¿Mística sin Dios?
El pensamiento de hoy deja atrás a Dios, a la religión y, por supuesto, al cristianismo, pues considera a la mística como una forma de estar en relación con el universo, con el resto de la realidad y consigo mismo. Es un posicionamiento tremendamente escéptico ante la posibilidad de conocer la realidad, ya que solo tenemos el lenguaje y el hecho de que exista una palabra no quiere decir que exista la realidad que la palabra indica. Y se piensa que, frente la egocentricidad que nos abruma puede haber una relativización parcial de la persona, pero solo la mística logra una relativización total de la misma. Así, la muerte es un hecho horrible para quien se sitúa a sí mismo en el centro, no así para aquella persona que superado el egocentrismo se sitúa dentro del mundo pero al margen. Por esto, para este pensamiento la propuesta de la religión ya no es válida, en cambio, la unión mística es necesaria y benéfica pero en lugar de Dios hay que poner el universo.
Esto no responde a la vivencia que Juan de la Cruz nos transmite con la palabra ‘nada’, ya que para él Dios no es un instrumento, una idea, un valor, una fuerza con la que el ser humano se afirma a sí mismo frente a todo. Para san Juan de la Cruz Dios es Dios y el hombre es hombre. “La divinización a la que tiende toda mística pasa por este horno de fuego, que consume toda pretensión autodivinizadora del hombre y desde ella apropiativa de Dios. La noche es doble: aquella en la que el hombre se adentra para llegar a Dios y aquella que Dios le inflige para purificar, ensanchar y hacerle capaz de ser partícipe de su divinidad” (O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristianismo y mística, Ed. Trotta, Madrid 2015, pág. 234).
Esto no responde a la vivencia que Juan de la Cruz nos transmite con la palabra ‘nada’, ya que para él Dios no es un instrumento, una idea, un valor, una fuerza con la que el ser humano se afirma a sí mismo frente a todo. Para san Juan de la Cruz Dios es Dios y el hombre es hombre. “La divinización a la que tiende toda mística pasa por este horno de fuego, que consume toda pretensión autodivinizadora del hombre y desde ella apropiativa de Dios. La noche es doble: aquella en la que el hombre se adentra para llegar a Dios y aquella que Dios le inflige para purificar, ensanchar y hacerle capaz de ser partícipe de su divinidad” (O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristianismo y mística, Ed. Trotta, Madrid 2015, pág. 234).