“El espíritu entró en mí… y oí una voz que me decía: “Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde”.
Las lecturas de este domingo coinciden en el tema del profetismo. Por ello, es oportuno recordar que estamos llamados a ser profetas desde nuestro bautismo. En efecto, Dios nos concedió ser sacerdotes, profetas y reyes.
A veces pensamos que el sacerdocio es solamente el de los consagrados al ministerio y la conducción de la comunidad, pero todos los bautizados somos sacerdotes. ¿Por qué? Porque estamos en comunión con el Santo de los Santos, con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y por eso estamos aquí, en esta Eucaristía, porque somos sacerdotes desde nuestro bautismo.
Somos también profetas. El profeta es el que habla y vive acorde a la Palabra de Dios. Y aunque seamos enviados o nuestro contexto sea familiar, social, laboral y, a veces, adverso, estamos llamados a dar testimonio de lo que es la vida eterna, de lo que es nuestro destino natural de todo ser humano.
Entonces, como afirma el profeta Ezequiel en nombre de Dios: «Te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos«. ¿Pero cómo? El profeta no necesariamente tiene que dar discursos. Lo más importante es tener una espiritualidad, un desarrollo interior, porque ese desarrollo nos dará fortaleza. Será entonces posible lo que nos parece contrario a lo que habitualmente vemos.
La comunión es la fortaleza
¿Qué dice San Pablo? “Cuando soy más débil, soy mas fuerte«. Y afirma: «No me lleno de soberbia,… pero llevo una espina clavada en mi carne que me abofetea para humillarme. Y tres veces le he pedido a Dios que me libre de esto, y Él me ha respondido: Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad«.
Nuestra fortaleza, por tanto, es estar en comunión con Dios, es estar en relación con Él. No está en nuestras propias fuerzas naturales. A eso le llamamos desarrollo de la espiritualidad. Tenemos un espíritu, no solamente somos cuerpo orgánicamente visible. Hay dentro de nosotros el espíritu que le da vida. Por eso, cuando alguien fallece, el cuerpo ya no se mueve, pero el espíritu trasciende hacia la vida, y vida eterna.
Aprendamos, pues, a crecer en medio de la debilidad para descubrir la fortaleza del espíritu. ¿Cómo afrontaremos todo tipo de adversidades? Porque habremos desarrollado nuestra espiritualidad. Como dice San Pablo, podremos decir también nosotros: «Cuando soy más débil, soy más fuerte«.
En la exclamación antes del Evangelio escuchamos: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Esa es la manera de descubrir y hacerlo vida: que no estoy solo, jamás estoy solo en esta vida, el Espíritu del Señor nos acompaña. Y ¿cómo podemos desarrollar esta espiritualidad? Descubriendo en el prójimo a un hermano, a otro que de la misma manera que yo, necesita desarrollar su espiritualidad. ¿Y cómo podemos ayudar a los que nos rodean a que crezcan en su espiritualidad? Dando testimonio con nuestra vida. Con la coherencia entre el decir y el actuar.
Así cuando alguien nos dice: No te preocupes, yo te voy a ayudar, pero nunca llega su ayuda. Evidente que desconfío para otra vez. Pero una persona que me dice: «Cuando lo necesites, estoy para ayudarte» y así lo realiza; ese testimonio da plena confianza que nos ayudará.
"¿De dónde le viene?"
El Evangelio presenta a Jesús que regresa a Nazaret y en la Sinagoga empieza a explicarles la Palabra de Dios. Entonces se preguntaban con asombro: ¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas, si es el hijo del carpintero? Sabe hacer objetos de madera y darles su perfección; pero todo lo que nos está enseñando, ¿de dónde le viene? “¿De dónde esa sabiduría y ese poder para hacer milagros?”.
Jesús les respondió: “Todos honran a un profeta menos los de su tierra”. Es decir, aquellos que nos ven nacer y crecer, no se imaginan lo que dentro de nosotros puede irse desarrollando espiritualmente. Y si de repente en relación habitual con ellos y volvemos al tiempo, y descubren que hay algo nuevo en nosotros, es que hemos desarrollado nuestro espíritu.
“Todos honran a un profeta menos los de su tierra”. Es decir, que los que vamos conviviendo habitualmente todo el tiempo posiblemente no nos demos cuenta de cómo ha desarrollado la espiritualidad el otro. Sucede quede ordinario desconfiamos de los demás, porque no sabemos de qué espiritualidad goza esta persona. Pero cuando ya tenemos ese testimonio de ayuda, de auxilio, de colaboración, de buena vecindad, entonces crece en ambas partes el espíritu y la confianza.
Debemos, pues, dar gracias a Dios por esta Palabra, que nos recuerda como la adversidad y la debilidad son ocasión de crecimiento en el espíritu.
El salmo responsorial expresa lo que necesitamos para ese desarrollo espiritual: “En ti, Señor, tengo los ojos puestos como fijan sus ojos los siervos en las manos de su señor”. Y eso se realiza cuando estamos en constante oración con Él. Si venimos a misa, al menos cada domingo, escuchamos su palabra y la recibimos, estamos creciendo y desarrollando nuestro espíritu.
Este domingo digámosle al Señor, que desarrollemos nuestro espíritu, que nos ayudaremos unos a otros. Por eso estamos tan contentos y me acompañan aquí tres de los seis obispos auxiliares para poder poner en manos de María dentro de un momento nuestro documento, para aprender lo que debemos hacer para ayudarnos y crecer como Iglesia.
Por ello, los invito a ponernos de pie y a pedirle a María, que sea muy fecundo nuestro proceso pastoral para llegar a ser una Iglesia Sinodal.
Madre nuestra, María de Guadalupe, este día ponemos en tus manos las conclusiones de nuestra reciente Asamblea Pastoral Arquidiocesana, fruto del proceso iniciado con la Visita Pastoral a las Parroquias, continuado en la escucha a los jóvenes primero en los jojuvos, y luego en los foros; así como a los agentes de pastoral y distintos miembros de nuestra Iglesia; auxílianos para que estas conclusiones las podamos llevar a la práctica, y sean muy fecundas en bien de nuestros fieles de la Arquidiócesis de México.
Madre querida ayúdanos a ser capaces de interpretar los signos de los tiempos, y responder adecuadamente a los contextos socio-culturales que vivimos, y auxiliar especialmente a los niños, adolescentes y jóvenes a descubrir el proyecto, que en ellos ha sembrado Dios, Nuestro Padre.
Por eso, Madre, necesitamos tu intercesión para lograr ser profetas, abriendo nuestro corazón a la Palabra de Dios, y siendo capaces de transmitirla a todos los miembros de nuestra Iglesia.
Tu Madre querida, eres un ejemplo y fuerte testimonio del amor del “verdadero Dios por quien se vive”. Intercede por nosotros ante tu Hijo Jesús, para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos acompañe, y nos ilumine para que caminemos bajo la luz de la Fe hacia la casa del Padre, dando testimonio con nuestra conducta.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.