De Arrupe a Nicolás, por Benedicto

Viendo la exposición del bicentenario del Conde de Floridablanca los jesuitas sienten ambivalencia ante José Moñino y Redondo (1728-1808), sabiendo su papel en la expulsión de la orden por Carlos III (1767), y su influjo como embajador para conseguir del Papa la supresión de la Compañía (1773).

Paradójicamente, la Sala San Esteban fue el primer colegio de jesuitas, en Murcia. Otra paradoja: jesuitas de entonces, casados con poderes político-económico-académicos (como algunos nuevos movimientos actuales), chocaban con el talante del político reformador; pero la mentalidad ilustrada del estadista murciano debería haber simpatizado con los acusados de laxistas por defender el probabilismo moral. (También hoy acusan de radicalismo a quienes siguen al Concilio Vaticano II). Si Floridablanca levantara la cabeza, ¿de qué lado se decantaría quien en sus últimos días giró hacia posiciones más reaccionarias?

Pero dejemos el tema a historiadores competentes. Lo evoqué porque la Compañía vive un momento esperanzador, tras los decretos de su reciente Congregación. Pasada la noche oscura, bajo Juan Pablo II, Benedicto XVI anima, como Pablo VI, a los jesuitas a vivir en “encrucijadas y fronteras”.

“¿Qué queda de Arrupe, me preguntaban, y la opción de fe y justicia ?”. “Queda todo, prolongado y ampliado” La Compañía, desde Arrupe hasta Nicolás, animada por Benedicto, marcha al servicio de la iglesia y la humanidad, enviada a “tender puentes y vivir en las fronteras”.

Coinciden los Papas en decir: “Id a las encrucijadas”. En el discurso a la Congregación general 35 (21-II-2008), Benedicto XVI citó las palabras de Pablo VI a la Congregación 32 (3-XII-1974), valorando vivir “en las encrucijadas de las ideologías, en las trincheras sociales, donde ha habido o hay confrontación entre las exigencias urgentes humanas y el mensaje cristiano.”

Pablo se lo dijo a Arrupe y Benedicto a Nicolás: nos envían a “reconciliar, mediar e interpretar” en situaciones fronterizas. Así lo asume la Congregación 35 en su decreto sobre la misión.

Un texto sobrio, de apariencia menos impactante, evita provocar a las instancias jerárquicas que pilotan hoy la marcha atrás en la Iglesia. Pero dicho decreto reafirma el núcleo de la Congregación 32: “ La misión de la Compañía hoy es el servicio a la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto forma parte de la reconciliación de los hombres exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios... El servicio de la fe y de la promoción de la justicia no puede ser un simple ministerio más entre otros muchos. Debe ser el factor integrador de todos los ministerios... Esto quiere significar una “opción decisiva”, determinante de todas las demás opciones...”.

Aplicando el encargo de Benedicto, opinó el P. Nicolás en el último Sínodo. Se habían escuchado diversos pareceres sobre lectura bíblica. Algún obispo acentuaba la línea intimista de ciertas espiritualidades; otro, preocupado por publicaciones históricas recientes sobre Jesús, mostraba preocupación por seguir estrictamente el magisterio eclesiástico al hacer exégesis; otros insistían en conectar con la vida en la predicación. El P. Nicolás presentó una propuesta de “encrucijada”. Ni solo estudio, ni solo devoción, ni mero captar benevolencias.

En la tradición ignaciana del “diagnóstico”, medicina y pastoral son hermanas gemelas. Insiste Nicolás en “el poder medicinal transformante de la Palabra de Dios” para responder a las necesidades del Pueblo de Dios que pregunta “cómo podemos leer las Escrituras de modo que produzcan en nosotros efectos positivos”. “Estoy convencido, dice, de que la Palabra de Dios puede reivindicar una gran función terapéutica en la vida de la comunidad cristiana”.

Frente a la polarización en dogmatismos especulativos y moralismos catastrofistas, frecuentes en homilías dominicales y declaraciones eclesiásticas, el encuentro con la Palabra, “si es real, puede conmocionar, sorprender, iluminar, dar seguridad o consolar. Puede también no ser comprendido o perderse”. Así habla quien se sitúa junto a las personas en la encrucijada de la vida, en vez de en las alturas de magisterios prepotentes.

En esa tierra fronteriza, Nicolás señala las condiciones del encuentro con la Biblia: diagnosticar, porque “es preciso que sepamos dónde se encuentran las personas”; presentarla bien: “se espera que seamos una buena compañía en el estudio profundo y contemplativo”; formarse en hermenéutica, para hacer “una buena diagnosis y una sabia aplicación de los modos de lectura”; orar, para poder hablar desde una “interiorización profunda”; y caminar junto a las personas, no como dirigentes impositivos, sino con “un acompañamiento significativo que ayude al fiel a discernir la acción del Espíritu Santo en y a través de la lectura de la Biblia”.

Ha soplado una brisa que despeja las nubes de los “profetas de desastres”.

(Publicado en "La Verdad", de Murcia, EL 16-XI-08)
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