Ni geografía sana, ni geometría positiva, ni matemática católica, ni laicidad bautizada

La geografía y geometría no son ni sanas ni malsanas. Las matemáticas no son católicas ni anticatólicas, son matemáticas, sin más. La laicidad es laicidad, y punto.

Lo que no impide que un cura enseñe geografía. El P. Albert Dou SJ, (que ofrece a Dios el silencio de su enfermedad a los 93 años en la enfermería de S. Cugat, “orando pro Ecclesia et Societate”)fue catedrático de matemáticas y pensador de filosofía de las ciencias, reconocido en la universidad pública por la laicidad, a la vez que fue siempre fiel en el ejercicio de su ministerio; pero jamás se le ocurriría hablar de “matemática católica” o de “geometría “sana y abierta”, ni de bautizar la trigonometría con incienso y agua bendita.
Albert Dou es un ejemplo notable de cómo se puede vivir la identidad científica y la ministerial sin mezclas sospechosas ni esquizofrenias.

Las adjetivaciones son especialmente sospechosas cuando afectan a la identidad presuntamente amenazada. Cuestionan más la identidad quienes la tienen en crisis. El problema que tienen con la laicidad quienes la temen como al “Coco” no es quizás problema de la laicidad, sino del pánico que tienen a perder su identidad quienes desencadenan agresividades para ocultar miedos. Tal ha sido en la historia de la teología el escudo de las apologéticas.

La retórica de las adjetivaciones es corriente en los políticos al hacer compromisos y en los documentos eclesiásticos cuando tratan de fagocitar presuntas tendencias consideradas funestas (sí, “fagocitar” es el término técnico, aunque suene pedante).

Se condena la teología de la liberación, pero se proclama favorecer “una sana y bien entendida teología liberadora”.

Se pone en guardia frente al psicoanálisis, pero se admite “una sana contribución de la psicología profunda al estudio de la sexualidad, dentro de los justos límites de la moral”.

Se rehabilita a Darwin y se afirma la compatibilidad del relato bíblico con un “sano y correcto evolucionismo”, pero a condición (como hizo Juan Pablo II) de admitir una intervención directa creadora de un alma por parte de Dios en la filogénesis y en la ontogénesis (Fue lo que hizo Juan Pablo II, con rasgos de antropología dualista, en el documento que presuntamente rehabilitaba a Darwin).

Se proclama la libertad de investigación y la necesidad de confrontar los retos de la ciencia, pero “dentro de una correcta y fiel interpretación del magisterio eclesiástico”.

Se insiste en la exclusividad cristiana, pero se proclama su compatibilidaqd con las “sanas parcelas de verdad” existentes en otras religiones (inclusivismo, es decir, fagocitación).

Si el presidente francés se empeña en adjetivar ambiguamente la laicidad, habrá que recomendarle, para que se corrija, que tome unas clases de educación para la ciudadanía.
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