Uno de los conceptos más significativos de la reflexión teológica cristiana que ha ofrecido al pensamiento humano es seguramente la idea de persona, que madurada en el misterio cristológico trinitario, ha sido sucesivamente aplicada al ser humano con la finalidad de señalar su especificidad de criatura, indicando sus dimensiones de vocación, diálogo y comunión.
La primera y fundamental relación que el ser humano debe realizar, a fin de responder a su vocación de ser persona, es con Dios, mediante la mediación de Jesucristo y con la fuerza del Espíritu. Pero llegar a ser persona no se concreta exclusivamente con la relación vertical con Dios, sino significativamente con la relación horizontal, con el otro similar en la carne. Se puede decir que la relación horizontal es de alguna manera el “sacramento” de la relación vertical.
Llegar a ser persona, en la fe cristiana, no implica referirse únicamente a Cristo, sino también a su comunidad, que es su Cuerpo. Y, llegar a ser persona pasa también a través del mundo creado, sabiendo que la clave que permite interpretar la justa relación entre el ser humano y el mundo creado es la superioridad responsable que la persona tiene en relación a toda la creación.