Angelitos y diablillos, para el museo
Me escribe un lector del post anterior, preocupado por el tema de los ángeles y con mucho interés por delimitar el campo de lo dogmático. Intentaré aclararlo.
Consultamos el Catecismo del 92 (el nombre de “Catecismo del 92”, en vez de “Catecismo de la Iglesia católica” resalta que, como dijo el cardenal Martini, los catecismos “tienen fecha”, son como un museo en que están recogidas expresiones históricas de la fe tradicional, conservadas como valor tradicional, aunque no sean utilizables ni relevantes en la actualidad).
Según el Catecismo del 92 (n.328), "la existencia de seres espirituales, no corpóreos, que la Sagrada Escritura llama ángeles es una verdad de fe". Esto es como el molinillo de café de mi abuela, que sigue conservado en casa de mis sobrinos como elemento decorativo, aunque a nadie se le ocurre usarlo para moler los granos de café. Pero no se nos ocurre tirarlo a la basura. Algo semejante ocurre cuando recorremos el museo de los dogmas con enfoque genético-evolutivo.
Por contraste con otras tradiciones religiosas dualistas, en las que se hablaba de divinidades benefactoras y divinidades maleficientes, en la tradición cristiana (que se remonta a la tradición judía) se conceptualizó esas fuerzas benefactoras o malefactores como ángeles buenos o ángeles malos, haciéndoles sitio de esa manera dentro del universo simbólico-imaginario de quienes creen un solo Dios Único y Creador.
Hoy día, con otra cosmovisión y otra hermenéutica, no necesitamos afirmar la existencia de tales seres espirituales. De pequeño me extrañaba que pintasen los angelotes con cabeza y alas solamente. Si tenían boca para comer, ¿cómo hacían para “des-comer”?, pregunté. Y me dijeron: “No seas repelente".
En todo caso, hoy se puede seguir usando esa simbología angélico-demoníaca como recurso para hablar de las fuerzas del bien y del mal sin idolatrarlas, acentuando que el referente de nuestra fe no son unos seres llamados ángeles buenos a ángeles caídos y malos, sino el misterio del Dios único.
Siguen teniendo su sitio en ese "museo histórico de las expresiones de la fe a lo largo de la historia", que eso es el catecismo, recopilación de la historia de la evolución dogmática y de las interpretaciones de la fe, pero no forma parte de nuestra confesión de fe cristiana el creer en ángeles y demonios. Creemos en Dios y basta.
Otra cosa es que a nivel popular no se desarraiguen las supersticiones y magias y siga vendiendo el timo de los exorcismos... Pero eso es harina de otro costal.
Consultamos el Catecismo del 92 (el nombre de “Catecismo del 92”, en vez de “Catecismo de la Iglesia católica” resalta que, como dijo el cardenal Martini, los catecismos “tienen fecha”, son como un museo en que están recogidas expresiones históricas de la fe tradicional, conservadas como valor tradicional, aunque no sean utilizables ni relevantes en la actualidad).
Según el Catecismo del 92 (n.328), "la existencia de seres espirituales, no corpóreos, que la Sagrada Escritura llama ángeles es una verdad de fe". Esto es como el molinillo de café de mi abuela, que sigue conservado en casa de mis sobrinos como elemento decorativo, aunque a nadie se le ocurre usarlo para moler los granos de café. Pero no se nos ocurre tirarlo a la basura. Algo semejante ocurre cuando recorremos el museo de los dogmas con enfoque genético-evolutivo.
Por contraste con otras tradiciones religiosas dualistas, en las que se hablaba de divinidades benefactoras y divinidades maleficientes, en la tradición cristiana (que se remonta a la tradición judía) se conceptualizó esas fuerzas benefactoras o malefactores como ángeles buenos o ángeles malos, haciéndoles sitio de esa manera dentro del universo simbólico-imaginario de quienes creen un solo Dios Único y Creador.
Hoy día, con otra cosmovisión y otra hermenéutica, no necesitamos afirmar la existencia de tales seres espirituales. De pequeño me extrañaba que pintasen los angelotes con cabeza y alas solamente. Si tenían boca para comer, ¿cómo hacían para “des-comer”?, pregunté. Y me dijeron: “No seas repelente".
En todo caso, hoy se puede seguir usando esa simbología angélico-demoníaca como recurso para hablar de las fuerzas del bien y del mal sin idolatrarlas, acentuando que el referente de nuestra fe no son unos seres llamados ángeles buenos a ángeles caídos y malos, sino el misterio del Dios único.
Siguen teniendo su sitio en ese "museo histórico de las expresiones de la fe a lo largo de la historia", que eso es el catecismo, recopilación de la historia de la evolución dogmática y de las interpretaciones de la fe, pero no forma parte de nuestra confesión de fe cristiana el creer en ángeles y demonios. Creemos en Dios y basta.
Otra cosa es que a nivel popular no se desarraiguen las supersticiones y magias y siga vendiendo el timo de los exorcismos... Pero eso es harina de otro costal.