Entre culturas: ¿Olla podrida o cruce fecundador?
La especialidad gastronómica se encargará de explicar de dónde le viene a la olla podrida su rancio nombre. Lo cierto es que, bien cocinada, sabe riquísima, y de podredumbre ni hablar. Pero nuestra cocinera japonesa intentó suavizarla dietéticamente, sustituyendo ajos, pimentón y morcillas por condimentación oriental y adobo de soja. El resultado, penoso, no conjuntaba con el Jumilla que nos habían enviado como regalo desde Murcia
Ha llovido y se ha secado ya, desde que la metáfora de la olla mixta se empezó a usar para hablar de multiculturalidad, en el contexto de las migraciones. Hoy ya no sirve esa imagen. Ni la integración y asimilación forzadas, por imposición de la cultura dominante, ni el refugio en barrios cerrados como aislamiento para sobrevivir, favorecen de ningún modo a la convivencia de las culturas diferentes.
Se siente hoy la necesidad de denunciar lo caótico y conflictivo del mundo de desencuentros en que vivimos. No lo van a salvar los internacionalismos de congresos, ni los nacionalismos de campanario de aldea. Lo difícil es pasar del prefijo “multi-” al auténtico “inter-”. Aunque se nos llene la boca de predicar alianza entre culturas, no basta.
La prueba del nueve del encuentro entre culturas es el tránsito de lo multicultural a lo verdaderamente intercultural, del sucedáneo de olla mixta a la auténtica olla podrida. O mejor aún, de la mera mezcla en la olla al cruce fértil y fecundo, capaz de dar a luz novedad y creatividad por ambas partes.
Nos dejó insatisfechos el discurso del rey de Arabia Saudita en el congreso interreligioso de Julio pasado. Pero eran días de vacaciones y destacó poco la noticia. Al representante budista en dicha asamblea le avisaron a última hora y no le concedieron gran papel. Aprecio personalmente mucho al Dr. Nichiyo Niwano, presidente de la Asociación budista seglar Koseikai. Lamenté que, aunque invitado a asistir, apenas tuvo voz ni voto en aquella convocatoria, orquestada propagandísticamente para lavar la cara del poderío saudí.
No basta el membrete de multicultural o multireligioso para que una asamblea sea auténticamente un encuentro de culturas y religiones. Pero si el etnocentrismo islámico de Arabia Saudita deja pequeño al etnocentrismo occidental, tampoco se queda corto el de la Conferfencia episcopal española cuando condena, por ejemplo, la apertura al diálogo interreligioso del teólogo José María Vigil. Lo censuraron, criticaron y condenaron sin haberlo leído seriamente. O, si lo leyeron, lo malentendieron, confundiendo pluralismo con relativismo.
Dije que la comparación con la olla mixta no era buena para hablar de coexistencia de culturas. Tampoco es válida para referirse a los encuentros interreligiosos o ecuménicos, lamentablemente tan atrasados en España, donde son vistos con sospecha por parte de la religiosidad popular y frenados desde
la cúpula eclesiástica.
Superado el “exclusivismo” (rechazo de otras religiones, arrogándose el monopolio de la verdad), y también el “inclusivismo” (ver a las otras religiones como “miembros anónimos” de la propia), hoy nos encontramos con otras religiones como nunca hasta ahora. Hoy es obvio el pluralismo, aunque haya quienes sospechen, confundiéndolo con relativismo.
En ventas de saldo de librería de viejo se ofrecen libros al mismo precio: “tres por el precio de dos” o “todos a tres euros”. Ante tal rebaja, la clientela elige a gusto, por capricho o conveniencia. Si se entiende así el pluralismo religioso, no es extraño que se confunda con aquel relativismo que dice: “todo es igual, todo vale y cada cuál elige”.
No es así en los encuentro auténticamente interreligiosos. Mejor que la metáfora de la olla, será preferible apostar por el cruce fértil o coito fecundador de transformación mutua: un camino hacia la meta del Espíritu. que “conduce a la plenitud de la Verdad” (Jn 15, 13). Caminamos junto con las religiones hermanas reconociendo que, fuera de Dios, nadie tiene el monopolio de la meta del camino.
Cuando alguien desde la fe cristiana se deja impactar por la “escucha budista de la voz del Dharma” o Verdad última, redescubre y enriquece lo que significa para su conciencia cristiana “respirar en el Espíritu”. La fe budista, por su parte, experimenta una transformación semejante. Ambas partes, al pasar por la interacción, se redescubren a la vez que se autocritican y pueden decir: “soy, en un sentido, más creyente que antes y, en otro sentido, menos creyente que antes con relación a mi propia religión”.
Conocemos mejor la propia lengua, a la vez que la relativizamos cuando estudiamos una lengua extranjera. Algo semejante ocurre en los intercambios inter-religiosos. Ésta es una asignatura pendiente para las iglesias y teologías en las próximas décadas. Otra cosa es que, iglesias y teologías, sobre todo en ciertas latitudes mediterráneas y en ciertas cúpulas dirigentes, no parezcan preparadas para conseguir el aprobado...
(Publicado en La Verdad, de Murcia, el 14 de septiembre, 2008)
Ha llovido y se ha secado ya, desde que la metáfora de la olla mixta se empezó a usar para hablar de multiculturalidad, en el contexto de las migraciones. Hoy ya no sirve esa imagen. Ni la integración y asimilación forzadas, por imposición de la cultura dominante, ni el refugio en barrios cerrados como aislamiento para sobrevivir, favorecen de ningún modo a la convivencia de las culturas diferentes.
Se siente hoy la necesidad de denunciar lo caótico y conflictivo del mundo de desencuentros en que vivimos. No lo van a salvar los internacionalismos de congresos, ni los nacionalismos de campanario de aldea. Lo difícil es pasar del prefijo “multi-” al auténtico “inter-”. Aunque se nos llene la boca de predicar alianza entre culturas, no basta.
La prueba del nueve del encuentro entre culturas es el tránsito de lo multicultural a lo verdaderamente intercultural, del sucedáneo de olla mixta a la auténtica olla podrida. O mejor aún, de la mera mezcla en la olla al cruce fértil y fecundo, capaz de dar a luz novedad y creatividad por ambas partes.
Nos dejó insatisfechos el discurso del rey de Arabia Saudita en el congreso interreligioso de Julio pasado. Pero eran días de vacaciones y destacó poco la noticia. Al representante budista en dicha asamblea le avisaron a última hora y no le concedieron gran papel. Aprecio personalmente mucho al Dr. Nichiyo Niwano, presidente de la Asociación budista seglar Koseikai. Lamenté que, aunque invitado a asistir, apenas tuvo voz ni voto en aquella convocatoria, orquestada propagandísticamente para lavar la cara del poderío saudí.
No basta el membrete de multicultural o multireligioso para que una asamblea sea auténticamente un encuentro de culturas y religiones. Pero si el etnocentrismo islámico de Arabia Saudita deja pequeño al etnocentrismo occidental, tampoco se queda corto el de la Conferfencia episcopal española cuando condena, por ejemplo, la apertura al diálogo interreligioso del teólogo José María Vigil. Lo censuraron, criticaron y condenaron sin haberlo leído seriamente. O, si lo leyeron, lo malentendieron, confundiendo pluralismo con relativismo.
Dije que la comparación con la olla mixta no era buena para hablar de coexistencia de culturas. Tampoco es válida para referirse a los encuentros interreligiosos o ecuménicos, lamentablemente tan atrasados en España, donde son vistos con sospecha por parte de la religiosidad popular y frenados desde
la cúpula eclesiástica.
Superado el “exclusivismo” (rechazo de otras religiones, arrogándose el monopolio de la verdad), y también el “inclusivismo” (ver a las otras religiones como “miembros anónimos” de la propia), hoy nos encontramos con otras religiones como nunca hasta ahora. Hoy es obvio el pluralismo, aunque haya quienes sospechen, confundiéndolo con relativismo.
En ventas de saldo de librería de viejo se ofrecen libros al mismo precio: “tres por el precio de dos” o “todos a tres euros”. Ante tal rebaja, la clientela elige a gusto, por capricho o conveniencia. Si se entiende así el pluralismo religioso, no es extraño que se confunda con aquel relativismo que dice: “todo es igual, todo vale y cada cuál elige”.
No es así en los encuentro auténticamente interreligiosos. Mejor que la metáfora de la olla, será preferible apostar por el cruce fértil o coito fecundador de transformación mutua: un camino hacia la meta del Espíritu. que “conduce a la plenitud de la Verdad” (Jn 15, 13). Caminamos junto con las religiones hermanas reconociendo que, fuera de Dios, nadie tiene el monopolio de la meta del camino.
Cuando alguien desde la fe cristiana se deja impactar por la “escucha budista de la voz del Dharma” o Verdad última, redescubre y enriquece lo que significa para su conciencia cristiana “respirar en el Espíritu”. La fe budista, por su parte, experimenta una transformación semejante. Ambas partes, al pasar por la interacción, se redescubren a la vez que se autocritican y pueden decir: “soy, en un sentido, más creyente que antes y, en otro sentido, menos creyente que antes con relación a mi propia religión”.
Conocemos mejor la propia lengua, a la vez que la relativizamos cuando estudiamos una lengua extranjera. Algo semejante ocurre en los intercambios inter-religiosos. Ésta es una asignatura pendiente para las iglesias y teologías en las próximas décadas. Otra cosa es que, iglesias y teologías, sobre todo en ciertas latitudes mediterráneas y en ciertas cúpulas dirigentes, no parezcan preparadas para conseguir el aprobado...
(Publicado en La Verdad, de Murcia, el 14 de septiembre, 2008)