Por qué este título, y por qué este blog en RD ¿A quién le importa?
“Creo que gente como tú, que tiene el privilegio de poder ser libre, y opinar en conciencia sin rendir pleitesías, es la que necesita esa nueva Iglesia por la que luchamos”
"Siendo yo más de providencias que de coincidencias, leo que en algunas diócesis periféricas y provinciales andan pidiendo que se marque la cruz porque han descendido los ingresos. Y ¡zas! se me mete en la mollera “Con la cruz puesta”. Y lo pongo. Porque la pongo. Porque la llevo puesta"
La canción ochentera de Alaska y Dinarama comenzó a sonar en mi cabeza. No había modo de apagarla. La escuché nada más leer el correo electrónico y seguía martilleándome las meninges cuando respondí pidiendo unos días para pensármelo. Era un fin de semana largo, el de todos los santos, víspera de los fieles difuntos sin canonizar.
Se lo comento a la coordinadora del hogar. Me mira y sin decirme nada, en silencio, me recuerda la de veces que me he quejado porque tenía que entregar la columna a la que he estado atado media vida. Pero no hay reproche, ni juicio, ni tan siquiera un mínimo brillo de sarcasmo, de telodije o yalosabíayo. Solo aceptación y esa paz suya que jibariza mis defectos y pone lupa a mis escasas virtudes. Pero la música no cesa. Y la letra me golpea.
“¿A quién le importa lo que yo haga? ¿A quién le importa lo que yo diga?”, oigo cantar en mis entrañas a la pequeña mexicana resucitando parte de la banda sonora de mi adolescencia. “Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré”, hace los coros del estribillo Dinarama con mudo estruendo.
Pasó una mañana, pasó una tarde, y no se me iba la copla del caletre. “La gente me señala / Me apuntan con el dedo / Susurra a mis espaldas / Y a mí me importa un bledo”. Bueno, sin pasarse. No es que no me importe, pero es cierto que con la edad he aprendido a relativizar. Lo que sí que me sigue cuestionando es saber si realmente le importa a alguien lo que yo haga, lo que yo diga, lo que yo escriba. Los míos no cuentan, que ya sé que sí aunque me digan que no.
Y recibo otro mensaje, esta vez por wasá. Es el director de Religión Digital insistiendo respetuosamente y argumentando la invitación que había cursado por correo, la que pulsó el play de la música ochentera en mi cabeza: “Creo que gente como tú, que tiene el privilegio de poder ser libre, y opinar en conciencia sin rendir pleitesías, es la que necesita esa nueva Iglesia por la que luchamos”.
Alaska y Dinarama no cesan en su riquirraque: “Quizá la culpa es mía / por no seguir la norma / ya es demasiado tarde / para cambiar ahora”. Acabo de cumplir medio siglo; no hay más preguntas, señoría.
Pasó una mañana, pasó otra tarde, di el sí quiero.
En un principio pienso en titular el blog con el verso de la pegajosa canción ochentera que encabeza este primer post: “A quién le importa”. Pero se cruza en mi camino una lectura sobre pueblos malditos y “las minorías étnicas perseguidas en España”. Entre ellas están los vaqueiros de alzada, de los que desciendo directamente. Al mismo tiempo, y siendo yo más de providencias que de coincidencias, leo que en algunas diócesis periféricas y provinciales andan pidiendo que se marque la cruz porque han descendido los ingresos. Y ¡zas! se me mete en la mollera “Con la cruz puesta”. Y lo pongo. Porque la pongo. Porque la llevo puesta.
“Me mantendré / Firme en mis convicciones /Reportaré mis posiciones”
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