Son las murmuraciones del pueblo elegido, que ya había visto y experimentado la mano de Dios al atravesar el Mar Rojo, al ir caminando por el desierto y manteniéndose con vida hacia la búsqueda de la libertad y de la Tierra Prometida.
¿Qué hace Dios ante estos lamentos? Nuestro Padre Dios escucha nuestros lamentos y los atiende de manera inesperada. Mientras el pueblo decía: «Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto”; es decir, preferían la esclavitud con tal de comer: “cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos”.
Estas murmuraciones, de estar pensando en el pasado como el tiempo mejor y no visualizar el futuro, hicieron que Dios enviara un signo al pueblo para que recuperaran el entusiasmo de ir a la Tierra Prometida. Y entonces Dios le dice a Moisés: “Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que yo soy el Señor, su Dios”. ¿Y de qué manera sorprendente les responde el Señor? Una bandada de codornices llegó por la tarde y en la mañana amaneció una nube blanca que no sabían qué era. “¿Qué es esto? Es el pan que Dios les da ahora a ustedes como alimento”.
Por tanto, nuestro Padre Dios escucha nuestros lamentos, está pendiente de nuestras situaciones lamentables, trágicas y dolorosas, pero las atiende de manera inesperada. No debemos, por tanto, como discípulos de Cristo, pensar en las condiciones de vida anterior, sino visualizar el futuro y la mano de Dios que nos lleva a nuevas aventuras de la vida.
¿En qué consiste también esta experiencia? En la segunda lectura, San Pablo a la comunidad de Éfeso, les recuerda lo que han aprendido de Cristo: “han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer.” ¿Y qué más les dice? “Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la santidad de la verdad.”
Es decir, Jesús afirma que Él es el camino para transitar de los deseos de placer que alimentan el cuerpo a los deseos del espíritu, que nos conducen a la verdad y a la vida eterna.
Normalmente, nuestro cuerpo nos indica cuándo tenemos hambre y hay que darle de comer. Pero si solo pensamos en ese comer para alimentar el cuerpo, dejando de lado nuestro espíritu, que es el que va a perdurar por toda la eternidad, debemos también alimentarlo.
Y en el Evangelio de hoy escuchamos: Jesús es el Pan de la Vida. Jesús es quien nos da ese alimento para que desarrollemos nuestro espíritu. De ahí la importancia de venir a misa los domingos, y escuchar la Palabra para que se desarrollen en nosotros los dones, que Dios nos da a través de su Palabra y también en la misma presencia eucarística del pan consagrado, que nos dejó en la Eucaristía.
Jesús, pues, reitera que Él es el pan de la vida que no se acaba, la vida eterna. Jesús es la Eucaristía indispensable para que nosotros podamos desarrollar nuestra espiritualidad.
Pidámosle, como le pidieron en el Evangelio tanto los apóstoles como los demás acompañantes que lo seguían: “Señor, danos siempre de ese pan”. Que así como buscamos el alimento corporal, busquemos siempre con mayor insistencia el alimento para nuestro espíritu.
"'Señor, danos siempre de ese pan'. Que así como buscamos el alimento corporal, busquemos siempre con mayor insistencia el alimento para nuestro espíritu"
A quien le podemos pedir también ayuda, es a nuestra madre, la Virgen María de Guadalupe. Estamos aquí con ella y, ¿cómo alimentó ella su espíritu? “Hágase en mí según tu palabra”. Ella no sabía qué iba a pasar, le dijeron que iba a concebir sin relación con varón, una cosa inusitada, totalmente imposible a los ojos humanos, pero creyó, aceptó y dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Digámosle, pues a ella, que nos ayude a desarrollar también nuestra espiritualidad, como ella lo desarrolló. Que así sea.
Nos ponemos de pie y en un breve momento de silencio le abrimos nuestro corazón a nuestra Madre, María de Guadalupe:
Con tu cariño tierno y cercano, abre nuestro corazón para amar la Eucaristía y participar en ella donde se nos ofrece el Pan de la Vida. Necesitamos tu intercesión para lograr transmitir, que tu hijo Jesús es el camino para transitar de los deseos del placer que alimentan el cuerpo, a los deseos del espíritu que nos conducen a la verdad y a la vida eterna.
Así, seremos capaces de interpretar los signos de los tiempos y responder adecuadamente a los contextos socioculturales que vivimos, y auxiliar, especialmente, a los niños, adolescentes y jóvenes, a descubrir el proyecto que en ellos ha sembrado Dios, nuestro Padre.
Tú, madre querida, eres un ejemplo y fuerte testimonio del amor del verdadero Dios por quien se vive. Intercede por nosotros ante tu hijo Jesús para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos acompañe y nos ilumine, para que caminemos bajo la luz de la fe hacia la Casa del Padre, dando testimonio con nuestra conducta.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.