Testamento fílmico para bien morir Cerrar los ojos. Nostalgia y pascua de Víctor Erice
Una obra maestra del cine espiritual
Y allí y entonces la nostalgia se vuelve pascua, un paso- tránsito, en un abrir y cerrar de ojos. Un testamento: cada cual debe buscar su espacio-tiempo para decir A-Dios. O al menos hasta luego
Nos es fácil por estos pagos el cine espiritual. He aquí una obra maestra. Podemos ponerla cerca de “Nostalghia” (1983) de Andrei Tarkovski, junto a “La eternidad y un día” (1998) de Theo Angelopoulos y reconocer rastros comunes con cineastas como Terrence Malick, Abbas Kiarostami o Aki Kaurismäki. Como sus predecesoras “El espíritu de la colmena” (1973) y “El sur” (1983) está llamada a convertirse en obra de culto para cinéfilos y estudiantes del cine o de la vida.
Una historia de viejos con actores colosales. Un antiguo director que cine que vive como solitario arameo errante tras sus heridas abiertas (Manolo Solo), un anciano amnésico que canta tangos entrecortados (José Coronado), un mercader judío moribundo que busca a su hija arrebatada (Josep María Pou), sor Consuelo, una monja anciana con una extraña lucidez maternal (Petra Martínez). Junto a ellos una hija marcada por un padre ausente (¡cómo no Anna Torrent!), una periodista de investigación de casos perdidos que anda tras las huellas de un actor desaparecido (Marta Soriano) y una voluntariosa trabajadora social que resuelve un enigma (María León).
Aparentemente una historia sobre el cine dentro del cine. La historia de un cineasta alter ego, como ya, recientemente, aunque con mimbres diferentes, contó Almodóvar de “Dolor y gloria” (2019). Habitando “Triste-le-Roi” la tierra de la melancolía y la tristeza. Por el cine abandonado, la sala cerrada y empolvecida, el cementerio de las películas perdidas y los actores que olvidaron su papel. El interfaz de la memoria es de celuloide dixit Víctor Erice y dejar atrás sus pesadas cintas puede provocar la enfermedad de la amnesia. El cine de los planos pictóricos, de la profundidad de campo inusitada, de la luz del clarooscuro, de la secuencia contemplativa, del tiempo detenido, del símbolo que horada penetrando al espectador.
El cine como disculpa metafísica. El viaje de la vida saltando vacíos y ausencias. La paternidad y filiación como añoranza fundante. La reivindicación del alma del viejo doctor Benavides (magnífico Juan Margallo) convertido en guía espiritual. El espíritu, el más profundo centro, colocado más allá de la memoria justo allí donde habita la conciencia. La mirada de la vida hecha icono (como una amarillenta fotografía). La mirada ambigua de juventud y belleza entrecortada por un abanico que anticipa caducidad y muerte. La cuestión crucial es envejecer cuenta el guion, pero miente: la cuestión crucial es cerrar los ojos como cuenta el título.
Pero cerrar los ojos no es solo morir. Es mirar más adentro, vigile el espectador los cierres de ojos de la trama. “El espíritu”, que viene de aquella vieja colmena, que se abre paso en un momento saturado de revelación, como el canto rasgando la guitarra o la voz acompañando las teclas balbuceantes. Hay un lugar para lo espiritual. El asilo rodeado de monjas habitadas ya es un territorio entre el cielo y la tierra. Un sitio para prepararse aprendiendo a cerrar los ojos. Suenan las campanas, aparece lo gratuito, el tiempo se espera y la mesa se comparte.
Para Erice, con 83 años, hay un lugar para el milagro, donde al cerrar los ojos estos se abran, probablemente, ante el infinito como un mar tras la ventana. Para el viejo director ese lugar es el cine, como espacio sagrado. Cada cual puede buscarse el suyo. En cualquier caso, un lugar para mirar más adentro y más allá. Y allí y entonces la nostalgia se vuelve pascua, un paso- tránsito, en un abrir y cerrar de ojos. Un testamento: cada cual debe buscar su espacio-tiempo para decir A-Dios. O al menos hasta luego.
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