El perdón: lo contrario del olvido
Un desafortunado refrán japonés dice: “Lo pasado, tirarlo al agua”. Es como “borrón y cuenta nueva”. Pero el auténtico perdón no es borrón y cuenta nueva, sino cuenta renovada, a pesar de que no se pueda hacer borrón de lo pasado.
El olvido del mal pasado conlleva dos males: 1) creer que lo pasado, pasado está y... aquí no ha pasado nada. 2) permitir o fomentar su repetición en el futuro.
“Hay abusos del olvido...Bajo formas institucionales de olvido se cruza demasiado fácilmente la frontera con la amnesia... La amnistía se convierte en caricatura del perdón,.. Imponer como deber el olvido sería fomentar la amnesia... Conservar la frontera entre amnistía y amnesia favorece la integración de la memoria, el duelo y el perdón”.
Así hablaba el filósofo Paul Ricoeur en su magistral obra La memoria, la historia y el olvido (2000). Habría que recomendar su lectura a quienes hablan superficialmente, para recomendar a la ligera e irresponsablemente el consejo del olvido; se corre el riesgo de manipular la memoria y fomentar, con la amnesia, la repetición de los errores pasados.
Los humanos compartimos la doble experiencia de ser autores y víctimas del mal. En el primer caso, a la imputación y acusación sigue la exigencia de pena y castigo. En el segundo, el sufrimiento de las víctimas sube en forma de clamor pidiendo que hagamos algo para remediarlo, evitarlo y que no se vuelva a repetir.
Al reconciliarnos con el pasado, a pesar de lo que ocurrió, y al apostar creativamente por el futuro, a pesar de la incertidumbre, nos humanizamos.
El ensañamiento vindicativo y la renuncia a volver a empezar nos deshumanizan. La justicia rehabilitadora de la memoria histórica recuerda el mal para que no se repita. La imaginación creativa capacita para prometer no repetirlo.
Nadie puede perdonar en lugar de la víctima, dice el filósofo francés, ni podemos obligar desde fuera a las víctimas a que perdonen. Pero tampoco puede nadie sustituir al agresor para pedir perdón en su lugar, así como de poco servirá imponerle forzadamente un arrepentimiento que no le brote de dentro.
Pero oramos para que cada persona reconozca que “otro yo es posible”, que hay, dentro de quien fue capaz de lo peor, la capacidad de lo mejor. Que despierte en el criminal la capacidad latente de prometer no repetir la agresión. Que despierte en la víctima la capacidad de renunciar a la venganza. Que despierte en la sociedad entera la capacidad de hacer justicia rehabilitadora y reconciliadora (no vindicativa), pero sin olvidar, manteniendo viva la memoria histórica del mal para no repetirlo y de imaginar creativamente caminos para volver a empezar siempre de nuevo.
Quienes compartan la fe evangélica comprenderán que perdonar no es olvidar, sino orar y confiar en que es posible volver a empezar, aunque “lo hecho, hecho esté” (la persona asesinada no resucita) y lo recordemos, no para reabrir heridas, sino para que no se reproduzcan las agresiones.
El olvido del mal pasado conlleva dos males: 1) creer que lo pasado, pasado está y... aquí no ha pasado nada. 2) permitir o fomentar su repetición en el futuro.
“Hay abusos del olvido...Bajo formas institucionales de olvido se cruza demasiado fácilmente la frontera con la amnesia... La amnistía se convierte en caricatura del perdón,.. Imponer como deber el olvido sería fomentar la amnesia... Conservar la frontera entre amnistía y amnesia favorece la integración de la memoria, el duelo y el perdón”.
Así hablaba el filósofo Paul Ricoeur en su magistral obra La memoria, la historia y el olvido (2000). Habría que recomendar su lectura a quienes hablan superficialmente, para recomendar a la ligera e irresponsablemente el consejo del olvido; se corre el riesgo de manipular la memoria y fomentar, con la amnesia, la repetición de los errores pasados.
Los humanos compartimos la doble experiencia de ser autores y víctimas del mal. En el primer caso, a la imputación y acusación sigue la exigencia de pena y castigo. En el segundo, el sufrimiento de las víctimas sube en forma de clamor pidiendo que hagamos algo para remediarlo, evitarlo y que no se vuelva a repetir.
Al reconciliarnos con el pasado, a pesar de lo que ocurrió, y al apostar creativamente por el futuro, a pesar de la incertidumbre, nos humanizamos.
El ensañamiento vindicativo y la renuncia a volver a empezar nos deshumanizan. La justicia rehabilitadora de la memoria histórica recuerda el mal para que no se repita. La imaginación creativa capacita para prometer no repetirlo.
Nadie puede perdonar en lugar de la víctima, dice el filósofo francés, ni podemos obligar desde fuera a las víctimas a que perdonen. Pero tampoco puede nadie sustituir al agresor para pedir perdón en su lugar, así como de poco servirá imponerle forzadamente un arrepentimiento que no le brote de dentro.
Pero oramos para que cada persona reconozca que “otro yo es posible”, que hay, dentro de quien fue capaz de lo peor, la capacidad de lo mejor. Que despierte en el criminal la capacidad latente de prometer no repetir la agresión. Que despierte en la víctima la capacidad de renunciar a la venganza. Que despierte en la sociedad entera la capacidad de hacer justicia rehabilitadora y reconciliadora (no vindicativa), pero sin olvidar, manteniendo viva la memoria histórica del mal para no repetirlo y de imaginar creativamente caminos para volver a empezar siempre de nuevo.
Quienes compartan la fe evangélica comprenderán que perdonar no es olvidar, sino orar y confiar en que es posible volver a empezar, aunque “lo hecho, hecho esté” (la persona asesinada no resucita) y lo recordemos, no para reabrir heridas, sino para que no se reproduzcan las agresiones.