En todo encuentro de amistad, ante la imposibilidad de medir la intimidad con la otra persona, serán las repercusiones prácticas las que sugieran lo avanzado o desavanzado en el camino andado. Así, en la relación con Dios, en este encuentro de amistad con Él mediante la oración, será el Amor el que nos debe ir transformando y repercutiendo en nuestra vida de familia, trabajo, sociedad, etc. Así la vida se convierte en criterio de discernimiento para saber si nuestra relación con Dios va por buen camino. Entre Dios y el ser humano se van produciendo unos cambios en la persona, como sucede en toda relación humana. Poco a poco se van aprendiendo actitudes, valores y una forma nueva de ver la vida.
Dios es un misterio de comunicación y amor deseoso de relacionarse con sus criaturas, que están capacitadas para esta relación por haber sido creadas a su imagen y semejanza. Estamos habitados por Dios y nuestra relación con Él se establece mediante la oración. La ausencia de cambios será señal inequívoca de que algo muy importante no funciona en la relación entre Dios y nosotros. Sin transformación personal no hay vida espiritual, sino engaño. Si la vida espiritual de un cristiano es dejarse conducir por el mismo Espíritu que animaba la vida de Jesús, pobre y humilde obrero de Nazaret, que murió entregando su vida por cada uno de nosotros, ¿qué consecuencias debería tener esto en nuestras vidas y en la vida de nuestra comunidad cristiana, es decir la Iglesia? ¿Al ver nuestra vida pueden reconocer los demás los rasgos del Nazareno?