Noche del embrión y alba del feto

Ilumina la metáfora del amanecer. De la oscuridad de medianoche hasta la luz del sol, un proceso análogo, continuo, de “ir haciéndose de día paulatinamente”, no representable digitalmente.

Imposible precisar, reloj en mano, un instante puntual para el paso de las tinieblas a la luz. Si alguien dijera que se dio ese paso a las cuatro y 23 minutos, sería imposible demostrar que en el minuto 22 la oscuridad era absoluta y en el minuto 24 la claridad era radiante.

Esta imagen sirve de telón de fondo para hablar sobre el proceso de comenzar una nueva vida, la "vida naciente”. Así la llamaba el conocido jesuita norteamericano Richard Mc Cormick, uno de los más notables teólogos morales en la época postconciliar.

Este teólogo decía, en inglés, “nascent human life”, para evitar la mentalidad estática que trata puntualmente el llamado principio de la vida y conduce así a dos extremos: quienes dicen que es intocable esa vida, porque ya ha empezado, y quienes dicen que se pueden manejar irresponsablemente sus gérmenes, porque todavía no ha empezado la nueva realidad.

El profesor de moral jesuita John Mahoney (que fue miembro de la Comisión Teológica Internacional, Consultor del Simposio de Obispos europeos y primer Presidente de la Asociación Teológica Católica del Reino Unido) escribe así:

“No se debe considerar el alma humana, constitutiva de la persona, como si fuera un puro espíritu infundido desde fuera en un receptáculo biológico en el instante de la concepción, sino referirse a ella más apropiadamente, entendiéndola como un brotar o emerger desde el interior del mismo material biológico aportado por los progenitores, genuinos originantes, sin necesidad de tener que acudir a una intervención divina casi milagrosa para la producción de una nueva realidad. Por tanto, la afinidad que existe entre materia y espíritu nos permite, e incluso nos exige, considerar el emerger de la nueva persona humana como un proceso que lleva tiempo y exige un cierto período de existencia pre-personal como el umbral a través del cuál se da el paso a una existencia animada en el sentido pleno de la palabra”. (Bioethics and Belief, p. 81).
Volver arriba