Los cocos sagrados (De "Cuentos del manantial")
Había un gran Pueblo que adoraba al verdadero Dios. Llegó una época de hambre y rogaron a Dios intensamente que aliviase su necesidad.
Un día acertó a pasar por allí un peregrino bueno y algunos le contaron sus problemas. El peregrino les regaló tres cocos, todo lo que llevaba en su zurrón y les prometió que, a su vuelta, les enseñaría a conseguir más. Como no sabían lo que eran esas cosas ásperas y pesadas se las llevaron a los sacerdotes.
Sin duda -dijeron- estas cosas extrañas son un signo del cielo. Depositaron los cocos en su santuario sobre lujosas peanas de plata y los veneraron con devoción. Tendrían que analizarlos detenidamente y descubrir el "mensaje de Dios" que contenían aquellas cosas rugosas y ovoides, traídas de otro mundo por un extraño peregrino.
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Los sacerdotes de la tribu, después de mucha reflexión, empezaron a hacer algunas interpretaciones:
- Estas cosas son duras y ásperas, lo que quiere decir que Dios está enfurecido y airado. Debemos intensificar nuestros sacrificios para calmar su cólera.
- Son "objetos sagrados" puesto que Dios nos los envió de forma misteriosa por un desconocido errante. Hay que conservarlos con gran celo, nadie debe tocarlos, nadie debe cambiarlos de lugar. Si alguien se atreve a profanarlos será expulsado de la tribu para siempre.
- Solo nosotros, los sacerdotes, podremos interpretar este velado "mensaje de Dios" y hablar al pueblo sobre su contenido.
Así continuaron las cosas y todos respetaron el mandato. Pero un día entró al santuario un hombre desesperado. Tan intensa fue su necesidad que, impulsado por su intuición, cogió un coco, lo zarandeó, lo escuchó y finalmente lo golpeó contra el altar. Al romperse la cáscara el hambriento descubrió un líquido dulce, lo bebió y calmó su sed. Mordió su blanco interior, le gustó y calmó su hambre.
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Cuando llegaron los sacerdotes le encontraron dormido y harto junto a los tres cocos abiertos. Naturalmente lo declararon pecador según las leyes dictadas y lo expulsaron de la tribu para siempre.
Al poco tiempo de este dramático suceso volvió a pasar el extraño peregrino. Cuando le contaron lo sucedido, se dirigió a los sacerdotes y les dijo sin ambages:
¡Ignorantes y prepotentes, los cocos eran para aliviar el hambre y no para convertirlos en objeto de veneración! ¿No habéis descubierto todavía que "la religión es para el hombre y no el hombre para la religión"? Pues enteraos bien: "La gloria del Dios único y verdadero, al que decís adorar, es que el hombre viva y viva plenamente".
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Y ahora venid, os mostraré el camino que conduce a un inmenso oasis donde encontraréis innumerables cocos y muchos más frutos para alimentar al Pueblo. Yo os enseñaré a buscarlos, cultivarlos y multiplicarlos para que todos coman hasta saciarse. "Dios quiere la misericordia y no vuestros complicados rituales y sacrificios".
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De "Cuentos del manantial" - Jairo del Agua
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Dedicado a quienes me llamaron arrogante y hereje por escribir"El río de la Palabra":
http://blogs.periodistadigital.com/jairodelagua.php/2008/11/10/p201320#more201320
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Jairo del Agua
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