"Quien nos creó, nos confió la vida del hombre" Pueblo de la vida y para la vida
Recordemos que la vida es un don y no una amenaza, aunque así se manifieste en la raíz de algunas legislaciones y en sus consecuencias
En el fondo de leyes como la del aborto o la que se pueda plantear sobre la eutanasia está un egoísmo fuerte y la duda sobre el valor de la vida humana, sobre la belleza de la misma y también una duda sobre el futuro En un contexto marcado por múltiples signos de muerte, la Iglesia tiene la urgencia de despertar las conciencias para decir y hablar de la belleza del don de la vida, aunque ello pueda atraer la hostilidad No tengamos miedo de anunciar el Evangelio, que es anunciar la vida, en un momento de la historia en el que se discute la vida en sí misma
Siempre que hacemos memoria de la Iglesia, hemos de recordar aquellas palabras del apóstol san Pedro: "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2, 9).
Hay que anunciar las alabanzas de Dios y entre ellas está la alabanza a la vida. Somos el pueblo de la vida y para la vida. Se nos ha de ver y distinguir siempre como un pueblo que es promotor de la vida. Hemos sido llamados a promover la cultura de la vida y a desechar la cultura de la muerte, que nada tiene que ver con nosotros.
Hay una gran lucha de la Iglesia a favor de la vida. Recordemos al Papa san Juan Pablo II, que hizo de la vida y de su defensa el punto fundamental de su pontificado, y escribió una gran encíclica sobre el evangelio de la vida. Seguimos defendiendo y difundiendo ese mismo mensaje de que la vida es un don. No es una amenaza, aunque así se manifieste en la raíz de algunas legislaciones y en sus consecuencias. En el fondo está un egoísmo fuerte y la duda sobre el valor de la vida humana, sobre la belleza de la misma y también una duda sobre el futuro.
A estas dudas responde la Iglesia diciendo: la vida es hermosa, no es algo dudoso, sino un don; incluso en situaciones difíciles la vida sigue siendo un don. De ahí que la Iglesia, en su misión, tenga la urgencia de despertar las conciencias para decir y hablar de la belleza del don de la vida. Las legislaciones que van contra la vida manifiestan miedos al futuro.
La Iglesia experimenta y da a conocer que la fe nos da la certeza de que Dios siempre es más fuerte, que sigue estando presente en la historia y que por ello podemos dar con confianza la vida a nuevos seres humanos.
El mandato de no matar, punto de partida de un camino de verdadera libertad
Estamos viviendo momentos importantes en nuestra historia, para salir a decir a todos los hombres lo que el Papa Benedicto XVI nos decía en la encíclica Caritas in veritate: "Uno de los aspectos más destacados del desarrollo actual es la importancia del tema del respeto a la vida, que en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos. […] La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre" (n. 28). Cada vez que recordamos la belleza de la vida, situamos ante nuestra conciencia aquel mandato del Señor: "No matarás". Es el punto de partida de un camino de verdadera libertad. Entrar por otros derroteros lleva siempre a la esclavitud. Entrar por este camino de la vida y de la promoción de la misma nos lleva al verdadero desarrollo del hombre.
Se nos ha confiado la vida de todo hombre
Cuántas veces hemos escuchado al Papa Francisco expresiones parecidas a esta: "Quien nos creó, nos confió la vida del hombre". Nos pidió en el acto mismo de la creación que no podíamos disponer, de un modo arbitrario y a nuestro antojo o según la moda del momento, de la vida.
Hay que administrar la vida y custodiarla con sabiduría y con la misma fidelidad con la que el Creador la hizo y la cuida. Dios nos ha confiado la vida de cada ser humano, de tal manera que se da en nosotros una responsabilidad con respecto al otro, de darlo todo por él y recibirle siempre a él. Se trata de vivir según Jesucristo, del don de sí mismo y de la acogida del otro.
Jesucristo nos ha dicho con su propia existencia hasta dónde llega esto y hasta dónde nos ha llamado para anunciar la vida, entregándonos con su Espíritu la fuerza necesaria para vivir como Él. En nuestra vida se tiene que manifestar el mismo Amor del Señor. Somos testigos de un amor que promueve, cuida y entrega la Vida. Leyes como la del aborto o la que se quiere plantear sobre la eutanasia nos recuerdan la responsabilidad que tenemos los cristianos con respecto a la vida.
Hemos de subrayar que una sociedad renovada debe fundamentarse en el respeto incondicional de la vida humana. Y por ello defender la vida y promoverla es no solamente una exigencia personal, sino también social. Se nos pide que amemos y respetemos la vida de cada ser humano. Se nos invita a trabajar por instaurar en nuestro mundo la cultura de la verdad y del amor, en un tiempo histórico que ciertamente está marcado por múltiples signos de muerte. Hay que trabajar por una cultura de la vida.
Anunciar el Evangelio es anunciar a Jesucristo que es la Vida
La Santa Madre Iglesia ha recibido el Evangelio como anuncio y fuente de gozo y salvación. Lo ha recibido como don de Jesús que ha venido a anunciar la Buena Nueva a los pobres. Lo recibió a través de quienes el Señor envió al mundo, los apóstoles. Y la Iglesia tiene que hacer resonar en medio de este mundo esta Buena Noticia. «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).
Evangelizar es una acción global y dinámica. Anunciar el Evangelio es anunciar la Vida que es el mismo Jesucristo. Tenemos la certeza de haber recibido esta vida y tenemos que mantener la conciencia humilde, sencilla y agradecida de sabernos pueblo de la vida y para la vida. No tengamos miedo de realizar este anuncio en un momento de la historia en el que se discute la vida en sí misma. Redimidos por el Autor mismo de la vida por el Bautismo, renovados por la gracia del Espíritu, somos enviados para estar al servicio de la vida.
Al anunciar el Evangelio de la vida no debemos temer la hostilidad e incluso la impopularidad. Tenemos que estar en el mundo, pero no con la mentalidad que viene del mundo, sino con la mentalidad y la fuerza que nos viene de Jesucristo. Vale la pena recordar aquí unas palabras del Papa san Juan Pablo II: "La vida humana, don precioso de Dios, es sagrada e inviolable, y por esto, en particular, son absolutamente inaceptables el aborto procurado y la eutanasia; la vida del hombre no solo no debe ser suprimida, sino que debe ser protegida con todo cuidado amoroso; la vida encuentra su sentido en el amor recibido y dado, en cuyo horizonte hallan su plena verdad la sexualidad y la procreación humana; en este amor incluso el sufrimiento y la muerte tienen un sentido y, aún permaneciendo el misterio que los envuelve, pueden llegar a ser acontecimientos de salvación; el respeto de la vida exige que la ciencia y la técnica estén siempre ordenadas al hombre y a su desarrollo integral; toda la sociedad debe respetar, defender y promover la dignidad de cada persona humana, en todo momento y condición de vida" (EV 81). En comunión con Jesucristo, hemos de respetar y cuidar a todo hombre, como nos está pidiendo el Papa Francisco en Laudato si. En cada ser humano hay que reconocer la gloria de Dios; es un icono de Dios mismo tal y como nos ha sido revelado por Nuestro Señor Jesucristo.
Con gran afecto os bendice,
Carlos Cardenal Osoro Sierra, arzobispo de Madrid