Juicio final, con Abogado, sin ángeles ni demonios
Los turistas japoneses admiran la Creación de Miguel Ángel, pero quedan perplejos ante el rostro divino airado en el Juicio final. No es ese el Dios cristiano. Recuerda a las divinidades guerreras de los pórticos de templos en que la mitología india se mezcló en Japón con el olimpo sintoísta.
En muchas religiones se ha expresado el anhelo de remuneración con imágenes de juicio. Los primeros cristianos incorporaron el imaginario judío apocalíptico y se sirvieron de sus metáforas (hoy reinterpretables) para expresar su fe en la restauración y reconciliación final de todo en Cristo. Al final de la segunda parte del credo (“Creo en Jesucristo”) se dice: “está sentado a la derecha del Padre y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”.
¿Cómo se confesará esta fe cuando el último domingo del año litúrgico se celebre la fiesta de Cristo Rey y se lea el capítulo 25 del Evangelio según Mateo? Apunto un decálogo de sugerencias para las homilías de ese día:
1. Cristo viene al jucio, pero no como juez, sino como abogado. “Tus argumentos te darán la razón, del juicio resultarás inocente” (Cf. comentario de L. Alonso Shökel). Como abogado de las víctimas interpela a los agresores y los llama a conversión y a reconocer el mal hecho... Como abogado de los agresores, les anima a pedir perdón y creer en la reconciliación, que otorgará Dios, aun el caso de que las víctimas no perdonen.
2. En el juicio final, en vez de juez, la presencia divina actúa como espejo. Al verle como es y vernos como somos, nos desengañamos y esa lucidez nos purifica. Tras acusarnos y sentenciarnos nosotros a nosotros mismos, el Abogado nos gestiona y transmite la absolución.
3. La metáfora del Reinado sin fin anuncia la reconciliación del cosmos y la historia, el anhelado retorno de todo de la dispersión a la unidad, de los conflictos a la paz y de la muerte a la vida.
4. La fe cristiana no dice: “tengo miedo, porque viene Cristo a juzgarme”, sino “tengo esperanza, porque viene Cristo al juicio como Abogado". En el Evangelio según Juan, el Dios Padre y Madre “delega en el Hijo la potestad de juzgar”, pero resulta que el Hijo no actúa como juez sino como abogado, enviando como abogado su Espíritu, para que “creyendo en quien le envió no seamos juzgados” (cf. 5, 22-24). En efecto, “Dios no envió asu Hijo al mundo para juzgar, sino para salvar” (cf. 3, 17).
5. Para quiene cierra sus ventanas a la luz hay un juicio en el que el juez es uno mismo, “prefiriendo las tinieblas” (id. v.19). En Jn 9, sí apela Jesús a un juicio, a un proceso de discernimiento: tras la curación del invidente, que es juzgado y rechazado por quienes presumen de ver, pero están en tinieblas y non incapaces de alegrarse de la liberación del oprimido, es la luz la que juzga a las tinieblas. En el versículo 39 (charnela entre el capítulo 9 -juicio de las tinieblas contra la luz- y el capítulo 10 -en que el buen pastor saca a las ovejas del redil estrecho de la institución y las tinieblas son juzgadas por la luz-, está la palabra clave de Jesús: “Yo he venido a este mundo para abrir un proceso de discernimiento y crisis(en griego, “kríma”); así, quienes no ven, verán, y quienes presumen de ver, quedarán a oscuras”.(Cf. comentario de J. Mateos).
6. Finalmente, huelga decir, que están de sobra en el imaginario del juicio final las cortes de ángeles y los escabeles de demonios, los alaridos infernales y los conciertos de serafines. El barroco sofoca la fe...
7. Por muy valiosa que sea artísticamente la Divina Comedia, no nos vale el infierno de Dante para expresar nuestra fe. No cabe en el credo el infierno, ni tienen sitio en el los demonios, ni el timo eclesiástico de los exorcismos. .
8. Tampoco nos sirve para orar la mayor parte de las estrofas del Dies irae (que tanto gusta a los “profetas de catástrofes” y "predicadores jeremíacos con ecos de ultratumba en sedes catedralicias"). Sólo se salvan algunos versos, como el “qui salvandos salvas gratis, salva me fons pietatis”, maravillosamente orquestados en la música del Requiem de Karl Jenkins...
9. Pero quienes tengan sentido de la poesía, el símbolo y la metáfora, podrán seguir valiéndose de los recursos de este imaginario tradicional para expresar los dos temas centrales del juicio: por una parte, la responsabilidad para comprometerse hoy, aquí y ahora, con la construcción del reinado de verdad y vida, de gratuidad y santificación,, de justicia, amor y paz: y, por otra parte, la confianza de que en el juicio final Cristo es abogado más que juez. “
10. Una observación final.La fiesta de Cristo Rey fue insittida en 1925, por Pío XI. En el Estado español de aquellos años se usó el "Christus vincit" con una beligerancia peculiar por parte d euna iglesia vinculada a clases poderosas, que desencadenó en la década siguiente extremismos del lado contrario anticlerical. También en los años del nacional-catolicismo se manipuló este imaginario simbólico cristiano para casar trono y altar. Hoy nos distanciamos con memoria histórica de ese modo antievangélico de entender el Reinado de Dios.
En muchas religiones se ha expresado el anhelo de remuneración con imágenes de juicio. Los primeros cristianos incorporaron el imaginario judío apocalíptico y se sirvieron de sus metáforas (hoy reinterpretables) para expresar su fe en la restauración y reconciliación final de todo en Cristo. Al final de la segunda parte del credo (“Creo en Jesucristo”) se dice: “está sentado a la derecha del Padre y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”.
¿Cómo se confesará esta fe cuando el último domingo del año litúrgico se celebre la fiesta de Cristo Rey y se lea el capítulo 25 del Evangelio según Mateo? Apunto un decálogo de sugerencias para las homilías de ese día:
1. Cristo viene al jucio, pero no como juez, sino como abogado. “Tus argumentos te darán la razón, del juicio resultarás inocente” (Cf. comentario de L. Alonso Shökel). Como abogado de las víctimas interpela a los agresores y los llama a conversión y a reconocer el mal hecho... Como abogado de los agresores, les anima a pedir perdón y creer en la reconciliación, que otorgará Dios, aun el caso de que las víctimas no perdonen.
2. En el juicio final, en vez de juez, la presencia divina actúa como espejo. Al verle como es y vernos como somos, nos desengañamos y esa lucidez nos purifica. Tras acusarnos y sentenciarnos nosotros a nosotros mismos, el Abogado nos gestiona y transmite la absolución.
3. La metáfora del Reinado sin fin anuncia la reconciliación del cosmos y la historia, el anhelado retorno de todo de la dispersión a la unidad, de los conflictos a la paz y de la muerte a la vida.
4. La fe cristiana no dice: “tengo miedo, porque viene Cristo a juzgarme”, sino “tengo esperanza, porque viene Cristo al juicio como Abogado". En el Evangelio según Juan, el Dios Padre y Madre “delega en el Hijo la potestad de juzgar”, pero resulta que el Hijo no actúa como juez sino como abogado, enviando como abogado su Espíritu, para que “creyendo en quien le envió no seamos juzgados” (cf. 5, 22-24). En efecto, “Dios no envió asu Hijo al mundo para juzgar, sino para salvar” (cf. 3, 17).
5. Para quiene cierra sus ventanas a la luz hay un juicio en el que el juez es uno mismo, “prefiriendo las tinieblas” (id. v.19). En Jn 9, sí apela Jesús a un juicio, a un proceso de discernimiento: tras la curación del invidente, que es juzgado y rechazado por quienes presumen de ver, pero están en tinieblas y non incapaces de alegrarse de la liberación del oprimido, es la luz la que juzga a las tinieblas. En el versículo 39 (charnela entre el capítulo 9 -juicio de las tinieblas contra la luz- y el capítulo 10 -en que el buen pastor saca a las ovejas del redil estrecho de la institución y las tinieblas son juzgadas por la luz-, está la palabra clave de Jesús: “Yo he venido a este mundo para abrir un proceso de discernimiento y crisis(en griego, “kríma”); así, quienes no ven, verán, y quienes presumen de ver, quedarán a oscuras”.(Cf. comentario de J. Mateos).
6. Finalmente, huelga decir, que están de sobra en el imaginario del juicio final las cortes de ángeles y los escabeles de demonios, los alaridos infernales y los conciertos de serafines. El barroco sofoca la fe...
7. Por muy valiosa que sea artísticamente la Divina Comedia, no nos vale el infierno de Dante para expresar nuestra fe. No cabe en el credo el infierno, ni tienen sitio en el los demonios, ni el timo eclesiástico de los exorcismos. .
8. Tampoco nos sirve para orar la mayor parte de las estrofas del Dies irae (que tanto gusta a los “profetas de catástrofes” y "predicadores jeremíacos con ecos de ultratumba en sedes catedralicias"). Sólo se salvan algunos versos, como el “qui salvandos salvas gratis, salva me fons pietatis”, maravillosamente orquestados en la música del Requiem de Karl Jenkins...
9. Pero quienes tengan sentido de la poesía, el símbolo y la metáfora, podrán seguir valiéndose de los recursos de este imaginario tradicional para expresar los dos temas centrales del juicio: por una parte, la responsabilidad para comprometerse hoy, aquí y ahora, con la construcción del reinado de verdad y vida, de gratuidad y santificación,, de justicia, amor y paz: y, por otra parte, la confianza de que en el juicio final Cristo es abogado más que juez. “
10. Una observación final.La fiesta de Cristo Rey fue insittida en 1925, por Pío XI. En el Estado español de aquellos años se usó el "Christus vincit" con una beligerancia peculiar por parte d euna iglesia vinculada a clases poderosas, que desencadenó en la década siguiente extremismos del lado contrario anticlerical. También en los años del nacional-catolicismo se manipuló este imaginario simbólico cristiano para casar trono y altar. Hoy nos distanciamos con memoria histórica de ese modo antievangélico de entender el Reinado de Dios.