Cuestión de hechos, señor Zapatero

Una de las estrategias más usadas para eludir responsabilidades es la de confundir los hechos con las opiniones. Después de la guerra, Hannah Arendt (una gran pensadora que debería ser más leída) viajó a Alemania. Se interesaba ella por cómo afrontaban los alemanes su reciente pasado de totalitarismo y genocidio, del que Arendt misma había escapado por poco. Cuál fue su sorpresa cuando se encontraba que le respondían que era cuestión de opiniones. “Empezaron ustedes la guerra”, decía Arendt, “bueno, ésa es su forma de verlo, hay otras…”, respondían, “que no, que ustedes invadieron Polonia, que es así…”, respondía a su vez, “esa es su opinión”. Opiniones, todo eran opiniones, todo era discutible.

Arendt nos reveló cómo la responsabilidad se intenta encubrir detrás de la confusión de los hechos con las opiniones. En la vida podemos pensar diferente de muchísimas cosas, podemos tener ideas de la vida tan diferentes como personas habitamos este mundo. Pero los hechos no son opiniones. Que Alemania invadió Polonia no es una opinión, es un hecho; que el gobierno alemán organizó un genocidio masivo no es una opinión, es un hecho; que los alemanes miraron, en gran parte, a otro lado, no es una opinion, es un hecho. En un mundo lleno de irresponsabilidad, supone un deber del más alto rango el recordar cuáles son los hechos y distinguirlos de las opiniones.

¿Qué tiene esto que ver con nosotros? Mucho. Ayer mismo se le recordó a Zapatero que primero dijo que no iba a negociar políticamente (este adverbio es clave) con ETA, y que luego lo hizo, con reconocimiento suyo. Se le recordó que dijo que el proceso estaba roto tras el atentado en la T4 y que luego los hubo y que él mismo lo ha dicho. Para esto nuestra lengua tiene un verbo muy sencillo y contundente: mentir. Que Zapatero mintió en un tema tan grave no es una opinión, ni un parecer, ni una crispación del PP y de otros agitadores malvados como Rosa Díez (vaya mi ánimo para esta valiente). Es pura, simple y llanamente un hecho. Dijo una cosa e hizo la contraria, esto no es objeto de discusión, sino de constatación. Hay, sin embargo, una diferencia respecto del relato que nos dio Hannah Arendt. Con ella, por lo menos, hicieron el esfuerzo de disimular, de hacer pasar por una opinión lo que era un hecho. En definitiva, respetaron su inteligencia (ya que me quiere usted engañar, por lo menos no me tome por tonto). Aquí hemos hecho un grado más, ya no se nos quiere colar el mochuelo de la opinión, sino que ni siquiera se le da importancia a tal hecho, gravísimo. Ya no se quiere confundir el hecho y la opinión, sino el hecho con la palabra echada al viento. Y esto sólo tiene un nombre: perversión del lenguaje.

Y para terminar, entraré en una objeción que se me plantea con mucha frecuencia. Se me dirá “ya, pero el PP también mintió, por ejemplo con la guerra”. Mi respuesta es muy concreta, y la hago en forma de pregunta: ¿una mentira se compensa con otra? ¿Una mentira hace menos mentirosa otra mentira?¿Vamos a llegar al absurdo de justificar el mal con el mal? Rechazo esa postura: la mentira es inaceptable, y la mentira en un gobernante es, si cabe, más grave.

Ser fieles a los hechos es quizá la mejor herencia que podamos dar a nuestros hijos. Un abrazo.

I.O.
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