Siguiendo la opinión de Lanza del Vasto en su libro Vida interior y no violencia, Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 1992, 207-211, se podría decir que la alegría es la “complacencia en la distracción”, que la buscamos afanosamente para no reflexionar, para no volvernos hacia nosotros mismos. La risa es la exaltación de esta complacencia. El “éxtasis de la distracción”. Esto en sí no es malo, pero es superficial, pasajero y en seguida se olvida. Cuando llega la desgracia no son los amigos del placer y de las fiestas quienes nos acompañan.
La tristeza no va con la vida espiritual. Nunca se ha visto un santo triste. Y lo que más molesta a la vida espiritual es el enfado, que es la muerte de la vida interior. Ocurre que contra más buscamos la alegría más encontramos la tristeza; contra más buscamos la diversión, más encontramos el enfado; contra más buscamos el placer, más encontramos el dolor.
¿Entonces? Ni tristeza ni alegría: serenidad. Hay que buscar la densidad interior. En lugar de distraernos y divertirnos, convertirnos, girar hacia nuestro interior. Arrepentirnos, parar en la pendiente que conduce a la dispersión y a la muerte.
La serenidad siempre sonríe, es afable, amante y amable. Es majestuosa sin orgullo ni arrogancia. Es justa y fuerte sin dureza. Puede llegar a la inocencia de los niños. En la antigua sabiduría de China se dice: El sabio tiene tres aspectos: de lejos parece grave, de cerca parece amable, y a quien le escucha le parece inflexible.