"El Señor dijo a Josué: Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto" La reconciliación es el camino hacia la libertad

"Pensemos un instante: ¿qué cosas me esclavizan a mí? ¿Qué cosas siento que me hacen actuar de forma desordenada, de las cuales estoy apasionado y no puedo dejar de lado? Hay que salir de la esclavitud, sea cual sea, hacia la libertad"
"¿Cómo caminar hacia ella? Hoy la Palabra de Dios, al narrarnos esta liberación de Egipto, muestra que Él es el artífice de toda liberación"
"La bellísima página del Evangelio de Lucas, en este domingo de la alegría, nos trae la parábola del hijo pródigo"
"La bellísima página del Evangelio de Lucas, en este domingo de la alegría, nos trae la parábola del hijo pródigo"
"El Señor dijo a Josué: Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto"
Josué refiere en su libro este pasaje sobre la liberación que tuvo el pueblo de Israel al dejar de ser esclavos en Egipto, y encontrar la libertad en su tierra prometida. Lo que Dios les había anunciado llegó el momento en que se hizo realidad: pasaron de la esclavitud a la libertad.
Pensemos un instante: ¿qué cosas me esclavizan a mí? ¿Qué cosas siento que me hacen actuar de forma desordenada, de las cuales estoy apasionado y no puedo dejar de lado? Hay que salir de la esclavitud, sea cual sea, hacia la libertad.

¿Cómo caminar hacia ella? Hoy la Palabra de Dios, al narrarnos esta liberación de Egipto, muestra que Él es el artífice de toda liberación. Él es quien puede romper nuestras cadenas y darnos la libertad interior, que nos permite actuar con plena conciencia y voluntad. Por eso, el salmo que cantábamos dice: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.”
Pregúntense si, cuando están en una dificultad o adversidad, recurren a Dios, a nuestro Padre, a nuestra Madre María, que para eso vino aquí. “Hagan la prueba y verán qué bueno es el Señor”. Y como decía al final de este salmo: “Confía en el Señor y jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha al pobre y lo libra de todas sus angustias.”
En la segunda lectura, el apóstol San Pablo afirma que el camino a la libertad es la reconciliación. Por eso, les dice a la comunidad de Corinto: “En Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo.”
La reconciliación es el camino hacia la libertad. Pensemos también si ahora tenemos algún conflicto con alguien, alguna dificultad en la relación, y recordemos que la reconciliación —volver a perdonarse unos y aceptar el perdón de otros— es lo que nos da la verdadera libertad. Nos dice también San Pablo: cuando vivimos esta experiencia, somos embajadores de Cristo.
Quien ha vivido la experiencia del perdón debe también transmitirla a quienes la necesitan. Digamos con San Pablo: “En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios. ” Empezando, a veces, con los esposos; otras veces, con padres e hijos, con parientes, vecinos o simplemente con personas que nos encontramos ocasionalmente.
Finalmente, esta bellísima página del Evangelio de Lucas, en este domingo de la alegría, nos trae la parábola del hijo pródigo. El hijo menor le dice a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca.” El padre se la da y, después de malgastarlo todo, el hijo empieza a padecer necesidad. Entonces, recapacita y dice: “Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.”
Reconocer nuestra situación tal cual es y ponernos en camino hacia la casa del Padre. A eso hemos venido aquí, a esta casita sagrada, a abrir nuestro corazón a Dios, nuestro Padre, a través de su Madre, nuestra Madre, María de Guadalupe.
Este hijo, entonces, se puso en camino y regresó a la casa de su padre. Y cuando le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo” el padre le respondió con amor y misericordia. No, tú eres mi hijo. “Hagamos fiesta, comamos, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida.”
Eso nos dice el Señor cada vez que nos levantamos de una caída: Eres mi hijo. A veces, caemos, pero podemos volver a la vida.

Pero, ¿qué pasa cuando nos comportamos como el hijo mayor? Él se molestó porque su padre fue demasiado bondadoso. Pensaba que su hermano merecía castigo, no un recibimiento festivo. Se negó a entrar a la celebración porque, según él, su hermano no merecía el perdón. Sin embargo, el padre le respondió: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida.”
Esto es lo que debemos reconocer cuando vemos la caída de alguien más: alegrarnos por su recuperación. Recordemos siempre que nuestro Padre, Dios, nos espera con los brazos abiertos, siempre dispuesto a perdonarnos, para recuperar nuestra condición de hijos muy amados. ¿Qué le dijo nuestra Madre, María de Guadalupe, a Juan Diego? “Hijo mío, muy querido.»
Por eso estamos aquí. Pongámonos de pie, abramos nuestro corazón a ella, nuestra Madre, y pidámosle en silencio por aquello que más necesitemos en este momento.
Bendita seas Madre Nuestra, María de Guadalupe, con gran confianza, ponemos en tus manos al Papa Francisco, fortalécelo y acompáñalo en estos días de su recuperación, para que pronto pueda retomar sus actividades.
Te pedimos aprender la actitud del Hijo pródigo para reconocer nuestra frágil condición humana y nuestros pecados; y así obtengamos la fortaleza espiritual para asumir la indispensable reconciliación, que nos permita alcanzar la libertad, y recuperar nuestra confianza de ser amados por Dios, Nuestro Padre.
Ayúdanos a confiar en la asistencia del Espíritu Santo y descubrir que nuestra esperanza va más allá de las cosas terrenales, y desarrollemos nuestra convicción de la vida eterna, anunciada por tu Hijo Jesús, para habitar contigo en la Casa de Dios, Nuestro Padre.
Con esa experiencia, consolidaremos nuestra plena confianza en Dios, para ser fieles a todo lo que Dios Padre nos pida. Mostrando así, que Cristo camina y vive en medio de nosotros.
En este Año Jubilar que estamos iniciando, te pedimos en este mes de marzo dedicado a la familia, muevas el corazón de abuelos, padres e hijos para que cada hogar sea siempre lugar de la reconciliación y del amor.
Todos los fieles aquí presentes este Domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.
¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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