En la historia de occidente la filosofía tiene dos inclinaciones fundamentales: la mística y la científica, pero ningún filósofo que se precie renuncia a ambas: la sabiduría y la ciencia, el vivir y el pensar, el tiempo presente y el destino final. El objetivo en ambos casos es el Absoluto, pero en un caso se trata de entender (concepto) y en el otro de alcanzar la unión (experiencia). El filósofo pone en juego la razón universal, mientras que en el místico están en juego la libertad, la voluntad y el corazón. Con la filosofía nos ocupamos del conocimiento de la realidad, del ser más allá de los entes. La filosofía remarca el esfuerzo del ser humano por conquistar la realidad, mientras que en la mística se trata del don de Dios al hombre. Pero en realidad uno y el mismo camino es el que desciende y el que asciende, pues uno y el mismo es el Dios del filósofo y del místico. Pero la identificación del Absoluto con el ser, el yo o la naturaleza genera otro tipo de mística, en apariencia semejante pero en el fondo totalmente diferente de la mística cristiana.