Una iglesia como un portal (de Belén) Un Sin Techo para los sin hogar
Belén Viviente representado por personas sin hogar
| Peio Sánchez
Ayer en nuestro pequeño Hospital de Campaña en Santa Anna en Barcelona celebramos la Nochebuena. Un grupo de personas sin hogar prepararon tres escenas según la tradición del Belén Viviente. La cosa empezó con el deseo de disfrazarse: túnicas, turbantes y ofrendas. Quizás porque vestirse de magos o pastores, de María o de José, era una forma de dejar atrás la propia vestimenta de fracasos y soledades. Ponerse otra ropa es una forma de renacer, casi como ir a la peluquería. Tantas veces caídos, una forma de levantarse era ser actor por un día.
Nikos Kazantzakis construyó una novela titulada “Cristo de nuevo crucificado”. En 1922, los habitantes de Likóvrisi, en Anatolia, se disponen a celebrar la Semana Santa con una representación dramatizada de la Pasión y poco a poco cada actor irá configurándose con su personaje. En nuestro “Cristo de nuevo encarnado” los personajes se han ido acostumbrando a su nuevo nombre. La nepalí Chandra es ahora María, antes el José cubano se llamaba Fidel, Ibrahima se convirtió en un pequeño ángel negro Machín, Melchor era un músico sin posada, Gaspar era el lector sin biblioteca y Balthasar un príncipe nigeriano sin reino. Los pastores venían realmente de la intemperie de Guinea Bissau, Senegal, Marruecos o Mali. Los pajes eran jóvenes extulelados, ahora sin papeles y con las estrellas por dormitorio. Para todos celebrar la Navidad era cruzar el Mediterráneo hacia un sueño por un solo día cumplido.
Los espectadores eran habitantes de las calles, zombis de los soportales, extranjeros en una tierra que no les recibió. Sentados en las mesas compartían la cena. Bulliciosos según avanzaban el misterio representado se tornaron silenciosos y expectantes. Entre acto y acto un viejo villancico arrastraba notas de recuerdos en unos y desconcierto en otros que llegan de lejos.
Esta vez el niño fue niña como si así se completará mejor la imagen de Dios que somos. Porque en los belenes vivientes no hay exigencias del guion y la trama puede dar giros insospechados. Para allá, al portal, fueron todos, pastores, magos y ángeles despistados. Para contemplar como entre los pequeños es más fácil ver Infinito, entre los últimos es más claro el Primero y entre los márgenes asoma el futuro.
Terminada la representación y la mesa compartida vaciada cada uno vuelve a su cajero sin fondos, a su casa de cartón, a su colchón de tierra. Ha sido un sueño, un destello, casi un resuello. La vida sigue siendo dura, las oportunidades no llegan, la espalda se dobla y la noche sigue siendo oscura.
Una siembra de esperanza que pasa por nuestra responsabilidad, pero que no depende de nosotros. Siguen ahí fuera, aDiós quedando.