¿Por qué salen ahora todas estas cosas?
Cada día nos despertamos con nuevas noticias cada vez más deprimentes acerca de escándalos en la institución eclesiástica y que van abarcando a cada vez más países de prácticamente todos los continentes...
Y alguno hay que se pregunta, no sé si por demasiado ingenuo o por demasiado listo, sospechando intenciones (que las hay) ocultas (y menos ocultas) por parte de algunos, especialmente medios de comunicación, para desacreditar a la Iglesia...
Y se preguntan: ¿Por qué están sacando ahora todas estas cosas?...
Y yo respondo: Pues porque en los más de 1500 años de historia institucional de poder absoluto, no ha habido la oportunidad, como hasta ahora, de que el Pueblo de Dios tome conciencia de lo que pasa “dentro” de la institución eclesiástica, y me temo que por desgracia, tome conciencia de lo que posiblemente ha estado pasando durante todos estos más de 1500 años de historia institucional,
y que posiblemente ha permanecido tapado y cerrado en el búnker infranqueable (hasta ahora) de la institución hipostática de poder eclesiástico...
Hay algunos que, intentando buscar una salida decorosa para la institución, dicen que la causa de esos terribles sucesos (sexuales la mayoría, en el caso presente) cometidos por clérigos, se debe a la relajación actual de las costumbres, tanto fuera como dentro de la Iglesia...
El pretender hacernos creer que en la Edad Media y en el tiempo de los Reyes Absolutos, por decir algo, las costumbres morales eran modélicas y superiores a las de hoy, es algo que no se cree nadie. Eso es pretender hacernos creer en “Alicia en el País de las maravillas medievales...”. Todavía resuenan en nuestros oídos las connotaciones “babilónicas” de aquella declaración de hace 500 años, y que comprobamos que, efectivamente, fueron declaraciones inexactas, ¡pero por defecto!, como estamos viendo por fin ahora...
Todos conocemos la dinámica de todo grupo cerrado; sabemos cómo se degrada paulatinamente con el paso del tiempo, con la consolidación de hábitos incontrolables e inevitables, porque la dinámica del grupo cerrado es progresiva, endogámica y degenerativa, hasta la necrosis final, si Dios no lo remedia... Pues qué podemos pensar de una institución que además se fue cubriendo con el paso de los siglos con un velo hipostático que la hizo absolutamente infranqueable e inhóspita, "terra ignota" para el mundo, y además, con aires paradisíacos a los ojos del Pueblo de Dios, absolutamente ajeno a la realidad interna de la institución...
Pues lo que se ha estado cociendo desde hace más de 1500 años, está saliendo ahora. Y han salido casos en países concretos y en algún estado de Estados Unidos, por ejemplo. Pero no hay que olvidar que en Estados Unidos hay 50 estados... Y además, Estados Unidos es un país nuevo en la fe, sólo llevan un par de siglos. Hay países que llevan más de 1500 años de historia institucional (es más cuestión de tiempo transcurrido que de la especificidad del lugar; el ser humano es más o menos igual, "mutatis mutandis", en todos los sitios...).
El institucionalismo ha hecho un daño irreparable a la Iglesia y más, el institucionalismo hipostático. Lo que hubieran podido ser pecados personales de algunos clérigos degenerados, se han convertido en pecados institucionales, en virtud del institucionalismo hipostático que nos ha sepultado a todos...
El Señor fundó la Iglesia, su Iglesia, (que es un concepto místico y espiritual, no institucional), con autoridades, eso sí, pastores y ovejitas, pastores y fieles. Cuanto más tardemos en volver a los orígenes, la degradación será aún mayor...
Pero es que, todo hay que decirlo, a eso volveremos, querámoslo o no. De la hecatombe presente y del futuro próximo, irán surgiendo autoridades reales, personalidades de verdad, auténticos pastores del Señor (“¿Quiénes son mi Madre y mis hermanos y mis pastores...?; aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen: esos son mi Madre y mis hermanos y mis pastores ...”) que con su palabra, su testimonio y su carisma, vuelvan a levantar al Pueblo de Dios, y a conducirlo y a guiarlo de nuevo en pos de la Promesa del Señor, que ésa sí permanece totalmente en pie, tan inquebrantable y seductora como el primer día, porque “el Señor guarda siempre su Alianza...”.