Carta semanal del arzobispo de Madrid Jesús te llama a la conversión que hoy es hospitalidad
Para vivir la conversión que quiero llamar hospitalidad es necesario entrar en dos movimientos: el de Dios que ama y engendra en los discípulos el movimiento de amor y escucha, y el de los hombres que, provocados por Dios, miran la realidad y la dejan entrar en sus vidas; nada les es indiferente
| Carlos Osoro
En su mensaje de Cuaresma de este año, el Papa Francisco subraya que «la Cuaresma del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51, 3)» y muestra su deseo de «que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que “será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 21)». Nos viene bien recordarlo. Cuando estaba pensando en cómo hablaros de la Cuaresma que comenzamos, deseaba con toda mi alma encontrar una traducción de lo que llamamos conversión acorde con las exigencias del Evangelio y viendo el mundo y su situación con los ojos de Dios, para descubrir las necesidades fundamentales de esta sociedad y lo que el Señor nos está pidiendo a todos los cristianos. No he encontrado otra traducción más bella para hablaros de la conversión que la de hospitalidad. ¿Por qué?
El ser humano lo que más necesita es dejar espacio a Dios en su existencia, necesita descubrir que es «amado entrañablemente por Dios», que envió a su Hijo Jesucristo a encontrarse con los hombres y que ha dejado a un Pueblo para que muestre el rostro de Dios con sus obras de amor. Se trata de acoger y dar hospitalidad a Dios y acoger y dar hospitalidad al hermano, es decir, dar a todos los hombres hospitalidad. La hospitalidad, en definitiva, es una dimensión esencial de la Iglesia, que debe ser y crear espacios de diálogo y acogida, dar testimonio de una fraternidad que fascine. Es lo que hizo ya desde el inicio de la misión que tuviese un atractivo especial, cuando «crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor. […] Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados» (Hch 5, 14-16).
En este sentido, ¡qué hondura alcanza el texto de la multiplicación de los panes! Gracias a un joven generoso, abierto a las necesidades de los demás, se hizo el milagro de hospedar y no despedir a la multitud. Ofreció con generosidad todo lo que tenía y lo puso a disposición del Señor, para que hiciese el milagro de acoger a todos como hermanos e hijos de Dios.
Para vivir la conversión que quiero llamar hospitalidad es necesario entrar en dos movimientos: el de Dios que ama y engendra en los discípulos el movimiento de amor y escucha, y el de los hombres que, provocados por Dios, miran la realidad y la dejan entrar en sus vidas; nada les es indiferente. Para nosotros, ese movimiento de Dios revelado en Jesucristo, que escucha y sale al encuentro de todos los hombres, ha de ser también el de toda la Iglesia. Ella también, como Jesús, sale al encuentro de los hombres estén donde estén.
¡Qué hondura se crea en la Iglesia cuando escucha y sale a los caminos de los hombres! Escuchar nos lleva a responder a las preguntas que nos hacen y no a responder a aquellas que pudieron hacernos en otras situaciones y épocas o esas que incluso no nos hacen. Salgamos de la indiferencia que elimina de nuestra vida la hospitalidad. Salgamos de ese abandono de la dimensión social de la fe que alcanza cuotas de verdadero cambio cuando, la hospitalidad que tiene el nombre de Dios, adquiere nombre y rostro en los hermanos. Convenzámonos cada día con más fuerza de que, en la sociedad, hoy hay un redescubrimiento de Dios y de la espiritualidad; demos nombre a esta realidad recuperando el estímulo y los dinamismos de la fe, del anuncio, del acompañamiento.
Cuando los dos movimientos se unen, nuestras comunidades cristianas se constituyen como lugar de comunión, como verdadera familia de Dios, donde unos a otros se pastorean, se acompañan. ¿A qué lugares de conversión hemos de dar preferencia? Pueden ser muchos, pero deseo entregaros tres
1. Hospitalidad es transformar la cultura del descarte y del abuso en cultura del encuentro
Reconozcamos con sinceridad que la cultura del abuso y del descarte la hemos creado los hombres, también dentro de la Iglesia como estamos viendo. Por ejemplo, un territorio como el mundo digital, que no es malo en sí mismo sino que nosotros podemos utilizarlo mal, presenta el riesgo de dependencia, de aislamiento, de pérdida de contacto con la realidad y de falta de relaciones verdaderas y auténticas, generando nuevas formas de violencia, manipulación, regresión, descarte y abuso.
Esta cultura del descarte se ve también en los fenómenos migratorios, que tienen diversas causas como la guerra, la persecución política, la persecución religiosa, los desastres naturales, la pobreza extrema o la búsqueda de nuevas oportunidades; así como en problemas como el desempleo juvenil, la violencia, la vulnerabilidad de menores sin compañía o la trata de personas. Hay que luchar por transformar esta cultura del abuso y del descarte, buscando un sistema educativo que presente la novedad del ser humano como imagen real de Dios. Y cuando se den abusos o descartes, habrá que aclarar la verdad, pedir perdón y dar medios para que el propósito de la enmienda sea real. La cultura del encuentro requiere diálogo, transparencia, eliminación de dobles vidas, llenar el vacío espiritual, sanar las fragilidades psicológicas, eliminar toda clase de corrupción…
2. Hospitalidad es recuperar la familia cristiana como Iglesia doméstica.
Todos los datos que tenemos, incluido los que ofrece el Informe Familia de la Fundación Casa de la Familia de nuestra archidiócesis y la Universidad Comillas, nos dicen que la familia sigue siendo el principal punto de referencia para los niños y los jóvenes. Ellos aprecian y valoran el amor y el cuidado de los padres y dan una importancia excepcional a los vínculos familiares. Ciertamente padre y madre son puntos muy importantes de referencia para los hijos en su formación, para llenar su vacío espiritual y son catequistas singulares en la transmisión de la fe. En la familia los hijos descubren la gran riqueza viva del pasado al lado de ellos y de sus abuelos, hacen memoria que les sirve para sus proyectos y decisiones futuras. En la familia es donde deben aprender los hijos la importancia del cuerpo y de la sexualidad en el camino de crecimiento. Es lugar privilegiado para aprender a vivir en la lógica del Evangelio.
3. Hospitalidad aprendida en el encuentro con Jesús, creando la atmósfera de conversión que es el discernimiento.
Hemos de ser conscientes de que, de muchas maneras, los hombres y mujeres de todas las edades hoy nos dicen: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Existe una inquietud espiritual, una necesidad de encuentro con Dios y del amor verdadero que todo ser humano necesita para vivir. ¿Cómo responder a este anhelo? Solamente lo haremos si hemos tenido un encuentro con Jesucristo. Encontrarnos con el Señor resucitado y con la comunidad cristiana aparece como una necesidad. Un encuentro con el Dios vivo, no con un precepto moral, aunque el encuentro con Él suponga después una manera de vivir y de actuar con tal novedad, que contagia a quienes nos encontramos y con quienes vivimos.
¡Qué alegría da ver a los jóvenes participando en una liturgia viva! A poco observador que uno sea, los ve vivir un momento privilegiado de encuentro con Dios. Esos encuentros nos ayudan a todos a acoger a Jesús, a darle hospitalidad en nuestras vidas, que hace posible que se abran también a quienes vengan o con quienes nos encontremos. Los jóvenes, especialmente, desean protagonismo, quieren dar sus talentos, su creatividad, la competencia que tienen, y por ello desean asumir responsabilidades que los lleven a dar soluciones a los escándalos de una cultura del abuso y del descarte. Qué bueno es ver cómo rechazan el ser destinatarios, desean ser protagonistas. Todos buscamos y queremos una comunidad cristiana más auténtica y fraterna, que sea acogedora, llena de alegría, que tiene y asume el compromiso de la lucha contra toda clase de injusticia y abuso.
Busquemos y dejémonos acompañar,
es una dimensión fundamental en el proceso de todo discernimiento. La atmósfera del discernimiento es esencial que la respiremos en nuestra vida. El ser humano tiene que tomar decisiones importantes en su vida y debemos ser ayudados en esa dinámica espiritual a través de la cual una persona, un grupo o una comunidad intentan reconocer y aceptar la voluntad de Dios en su situación concreta. En el proceso de discernimiento, reconocer la voz del Espíritu, recibir su llamada es una actitud de fondo, una dimensión esencial de vida de Jesús. El horizonte del discernimiento tiene dos dimensiones que van unidas, el horizonte personal y el comunitario. El discernimiento alimenta el encuentro con el Señor, nos familiariza con Él en las diversas maneras en que se hace presente. Reconocer los diversos movimientos del corazón, darles nombre, comprometerse para seguir adelante, confrontar con el director espiritual las experiencias propias, nos ayuda a clarificarnos y nos saca de la indeterminación, haciéndonos dar pasos en el compromiso personal y comunitario.
La Cuaresma nos invita a vivir la conversión en esa versión de la hospitalidad. Os convoco a que meditéis el Evangelio de los cinco domingos de Cuaresma: 1º. Lc 4, 1-13 – tentaciones = tentados; 2º. Lc 9, 28b-36 – trasfiguración = transfigurados; 3º Lc 13, 1-9 – necesidad de la conversión, la parábola de la higuera = convertidos; 4º Lc 15, 1-3. 11-32 – la parábola del hijo pródigo = acogidos por la misericordia, y 5º. Jn 8, 1-11 – la adúltera = perdonados.
Con gran afecto, os bendice:
+Carlos Cardenal Osoro, arzobispo de Madrid
Etiquetas