¿Podemos pasar la vida entera investigando sobre Dios, sin llegar nunca a adorarlo?

Ocurre muchas veces que elevamos a valor absoluto “la búsqueda de la verdad”, colocándola por encima de la verdad misma. Mientras estamos a la búsqueda de la verdad, el protagonista somos nosotros mismos. La “veracidad”, es decir, la honradez en la búsqueda ocupa el lugar de la verdad misma. Y así, podemos pasar toda la vida investigando sobre Dios, sin llegar nunca a adorarlo. Así, ponemos el humanismo, o el sistema que pone al ser humano en el centro, en el vértice de todo, produciendo un malestar de civilización, cuya causa es el orgullo. Mientras estamos en búsqueda, es el ser humano quien lleva las riendas, pero cuando se encuentra uno con la Verdad, con mayúscula, es esta la que sube al trono y dicta sus leyes. Quien busca se arrodilla ante esta y adora. La Verdad mata el orgullo del ser humano, pero no su persona ni su búsqueda. De hecho la búsqueda continua una vez encontrada la Verdad, pero como creyente. La Verdad no anula la libertad, sino al contrario, la crea y la hace posible.

Por esto, para Orígenes, teólogos son principalmente los profetas, luego Juan Bautista, quien proclamaba la divinidad de Cristo y sobre todo el mismo Cristo cuando habla del Padre. De ahí que Juan Evangelista reciba el sobrenombre de “teólogo” porque proclama de un modo elevado la divinidad del Verbo. Sólo el Espíritu Santo, que escruta las profundidades de Dios, puede enseñar a hablar de Dios. La teología es principalmente sabiduría, gracia, carisma. Esta es la conclusión a la que llegaba el teólogo Evagrio en el siglo IV: “Si eres teólogo, rezarás de verdad, y si rezas de verdad, serás teólogo”.
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