¿Pero qué es la humildad? (2ª Parte: Concreciones)
(Continúo con la segunda y última parte).
En el caso concreto de la humildad hay que citar tres cimientos. Después de empezar, como ya he expresado, por el "reconocimiento" pormenorizado de nuestro caudal positivo, de nuestra realidad (quién soy de fondo, cuál es mi personalidad) hay que descubrir la desapropiación, la limitación y la no comparación.
1. La desapropiación consiste en darme cuenta de que todo, absolutamente todo, lo he recibido y no lo he creado yo. Fluye dentro de mí pero no es mío. Puede que me haya esforzado en descubrirlo y cultivarlo. He hecho muy bien. Ahí está "la parábola de los talentos" para confirmarlo. Pero todo empezó con los dones recibidos gratuitamente.
Si posees una potente inteligencia, es que la recibiste. Si tu fuerza y tu salud son de hierro, es que ya las tenías en tus genes. Si tal o cual habilidad propia te han hecho llegar muy lejos, es que naciste dotado para eso. Sin la conciencia clara de que todo es recibido no hay posible humildad.
Aquí está, además, la clave de la solidaridad. Si todo lo recibiste, lo recibiste para algo y para alguien. Si tú eres solo administrador de lo recibido, debes saber compartir los frutos obtenidos y alejarte de la aislante egolatría. No conozco ningún ciruelo que acapare sus propias ciruelas. Eso solo ocurre en los humanos. Aunque, naturalmente, el ciruelo y tú necesitáis ser alimentados, iluminados y curados. Sin eso no hay cosecha.
2. La limitación es otra evidencia que hay que paladear para poder llegar a la humildad. Por muy brillantes que sean tus cualidades, por muy lejos que hayas llegado en la vida, sigues siendo de carne y hueso, limitado, pobre, pequeño. Ese convencimiento es el que puede llevarnos a decir que somos un "burrito sarnoso" -como san Josemaría Escrivá- sin dejar de cultivar la autoestima y certeza de nuestros dones y consecuciones.
3. La no comparación es parte imprescindible de la humildad. No significa negar mi estatura mayor que la del bajito, ni mi inteligencia mayor o menor que la de otros. Eso sería mentirme. La no comparación reconoce las diferencias pero no engendra prepotencia, ni humillación propia o ajena. Reconoce la diversidad pero sin sentirse mejor o peor. Eres lo que eres, esa es tu realidad humana, sin necesidad de medirte con nadie. Además, puede que conozcas tus dones, puede que veas diferencias con lo externo de otros. ¿Pero cómo medirás lo interno? ¿Con qué varita medirás el amor, la esperanza, la fe? Toda comparación es necia e imposible.
Lo que sí ocurre es que, cuando uno descubre sus cualidades y llega a una sana autoestima, le será mucho más fácil reconocer los dones de los otros. Desde el propio análisis interior, desde el propio descubrimiento, es más fácil descubrir lo valioso de los demás y comprender sus fallos.
Cuando has experimentado, desde tu propia maduración, que estás hecho a "imagen y semejanza", sin duda has agudizado la observación de lo positivo de los otros, aunque sea distinto a lo tuyo. Entonces no surge la comparación sino el reconocimiento y aceptación del otro, incluso la admiración, es decir, el amor. Seguramente su misión sea distinta. Lo mismo que hay diversos árboles o distintos colores de flores.
Cuando yo impartía formación a los directivos de mi empresa, les proyectaba una imagen de Mafalda preguntando a un retorcido arbusto nacido entre árboles enormes y rectilíneos: "¿Y nunca se te ocurrió consultar a un psicoanalista?". Desde ahí les explicaba la diversidad de forma, tamaño, desarrollo y circunstancias de las personas. Pero todas, absolutamente todas, con igual dignidad humana.
Desde ahí me trasportaba al trato humano y respetuoso que todos los clientes merecen y a los frutos comerciales que ese justo trato podía reportar. Lo otro, el ver en los clientes naranjas o limones a exprimir para subir el beneficio no lleva más que a la quiebra.
Ya sé que la humildad no es virtud que compagine con la frecuente prepotencia de las empresas, hacia dentro y hacia fuera. Sin embargo, es hábito de humana madurez, imprescindible en las "relaciones humanas". Y es herramienta de extraordinaria eficacia en el camino del beneficio. Quizás no haya virtud que provoque mayor empatía que la humildad. Algunos buenos empresarios ya lo han descubierto. Todo camino que discurra hacia una mayor "humanización" lleva al éxito empresarial, como ya he escrito (1).
Hoy solo quiero dejar constancia de que la humildad es básica, virtud genérica, válida en el ámbito civil y religioso. Bastaría palpar nuestra propia naturaleza para que la humildad -evidencia de cualquier persona inteligente- brotara instintivamente en nuestro interior.
Desde hace un tiempo, la consciencia de mi propia fragilidad me lleva a cabalgar la humildad con cierta obsesión. Debe ser que la edad va haciendo su natural maduración y uno va experimentando aquello que dicen que decía el predicador: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Ecl 1,2).
Por eso leo y releo, recito y recuerdo permanentemente, este bonito poema - oración que me distancia tanto de la "prepotencia" como de la "desvalorización", portillo que abre el orgullo en los que fingen humildad con más o menos inconsciencia. Es de un hombre santo del siglo pasado. Lo he hecho oración de cabecera y permanente meditación. Con él os dejo. ¡Ojalá lo paladeéis en toda su densidad!
.
Ínfimos y efímeros
pero necesarios.
Sepultados en lo inmenso
pero conscientes.
Perdidos en lo innumerable
pero únicos.
Inmersos en la complejidad
y en la ambigüedad
pero esencialmente simples.
Limitados por todas partes
pero cada uno, en sí mismo, misterio.
Inacabados por naturaleza
pero en potencia de cumplimiento.
Entregados a las leyes
de la materia y de la vida,
atados sin remedio a las cadencias
de tiempos y lugares,
pero libres y responsables
en nuestro mismo centro.
Solitarios entre solitarios,
codeándonos más que conociéndonos,
pero en camino hacia la unidad.
Herederos de una labor inmensa,
visitados por una Presencia
que no manda sino que llama.
Empujados, levantados, solicitados,
alzados por encima de nosotros mismos,
emergiendo de la servidumbre,
alcanzando la libertad.
Obreros de un porvenir sin fin,
inseparable de Ti, mi Dios.
¡Nosotros te magnificamos!
Cuando seamos puramente nosotros mismos,
ocupando nuestro lugar en lo real,
más allá del hacer y del parecer,
de los placeres y de los sufrimientos,
de los deseos y de los proyectos,
de las preocupaciones y de las angustias,
compartiremos la alegría de ser
con el conjunto de los vivientes.
Padre,
danos la fuerza de llevar,
en tu presencia,
nuestras miserias con dignidad,
nuestra grandeza
a pesar de nuestra pobreza,
nuestro ser en devenir a lo largo de la vida.
Que nuestra fe,
en su desnudez,
por su arraigo en nosotros,
aventaje a nuestra ceguera.
Que nuestra palabra,
en su verdad,
por su acción en nosotros,
afiance nuestros pasos
por el camino del ser. Amén.
.
Marcel Legaut
(1900 – 1990)
www.marcellegaut.org/
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(1) "¿Quienes serán los mejores?" Ver en este Blog:
http://blogs.periodistadigital.com/jairodelagua.php/2011/07/10/p297873
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Tu libro para este verano.
¡Medítalo! ¡Paladéalo!
Te aprovechará. Te ayudará a caminar.
Y yo seré feliz al sentirte caminando.
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Jairo del Agua
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En el caso concreto de la humildad hay que citar tres cimientos. Después de empezar, como ya he expresado, por el "reconocimiento" pormenorizado de nuestro caudal positivo, de nuestra realidad (quién soy de fondo, cuál es mi personalidad) hay que descubrir la desapropiación, la limitación y la no comparación.
1. La desapropiación consiste en darme cuenta de que todo, absolutamente todo, lo he recibido y no lo he creado yo. Fluye dentro de mí pero no es mío. Puede que me haya esforzado en descubrirlo y cultivarlo. He hecho muy bien. Ahí está "la parábola de los talentos" para confirmarlo. Pero todo empezó con los dones recibidos gratuitamente.
Si posees una potente inteligencia, es que la recibiste. Si tu fuerza y tu salud son de hierro, es que ya las tenías en tus genes. Si tal o cual habilidad propia te han hecho llegar muy lejos, es que naciste dotado para eso. Sin la conciencia clara de que todo es recibido no hay posible humildad.
Aquí está, además, la clave de la solidaridad. Si todo lo recibiste, lo recibiste para algo y para alguien. Si tú eres solo administrador de lo recibido, debes saber compartir los frutos obtenidos y alejarte de la aislante egolatría. No conozco ningún ciruelo que acapare sus propias ciruelas. Eso solo ocurre en los humanos. Aunque, naturalmente, el ciruelo y tú necesitáis ser alimentados, iluminados y curados. Sin eso no hay cosecha.
2. La limitación es otra evidencia que hay que paladear para poder llegar a la humildad. Por muy brillantes que sean tus cualidades, por muy lejos que hayas llegado en la vida, sigues siendo de carne y hueso, limitado, pobre, pequeño. Ese convencimiento es el que puede llevarnos a decir que somos un "burrito sarnoso" -como san Josemaría Escrivá- sin dejar de cultivar la autoestima y certeza de nuestros dones y consecuciones.
3. La no comparación es parte imprescindible de la humildad. No significa negar mi estatura mayor que la del bajito, ni mi inteligencia mayor o menor que la de otros. Eso sería mentirme. La no comparación reconoce las diferencias pero no engendra prepotencia, ni humillación propia o ajena. Reconoce la diversidad pero sin sentirse mejor o peor. Eres lo que eres, esa es tu realidad humana, sin necesidad de medirte con nadie. Además, puede que conozcas tus dones, puede que veas diferencias con lo externo de otros. ¿Pero cómo medirás lo interno? ¿Con qué varita medirás el amor, la esperanza, la fe? Toda comparación es necia e imposible.
Lo que sí ocurre es que, cuando uno descubre sus cualidades y llega a una sana autoestima, le será mucho más fácil reconocer los dones de los otros. Desde el propio análisis interior, desde el propio descubrimiento, es más fácil descubrir lo valioso de los demás y comprender sus fallos.
Cuando has experimentado, desde tu propia maduración, que estás hecho a "imagen y semejanza", sin duda has agudizado la observación de lo positivo de los otros, aunque sea distinto a lo tuyo. Entonces no surge la comparación sino el reconocimiento y aceptación del otro, incluso la admiración, es decir, el amor. Seguramente su misión sea distinta. Lo mismo que hay diversos árboles o distintos colores de flores.
Cuando yo impartía formación a los directivos de mi empresa, les proyectaba una imagen de Mafalda preguntando a un retorcido arbusto nacido entre árboles enormes y rectilíneos: "¿Y nunca se te ocurrió consultar a un psicoanalista?". Desde ahí les explicaba la diversidad de forma, tamaño, desarrollo y circunstancias de las personas. Pero todas, absolutamente todas, con igual dignidad humana.
Desde ahí me trasportaba al trato humano y respetuoso que todos los clientes merecen y a los frutos comerciales que ese justo trato podía reportar. Lo otro, el ver en los clientes naranjas o limones a exprimir para subir el beneficio no lleva más que a la quiebra.
Ya sé que la humildad no es virtud que compagine con la frecuente prepotencia de las empresas, hacia dentro y hacia fuera. Sin embargo, es hábito de humana madurez, imprescindible en las "relaciones humanas". Y es herramienta de extraordinaria eficacia en el camino del beneficio. Quizás no haya virtud que provoque mayor empatía que la humildad. Algunos buenos empresarios ya lo han descubierto. Todo camino que discurra hacia una mayor "humanización" lleva al éxito empresarial, como ya he escrito (1).
Hoy solo quiero dejar constancia de que la humildad es básica, virtud genérica, válida en el ámbito civil y religioso. Bastaría palpar nuestra propia naturaleza para que la humildad -evidencia de cualquier persona inteligente- brotara instintivamente en nuestro interior.
Desde hace un tiempo, la consciencia de mi propia fragilidad me lleva a cabalgar la humildad con cierta obsesión. Debe ser que la edad va haciendo su natural maduración y uno va experimentando aquello que dicen que decía el predicador: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (Ecl 1,2).
Por eso leo y releo, recito y recuerdo permanentemente, este bonito poema - oración que me distancia tanto de la "prepotencia" como de la "desvalorización", portillo que abre el orgullo en los que fingen humildad con más o menos inconsciencia. Es de un hombre santo del siglo pasado. Lo he hecho oración de cabecera y permanente meditación. Con él os dejo. ¡Ojalá lo paladeéis en toda su densidad!
.
Ínfimos y efímeros
pero necesarios.
Sepultados en lo inmenso
pero conscientes.
Perdidos en lo innumerable
pero únicos.
Inmersos en la complejidad
y en la ambigüedad
pero esencialmente simples.
Limitados por todas partes
pero cada uno, en sí mismo, misterio.
Inacabados por naturaleza
pero en potencia de cumplimiento.
Entregados a las leyes
de la materia y de la vida,
atados sin remedio a las cadencias
de tiempos y lugares,
pero libres y responsables
en nuestro mismo centro.
Solitarios entre solitarios,
codeándonos más que conociéndonos,
pero en camino hacia la unidad.
Herederos de una labor inmensa,
visitados por una Presencia
que no manda sino que llama.
Empujados, levantados, solicitados,
alzados por encima de nosotros mismos,
emergiendo de la servidumbre,
alcanzando la libertad.
Obreros de un porvenir sin fin,
inseparable de Ti, mi Dios.
¡Nosotros te magnificamos!
Cuando seamos puramente nosotros mismos,
ocupando nuestro lugar en lo real,
más allá del hacer y del parecer,
de los placeres y de los sufrimientos,
de los deseos y de los proyectos,
de las preocupaciones y de las angustias,
compartiremos la alegría de ser
con el conjunto de los vivientes.
Padre,
danos la fuerza de llevar,
en tu presencia,
nuestras miserias con dignidad,
nuestra grandeza
a pesar de nuestra pobreza,
nuestro ser en devenir a lo largo de la vida.
Que nuestra fe,
en su desnudez,
por su arraigo en nosotros,
aventaje a nuestra ceguera.
Que nuestra palabra,
en su verdad,
por su acción en nosotros,
afiance nuestros pasos
por el camino del ser. Amén.
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Marcel Legaut
(1900 – 1990)
www.marcellegaut.org/
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(1) "¿Quienes serán los mejores?" Ver en este Blog:
http://blogs.periodistadigital.com/jairodelagua.php/2011/07/10/p297873
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Tu libro para este verano.
¡Medítalo! ¡Paladéalo!
Te aprovechará. Te ayudará a caminar.
Y yo seré feliz al sentirte caminando.
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Jairo del Agua
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