de ésas y tirarlas a la basura! (¿Lo habrán inventado los negocios de fotocopias?)
Espero que estas explicaciones aclaren algo mi torpe literatura.
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Era invierno y caminaba por una angosta calle de Madrid. Casi tropecé con un joven que llevaba en sus brazos un canastillo del que sobresalía la cabeza de un raro animalito. Me paré y le pregunté: ¿Es un perro? No, me respondió, es un gato egipcio, de raza "sphynx" o esfinge. No tiene pelo, como ve, por eso le llevo vestido de lana y resguardado en este canastillo, para que no coja frio. Mientras me hablaba, me mostró con orgullo aquel arrugado felino y su vestimenta. Le di las gracias por las aclaraciones y nos despedimos.
Apenas reanudé mi camino, me vino a la cabeza una cita (apócrifa) de la Escritura: "Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros gatos, cuánto más vuestro Padre celestial…".
En etapas pretéritas y angustiosas de mi vida, yo me he agarrado a mucho menos: un dibujo del Padre cuidando un pajarillo o una estampa de un marinero al timón contra la tormenta, pero acompañado por el mismísimo Señor del Universo.
Esa sensación de estar cuidado y de ser acompañado, rebajaba mi nivel de angustia, me tranquilizada y me llenaba de paz. Después he descubierto que Dios no suele actuar directamente en la vida de sus hijos. Él quiere que caminemos sin muletas y aprendamos a administrar nuestros talentos con autonomía y libertad. ¿Qué padre preferiría mantener a su hijo en silla de ruedas o en cama toda la vida?
Cuando, hace años, leí "Cristología para empezar" de J.R. Busto (1) ya no me escandalicé. Me pareció muy real aquella frase, decepcionante para algunos: "Dios no nos salva, cuando nos estamos ahogando, haciéndonos caminar sobre el agua, sino que nos salva dándonos fuerza desde dentro para nadar". Algunas personas se angustian cuando comprenden que Dios no les evitará los problemas, no les llevará en brazos, sino que les apoyará y acompañará para que tomen decisiones y caminen libremente por la vida.
Una persona buena me confesó hace tiempo que lloró amargamente cuando se dio cuenta de esa autonomía, de esa "distancia" de Dios. Ya no se sentía transportada y segura en sus brazos. Era ella la que tenía que sortear los riesgos y tomar decisiones para evitarlos. Y, a veces, los perjuicios venían de fuera (una enfermedad, una pérdida, un accidente, un robo...). Ese descubrimiento la empezó a angustiar de tal manera que vivía tensa, preocupada, hipersensible, por lo que les podría pasar a ella o a los suyos en el futuro.
El "gendarme del cielo" ya no haría de guardaespaldas contra todo dolor, ya no valía vivir colgada de lo alto. Era ella la que tenía que tomar la vida en sus manos y construirla. Se le volatilizaron las novenas, las promesas, las velas, las medallas protectoras… Finalmente me reconoció que ese miedo que ella sentía no era más que inmadurez, falta de confianza en sí misma, temor a la libertad y autonomía de la persona humana. En suma, puro infantilismo.
¿Entonces, la confianza en Dios no sirve? ¡Ya lo creo que sirve! "En Él somos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28) ¡Vivimos por Él, con Él y en Él! Pero eso no nos exime de conducir nuestra vida con lucidez y seguridad, de poner en marcha todos los recursos recibidos. No podemos olvidar aquello tan antiguo: "Escuchad mi voz, y yo seré entonces vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid cabalmente el camino que os he prescrito para vuestra felicidad" (Jr 7,22).
Dios no nos impone cargas sino que señaliza los peligros. Tampoco es una vaca lechera que necesita ser estrujada a diario para darnos lo necesario. Lo tenemos todo preconcedido, las soluciones están en nuestro interior y en el buen rumbo de nuestra libertad. Nuestra vida navega dentro de la Vida desde que nacemos. La oración no es para colgarnos de "arriba" sino para sumergirnos "abajo" y encontrar nuestra jugosa herencia. ¡En esto consiste la confianza en Dios!
Sin embargo, qué poco hacemos para conocernos como personas, para madurar, para conseguir un equilibrio y realizarnos. ¡Ése es el camino de la felicidad y ahí nace la verdadera religión! Pero cuán olvidadas dejamos nuestras riquezas de inteligencia y voluntad. ¡Lástima que tantos se conformen con agua bendita, escapulario y poco más, sin atreverse a salir de una religión infantil y sin que nadie les estimule! Tal vez muchos clérigos se encuentren más cómodos vigilando un jardín de infancia, exigen menos y dan menos problemas.
Aún así, espero que algunos quieran conducirse como adultos. Demos pues, un pasico hacia el equilibrio humano. Cuando nos asaltan temores exagerados (angustias por el futuro) hay que saber que existen en la persona "malos funcionamientos", desequilibrios, que nos hacen ver fantasmas con más o menos gigantismo.
La causa más frecuente es el "funcionamiento imaginativo" o imaginación desbocada, a la que santa Teresa llamaba "la loca de la casa". Proyectamos nuestros fantasmas al futuro y sufrimos en el presente por lo que todavía no ha ocurrido y, probablemente, nunca ocurrirá. Es de necios enrollarse en esas imaginaciones, a veces obsesivas y patológicas.
¿Cuál es el remedio? ¿Colgarse de los santos, hacer novenas, prometer ofrendas, iniciar cadenas, encender velas...? ¿O, por el contrario, rechazar a Dios por inútil? ¿O, tal vez, no salir de casa y vivir encogidos, asustados, amargados? Desde luego si el temor es obsesivo y recurrente lo mejor que se puede hacer es acudir al médico o al sicólogo.
A la mayoría de los humanos nos basta este sencillo remedio: HUIR. Es decir, CORTAR el "funcionamiento imaginativo" (desequilibrio) y no rumiar esos irreales males futuros. Es una insensatez ponerse a dialogar con "la loca de casa" y, peor aún, dejar que invada y oprima tu vida. Cuando te acose ese imaginario temor al futuro, corta la imaginación, vuelve al presente. ¡Santo remedio! ¡El temor se esfuma! No recuerdo de quién es esta sensata frase: "El que teme sufrir (futuro) ya está sufriendo (presente) de temor".
Lo sabio y eficaz es vivir el presente (gozoso o amargo) y sembrar el futuro. Nadie cosecha trigo si no ha sembrado antes muchos granos. Con nuestras decisiones de hoy estamos construyendo el futuro.
Son las opciones de nuestra libertad, HOY y AHORA, las que están levantando el futuro. Si malgastas hoy, antes o después te visitará la escasez. Si fumas hoy, antes o después te arrinconará la enfermedad. Si hoy perseveras en el estudio, tu mañana será más próspero. Hay una frase, que se suele atribuir a san Ignacio de Loyola, que describe perfectamente la actitud del hombre sensato y religioso: "Haz el cien por cien de lo que esté en tu mano y abandona el resultado a las manos de Dios".
En síntesis, no será Dios quien venga a realizar mis tareas o solucionar mis problemas, pero una vez haya yo realizado mi parte, podré dormir tranquilo sabiendo que hay un Padre que vela por mí en todo momento. De sabios es tener presente esta frase: "Los que cometen el pecado y la injusticia son enemigos de sí mismos" (Tob 12,10). Para después abandonarse en esta otra: "Todo es para bien de los que aman al Señor" (Rom 8,28). Por tanto, ni vegetar acunado como gato egipcio, ni temer más que a nuestros propios errores del presente.
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(1) José Ramón Busto Saiz, sacerdote jesuita y anterior Rector de la Universidad de Comillas.
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Algunos comentarios me empujan a hacer estas aclaraciones. ¡Es curioso cómo, a veces, lo subsidiario toma protagonismo y cómo los ejemplos se malinterpretan! Sin duda será por mi limitada literatura.
Un servidor ORA siempre con una vela, lamparilla, velón o cirio encendido (que algunos curas me critican). Muy frecuentemente mantengo una lamparilla encendida en casa. Para mí es el símbolo de una PRESENCIA (que siempre me acompaña) y una ACTITUD (que intento mantener siempre: "iluminar" y "consumirme"). (Está en este Blog "Oración de una lamparilla" para quien quiera entender lo importante que es para mí ese símbolo).
A veces, la lamparilla está en la misma mesa de la TV y me recuerda que hay programas "incompatibles" con lo que esa llamita significa.
Por tanto, no puedo criticar lo que amo. Lo que critico y rechazo es el "trapicheo", las "tragaperras" de algunas iglesias, el "negocio" religioso. Todavía hay quien cree que sus peticiones se consiguen a base de "pagar" o "encender" velas o artilugios sustitutivos. Cuantas más velas enciendo más puntos acumulo para conseguir mi deseo. Todo eso es un gravísimo error que por desgracia perdura.
Como es un error hacer X fotocopias de una oración al milagroso san Cucufate (ponle el nombre que quieras), repartirlas en tropecientas iglesias y finalmente conseguir "con total seguridad" el favor solicitado…
Todo eso es superstición no suficientemente combatida por nuestros curas bajo la escusa de que es devoción popular... ¡Harto estoy de recoger fotocopias de ésas y tirarlas a la basura! (¿Lo habrán inventado los negocios de fotocopias?)
Espero que estas explicaciones aclaren algo mi torpe literatura.
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