Martirizados, por la fe. Martirizadores, por el poder
Se acerca la beatificación, el próximo 24 de noviembre en Nagasaki, de 188 víctimas martirizadas en Japón entre 1603 y 1639.
Aunque encabeza la lista el jesuita Pedro Kibe, 183 son seglares. La iglesia de Japón está dedicando siete semanas de oración y reflexión a prepararse para la celebración.
¿Martirizados por su fe o ajusticiados por violar la ley?, pregunta el periodista. “Las dos cosas”, responde el obispo Mizobe. “Murieron por negarse a apostatar y por violar una legalidad injusta que negaba el derecho a la libertad religiosa”.
“¿Los mataron por religión o por política?”, le preguntaban al cardenal Hamao (q.e.p.d.). “Por ser cristianos”, respondió, añadiendo: “No eran oposición política, pero si era peligroso para el gobierno su rechazo a la divinización del estado”.
Dos siglos más tarde, durante el apogeo de la ideología militarista del nacional-sintoísmo, su recuerdo animaría a quienes resistían a la politización de la religión al servicio de la unidad nacional: no iban a sacrificarse como kamikazes cantando el Kimigayo "por el kami, por la patria y el emperador".
La aprobación de la beatificación animó el año pasado, el 1 de junio, al episcopado japonés, que había publicado en febrero un mensaje sobre libertad religiosa y separación del estado y las confesionalidades: contraste profético frente a la tendencia del partido gobernante a condescender con las ideologías nacional-sintoístas de ultraderecha.
Dos semanas después del valiente mensaje episcopal, la carta del Nuncio Bottari de Castello, corroboraba el compromiso por los derechos humanos, la paz y la justicia. “Ustedes han expuesto con claridad el principio de la separación de Iglesia y Estado y el valor del artículo 9 de la Constitución. Deseo asegurarles el apoyo a dicha declaración”.
Este año, después de la beatificación, la noticia eclesial será, el 8 de diciembre, la publicación del mensaje de los obispos japoneses conmemorando el 60 aniversario de la Declaración de Derechos Humanos.
Aunque encabeza la lista el jesuita Pedro Kibe, 183 son seglares. La iglesia de Japón está dedicando siete semanas de oración y reflexión a prepararse para la celebración.
¿Martirizados por su fe o ajusticiados por violar la ley?, pregunta el periodista. “Las dos cosas”, responde el obispo Mizobe. “Murieron por negarse a apostatar y por violar una legalidad injusta que negaba el derecho a la libertad religiosa”.
“¿Los mataron por religión o por política?”, le preguntaban al cardenal Hamao (q.e.p.d.). “Por ser cristianos”, respondió, añadiendo: “No eran oposición política, pero si era peligroso para el gobierno su rechazo a la divinización del estado”.
Dos siglos más tarde, durante el apogeo de la ideología militarista del nacional-sintoísmo, su recuerdo animaría a quienes resistían a la politización de la religión al servicio de la unidad nacional: no iban a sacrificarse como kamikazes cantando el Kimigayo "por el kami, por la patria y el emperador".
La aprobación de la beatificación animó el año pasado, el 1 de junio, al episcopado japonés, que había publicado en febrero un mensaje sobre libertad religiosa y separación del estado y las confesionalidades: contraste profético frente a la tendencia del partido gobernante a condescender con las ideologías nacional-sintoístas de ultraderecha.
Dos semanas después del valiente mensaje episcopal, la carta del Nuncio Bottari de Castello, corroboraba el compromiso por los derechos humanos, la paz y la justicia. “Ustedes han expuesto con claridad el principio de la separación de Iglesia y Estado y el valor del artículo 9 de la Constitución. Deseo asegurarles el apoyo a dicha declaración”.
Este año, después de la beatificación, la noticia eclesial será, el 8 de diciembre, la publicación del mensaje de los obispos japoneses conmemorando el 60 aniversario de la Declaración de Derechos Humanos.